Roberto Pettinato no me representa, ni a mí ni a muchos que me atrevo a asegurar que tampoco se sienten representados por sus afirmaciones. No hace falta que agregue calificativos. Desde una perspectiva, la mía, la nuestra, son barbaridades. Al mismo tiempo, lo que dijo es una radiografía bastante exacta de lo que es el pensamiento machista. De hecho, Rita Segato, por mencionar a una investigadora feminista, sostiene que la violación la comete el macho pensando en la habilitación del grupo de machos y no en la víctima, que pasa a ser un objeto. O sea, sí, en ese aspecto sí, debo reconocer la precisión de la definición de Pettinato: “el hombre necesita mostrarle a los amigos lo que hizo”. Pero me molesta que diga “el hombre”.
Creo que llegó el momento en que los hombres nos dejemos de debatir sobre feminismo, que para eso están ellas. Llegó el momento en que, de una vez por todas, los varones que no nos sentimos representados por palabras de los Pettinatos, empecemos a trazar el perfil público, ya no privado, público y privado, de todos nosotros. Tenemos que empezar a decir cómo nos queremos.
Podemos, tal vez, empezar por decir cómo no nos queremos. No me quiero representado como una persona que necesita sentirse habilitado por un grupo al violentar a otra. No quiero pertenecer a ese grupo. No me representa un grupo en el que, como dijo Pettinato, “por ahí filmás a tu novia y entre nosotros los amigos nos mostramos, decimos: ‘¿Viste que buena que está mi mujer?’”. Ni se me ocurre.
Pero creo que para no pertenecer a ese grupo no alcanza hoy con no participar de ese festejo macho. Para no pertenecer a ese grupo ya no alcanza con no ser femicida o no ser un violador o abusador.
Hoy, para nosotros, los que no estamos de acuerdo en ser representados por el machismo, tenemos que definir públicamente el perfil del hombre que queremos ser. Tenemos que discutir y debatir y expandir ideas nuevas sobre nosotros mismos en relación a quienes nos rodean, para que el mundo sea diferente, compartido, compartible.
No alcanza con llorar solos en un rincón y fuera de la vista. Tampoco se trata de poder llorar en público. Tenemos que hacernos de nuevo, tenemos que enseñarle a nuestros hijos que estamos hechos de afecto, y que el afecto duele y que el dolor es parte nuestra, y que si empezamos a sentir que nos duelen las pérdidas y nos duele vivir, tal vez, solo tal vez, empecemos a aprender que si nos duele a nosotros, no debieramos hacer doler a quienes nos rodean.