La primera vez que vi a Lohana fue en el programa Historias Debidas, de Ana Cacopardo. Aún estaba en la escuela, tendría alrededor de 16. Encontré el programa en Internet, luego de haberme puesto a buscar información sobre qué era esa Ley de identidad que tanto asustaba a los profesores más retrógrados de mi escuela, pública, por cierto. Fue la primera travesti a la que escuché narrar su propia historia. En ese momento yo era la presidenta del centro de estudiantes, y esa misma semana llevé el video a la asamblea de delegadxs, que éramos unxs 30-40 estudiantes, planteando que era necesario que conociéramos más a la población trans. Fue la primera vez para la mayoría que comenzábamos a hablar de una travesti, y no de “un”, como nos habían enseñado. Lejos de ser capaz de pensarme trans en ese momento, Lohana ya había despertado en mí una extraña empatía, un fuerte respeto.

Luego del secundario, decepcionada de la militancia en partidos de izquierda donde no veía contempladas las opresiones que por mariquita yo sufría, me acerqué a la militancia LGTBI. Junto a varixs amigxs solíamos juntarnos y discutir sus notas. Lohana para mí siempre será referente, una fuente de debates que se me abrían, una lluvia de respuestas y dudas nuevas con las que, como buena militante feminista, supo interpelarme y permitirme hacerlas propias. 

En vida la vi dos veces: en una charla en La Plata, al final me acerqué para pedirle ayuda para una nota, y se quedó hablando conmigo cerca de una hora. Recuerdo un abrazo fuerte de ese día. Luego, la otra, mucho más triste, fue en el velorio de Diana Sacayán, donde sin embargo se acercó también a saludar.

El día que falleció Lohana no lloré: sabía de su estado grave de salud. Junto con varixs amigxs, nos acercamos a su velorio. Aún no me consideraba trans. Solía tener dolores de garganta, a veces muy fuertes. Ese día, esperando el micro de regreso a La Plata, comencé a levantar fiebre. Tuve una faringitis que me dejó en reposo doce días. Dos meses luego, comencé a poder nombrarme como una feminidad trans. Desde entonces, no he vuelto a sentir nunca esos nudos en la garganta. Lohana fue crucial para que mi vida, para que mi transito como mujer trans, no se redujera a la idea mezquina de un hombre que se transforma en mujer, eso que la hegemonía tanto se esfuerza por hacernos creer. Lohana me dio herramientas para que yo no quede atrapada en ese juego, para que pueda cuestionar qué tipo de feminidad quiero construir, y entender que yo puedo elegir cómo construirme. Así lo siento, sobre todo, al recordar el amor con que salía de su boca la palabra travesti. Ese amor con que ella decía una palabra que para mí había sido sinónimo de tanto rechazo, fue crucial para que yo pudiera abrazar mi identidad, en vez de huir despavorida de ella a alguna punta del binomio. Lohana fue fundamental en la gesta de mi voz, esta voz que seguramente vuelva a doler alguna vez, pero que espero ya no sea por callar, si no por gritar todas las veces que sea necesario “¡Furia travesti!”.

Quimey Ramos: Maestra y activista trans independiente de 22 años.