Los dos estuvieron en fotos junto al legendario presidente norteamericano Franklin Roosevelt. Y los dos, uno argentino y el otro estadounidense, fueron juzgados en sus respectivos países por “traición a la patria”.
El del argentino, que apenas unas horas antes de ser juzgado actuó como edecán en la visita de Roosevelt a la Argentina, es el único antecedente local de un juicio por esa figura jurídica extrema.
Hasta allí, lo único que une estos dos casos.
El mayor argentino Guillermo Mac Hannaford fue condenado en 1936 a perpetua por vender información a Bolivia cuando el país andino estaba sumergido en una guerra contra el Paraguay. Significativamente, la figura no debía haberse aplicado porque Argentina no estaba en guerra.
El estadounidense Alger Hiss no era militar sino un muy alto funcionario del Departamento de Estado cuando fue denunciado en 1948 como comunista y espía a favor de la Unión Soviética, y condenado por “perjurio” en medio de una operación en la que intervinieron políticos notables, servicios de inteligencia y jueces funcionales a ellos.
Repasando viejos recortes, encontré esa historia de auténtico maccarthysmo que ocurrió hace 70 años en los Estados Unidos, y leyéndola, experimenté cierta familiaridad con el hoy en Argentina, cuando el Gobierno y sus referentes mediáticos y judiciales parecen querer llevarnos a los tiempos de la Guerra Fría, con buchones políticos, denuncias, persecución judicial y mediática, y cárcel para los adversarios.
Esta historia la escribió ese gran maestro de los periodistas que fue el uruguayo Homero Alsina Thevenet, por quien guardo un entrañable recuerdo. El texto se llamó “Luces y sombras del periodismo”, y fue publicado en 1993 en la sección cultural del diario El Cronista comercial.
De su texto sólo voy a transcribir pasajes que dedica a esta historia de persecución sobre el estadounidense Alger Hiss, y viene también en nuestra ayuda una entrevista que concedió al diario británico The Guardian”la novelista Joan Brady, autora de una profunda investigación sobre Hiss..
Cuenta Homero que Hiss fue funcionario en la presidencia de Franklin Roosevelt y luego fue presidente de la Fundación Carnegie.
Era un hombre influyente de la elite política. Existen fotos de él junto a Roosevelt, Churchill y Stalin en la conferencia de Yalta en 1945, y todo indicaba que iba a ser el próximo secretario de Estado.
Pero en 1948 Hiss fue acusado de comunista y agente soviético por el ex comunista Whitakker Chambers, en un caso que precedió al período de MacCarthy, que arrancaría en 1950.
Y fue su gran inspiración, porque suponía con nombres propios y aparentes pruebas que el gobierno de Estados Unidos estaba verdaderamente infiltrado por agentes soviéticos.
Juzgado dos veces y condenado a cinco años de cárcel por “perjurio”, es decir por negar que fuera comunista y espía, Hiss debió dedicar la segunda mitad de su vida a defender su primera mitad, porque hasta su muerte en 1996 juró su inocencia y dijo ser víctima de una calculada perfidia, cometida por Chambers y por el entonces diputado Richard Nixon, entre otros (un día Nixon se iba a ganar la fama de “Tricky Dicky”, Ricardito el tramposo).
Desde luego que Nixon no actuaba sólo y hasta contaba entre sus asesores con personajes que militaron en el partido nazi de Estados Unidos.
La novelista Joan Brady tenía apenas 20 años y era una bailarina de ballet cuando, por una invitación que hizo su marido, se vio obligada a recibir y cocinar para Alger Hiss y su esposa en 1960, y contó ese momento así:
“Aqui estoy, recibiendo en mi casa a alguien de quien leí en mis libros escolares que es un ser humano terriblemente malvado, y resulta que quien tocó a mi puerta tiene el aspecto de un boy scout”.
La caída de Hiss era a tal punto espectacular que cuando Brady lo conoció se ganaba la vida como vendedor de comercio.
¿Era ese hombre un espía soviético? Joan se inclinaba a creer que sí. Pero, cincuenta y cinco años después de aquel encuentro tenía otra perspectiva:Su último libro es precisamente El Dreyfus americano: el caso que fabricó Nixon. Y no fue la primera en escribir sobre Hiss. El historiador y premio Pulitzer Kai Bird y el ex editor de la revista The Nation, Victor Navasky, también escribieron en favor de Hiss.
Pero el libro de Joan tiene el valor de los diez años que dedicó a la investigación.
Señala Joan que se trata del caso de mayor magnitud porque fue instigado por un tipo que llegó a ser presidente, fue apoyado por los servicios secretos, involucra a mucha gente importante, tiene muchas ramificaciones y cada escolar americano cree saber que Hiss es un traidor, más allá de los esfuerzos por reivindicarlo.
Tanto es así que en 1984 su denunciante Chambers fue distinguido como un héroe por el entonces presidente Ronald Reagan.
En 1992, o sea más de cuatro décadas después de aquel encuentro en que Joan lo conoció, cuando Rusia ya no era comunista, Hiss fue reivindicado desde Moscú, cuando el general Volkogonov, un alto funcionario del gobierno de Boris Yeltsin a cargo de los archivos de la KGB, certificó que no existía allí la menor prueba de que Hiss hubiera sido agente soviético.
Para llegar a esa reivindicación, escribe Homero, fue necesario que la URSS dejara de existir.
Ese triunfo final fue celebrado por quienes siempre creyeron en la inocencia de Hiss, dando pie a un excelente repaso del episodio en un número de la prestigiosa revista The New Yorker, de noviembre de 1992.
Claro que al dar cuenta del caso una prueba por la negativa no es siempre convincente. Es como probar que Dios no existe.
Escribe Homero que muy a pesar de los diarios, ocurre que demasiada gente no lee, o lee mal, o no entiende, o, peor aún, entiende muy bien pero no procede en consecuencia.
En esa desinteligencia existe, desde luego, una responsabilidad periodística, en cuanto los diarios pueden ser culpables de sensacionalismo, o de mala presentación, o de prosa mal pensada o mal escrita, aun con las mejores intenciones en la comunicación. Recuerden que Homero escribió esto tan condescendiente con la prensa hace 25 años.
No es difícil coincidir con él en que la conducta humana no siempre es racional, aunque resulta más complicado darle la derecha cuando afirma que la conducta de las masas puede ser más irracional que la del individuo, porque ingresa en el terreno del odio al populismo.
Es lícito preguntarse por qué en el tercer milenio una gobernadora criminaliza a los “kirchneristas” como en otro tiempo se hablaba de “subversivos”, y su gobierno instala como “cambio” climas que nos retrotraen a los tiempos de la Guerra Fría, con denuncias de traición a la patria que ni siquiera avaló la Cámara judicial, y un entusiasta acompañamiento del Poder Judicial y los medios dominantes.
Sobre todo, porque tenemos desgarradora conciencia del infierno en que nos sumerge la idea de que “el enemigo está entre nosotros”.