Primero lo llamaron “La Ira de Dios”, luego pasó a ser “Metralleta”. Los boxeadores pierden su apodo cuando pierden un combate, “como los caciques indios”, asegura el entrerriano Esteban Amatti, quien después de su primera derrota se transformó en “La Ira”. Amatti combatió 128 veces: perdió dos peleas. Tiene 14 empates y 26 ganadas por nocaut. En 2003 fue declarado “Mejor deportista del año” por el Círculo de Periodistas Deportivo. Fue campeón entrerriano del 2000 al 2003 y pasó por 5 categorías: Peso Mediano Jr. (69 kilos), Welter (66), Superligero (63), Ligero (61) y Superpluma (58.967). 

Desde su casa en Paraná, hoy vuelve a subirse al ring para contarnos cómo se hizo boxeador, cómo se hizo un ferviente luchador por la causa trans, por qué opina que hay que luchar para tener amor. Hoy es árbitro, hace cine (dirigió la película Magaly), hace esculturas y pinta. Estudió música, tres años de Filosofía y viajó a Tucumán para aprender luthería. Dice que cuando siente la resina de los árboles se acuerda del ring. Cuando huele las suelas de las botas o el ungüento esmeralda (el aceite verde) le viene el ring como si no pudiera sacárselo de la cabeza. Hace 3 años vive con Nora, su pareja trans, y un hijo de ella. Dice: hablemos de lo que quieras. Esteban milita por los derechos LGBTI. Está todo listo para que comience el combate.

MOVIMIENTO DE CABEZA

La conversación comienza con el recuerdo de su papá que murió hace unas semanas. Esteban había estado visitándolo todos los días en la clínica. Después lo llevaron a su casa, y él se encargó de cambiarle los pañales y darle la medicación. Padecía de Alzheimer, pero en un momento de conciencia Esteban le dijo lo que tenía para decirle acumulado desde hace años: “¿Qué le dijiste?”, le pregunto, pero oigo el silencio, el ladrido de un perro. Cambia de tema. 

Ahora recuerda que en la última etapa, cuando su papá iba a la cancha, vivía a media cuadra del Club Paraná, se perdía y Esteban salía a buscarlo. “A mí me decía José Luis y José Luis era mi tío. Me hablaba de cosas de los 70 como si estuviera viviendo en esa época”, cuenta Esteban riéndose, pero con tristeza. Luciano Amatti tenía 73 años y también era boxeador: “Es la enfermedad de los boxeadores. Yo calculo que en unos años también voy a estar pirucho, voy a perderme, voy a estar hablando solo”. 

Cuando Esteban era chico iba a los gimnasios de boxeo con su papá. Enrollaba las vendas, le daba agua a los boxeadores. Después pasó a trabajar en el rincón de la pelea, poniéndole el protector bucal, secándolos. Un día, el papá le dijo que era hora de salir a pelear (casi por descarte, porque su hermano no iba y él sí; eran cuatro hermanos varones y dos mujeres). “Vos tenés constancia. ¿Te animás? Yo te entreno y para el año que viene boxeás”, me dijo. La Federación Argentina de Box permite boxear a los 13 años con el permiso de los padres. “Y así debuté, a los 13, en el Club Paraná, con uno de los hermanos Centurión. Le gané por nocaut en el segundo round”. De esa primera pelea recuerda: “Estaba pálido, blanco, me bajó la presión. Creí que iba a morirme o a matar al otro. Tenía mucho miedo, pero el miedo es parte del deporte”.

Algunos no lo consideran deporte…

–Es un arte. El arte de tocar y no dejarse tocar. Los poetas y los boxeadores somos las personas más sensibles.

¿Por qué?

–Una semana antes no dormís. Lloras por cualquier cosa… Se juegan todos los sentimientos…

BESO MORTAL

En el momento más alto de su carrera, en el 2002, peleó en el Club Echague como semi fondo en un estadio lleno; 7 mil espectadores que esperaban a La Hiena Barrios. TyC Sport había desparramado cámaras por todos lados y las damas del ring se paseaban con un mini short plateado sponsoreando marcas y carteles en alto. 

En el primer round Esteban le mete una mano en la zona táctica y el contrincante queda abombado. Cuando se recupera, Esteban le sigue dando, pero no logra noquearlo. En el último round, le hace un bolo punch, revoleando un brazo para pegarle; pero, para sorpresa de todos, no le pega. Lo mira y le clava un beso en la boca que se escucha en todo el estadio: Muaaaa. Esteban ganó por puntos (no podía ser de otra manera). 

“Me daba vuelta y le tocaba el culo, la espalda; no estaba bien entrenado ese pibe…”.

¿Cómo respondió la gente?

–Estuvo bueno jugar con lo sexual. A la gente le gustó. Ah, éste es re puto, decían algunos. 

En cuero, fumando, me cuenta que siempre fue muy libre sexualmente, que en su vida valía todo. Que nunca tuvo prejuicios. Que nunca se excitó mientras combatía, pero cuando veía y olía su sangre se ponía loco: “Un vampirismo invertido, un vampirismo raro”. Al día siguiente me cuenta que más de una vez, después de pelear, se fue a la zona roja, la zona de putos, y agrega: “Tenía mucho entrenamiento físico y buena resistencia”. 

Creía que en el boxeo, como el rock, había muchas groupies…

–Sí, yo tenía un peluquero que era fan mío. Me seguía a todas partes. Yo peleaba en San Juan y él iba. Le tuve buen aprecio, pero nunca pasó nada. En una época me esponsoreó y todo. Después se metió en el ambiente. Fue jurado. En el boxeo pasan esas cosas… 

Mucho puto en el box, pero tapado, como en el fútbol…

–Sí, obviamente. Un compañero con el que entrenaba, en un cumpleaños, estando borracho y me pidió que se la chupara. Y no eran tan raros esos pedidos. Nunca me consideré homosexual, mi pareja se autopercibe travesti. Ok. ¿Soy homosexual? Muy bien. ¿No soy hetersoxual? Qué bien.

¿Cuánto hace que están juntos?

–Y, ahora, en marzo, van a hacer tres años. 

¿Cómo se conocieron?

–Nos conocíamos por Facebook. Ella subía fotos y yo le ponía “Me gusta” y alguna que otra guarangada. Nora baila en la comparsa Marí Marí, aunque ella ha hecho todos los roles (dice con suspicacia); es muy conocida acá. Como muy caradura que soy, la invité a bailar tango y salsa. 

¿Qué te atrajo?

–Como buena travesti, que siempre estaba muy bien vestida, elegante. A mí me gustan las mujeres trans desde que tengo 13 o 14 años. Susy Shock, la artista, fue el nexo para conocernos cuando vino acá a filmar un video. A la noche siguiente fui hasta la casa, y estuvimos… Y de ahí ya no nos separamos más. 

¿Qué es lo que más te atrae de ella?

–Las shawarma que me prepara. Yo hago cordero a la parrilla. Somos dos parejas separadas, con hijos. El amor es magnético. No se explica el amor. El amor es una locura, depende de los ojos de quien lo ve. Hace tres años de eso, pero es como la primera vez. 

CROSS

¿Cómo tomó el barrio que vivas una trans?

–Viste que el boxeo es de cabezas, de los pobres; un deporte de las zonas marginales, periféricas. Quizás por eso nunca me sentí incómodo. Y lo que yo tengo claro es que si no visibilizás la relación no sirve de nada, se vuelve abstracto, es mi opinión. Ir de la mano. Darle un beso en la parada del colectivo. Cosas pequeñas hacen ese fuego que llamamos amor.

Fuiste boxeador y ahora árbitro. También formas parte de MISER (Movimiento de Integración Sexual Étnico Religioso)… 

–Es un organismo como el de Lohana Berkins, un movimiento muy grande que viene desde México. La representante de la Argentina es Noelia Luna, yo estoy en el del departamento de Paraná; también ando con el colectivo de la Biblioteca Pedro Lemebel. 

¿Qué te hizo formar parte del movimiento?

–Ver como es la cosa, la vida, de cerca. Las relaciones con las travestis y trans están relegadas al consumo sexual y no al amor. ¿Por qué una persona trans no puede amar? Vicky, una de las travestis más viejas de la Argentina, estuvo presa acá en la época de la dictadura. Nos contaba que no la dejaban afeitarse, le cortaron el pelo para que tuviera la apariencia de un chabón. Era otro contexto, pero tuvo que tragarse todo eso. Yo estoy de este lado de la comunidad, con la lucha, como dice la Marlene Wayar: “Yo soy del partido Travesti”. 

¿Tu papá conoció a Nora?

–Sí.

¿Y cómo fue la relación?

–Perfecta. Él era un hombre libre, tenía más libertad que yo. No tenía prejuicios de nada.

¿Por qué más libre que vos?

–Iba de bar en bar… Cero rollo con la cuestión, con ninguno de nosotros. Nos quería a todos por igual.

¿Tu relación con Nora también es libre? 

–Si fuese por mí, tendría un harén, pero Nora no me deja; así que somos monógamos.

¿Tus hermanos son buenos cuñados?

 –Si más de una vez me lo crucé a alguno de mis hermanos por la zona roja; no me pueden decir nada…

¿Y tu mamá como suegra?

–Con soda. Mucho no le interesa. Una vez, yo salía con un hombre más grande, me llevaba unos 20 años, más o menos: el Eduardo. Me llevaba a los festivales de boxeo. Ya me había retirado yo como deportista. Mi vieja prefería que yo anduviera con Eduardo, que era un hombre gay, que tenía una buena posición social, y no con esta sarta de locos de amigos que podían caer presos en cualquier momento. 

¿Cuánto tiempo saliste con Eduardo?

–No, no salíamos. Éramos buenos amigos. Sí le presenté algunos amigos míos con los que tuvo historias, pero terminaron robándole, eran los amigos con los que mi vieja no quería que yo anduviera. Si me hubiese casado con el Eduardo, sabés dónde estaría ahora… Mucha plata tenía; era hijo de un Embajador… 

¿Parejas hombres tuviste?

–A mí me gusta la mujer, digamos: lo femenino. Un gay activo sería, no sé. Aunque un amigo nuestro dice que en la cama, una vez que estás caliente, puede pasar cualquier cosa; y tiene razón. 

El puchimball, el saco de arena forrado en cuero, la pera loca, colchonetas, espejos, guantes, guantes y más guantes del gimnasio donde entrenaba con su papá esperan en cajas para llevarla a la Biblioteca donde instalará el nuevo gimnasio y hará el semillero de chicxs, a quiénes piensa inducirlxs para que hagan algún taller en la Biblioteca, de arte reciclado o literatura, y armen su futuro. En el gimnasio había notas de los diarios pegadas en la pared y posters de Palma, Monzón, Nicolino Locche, Tyson. Trofeos. Afiches de las peleas enmarcados en vidrio. “Todas fotos de vagos hay en los gimnasios, y cuanto más musculosos y grandotes mejor; todos putos, nunca una foto de minas. Ahora cuando arme el nuevo gimnasio voy a poner un poster de La RuPaul”.

GANCHO DE IZQUIERDA

¿Cuándo recibís golpes encontrás algo de placer?

–Yo digo que sí; habría que preguntarle al Marqués de Sade a ver qué dice. En un combate Cevallos me pegó tanto... Era una carnicería esa pelea, había tanta sangre… Yo gané por puntos, pero tenía los dos ojos morados, la nariz y la boca rota, no escuchaba de un oído (por las piñas). Oriné y defequé sangre unos 10 o 15 días. Después de la pelea, los dos llenos de sangre, nos abrazamos; y eso es impagable. 

Dos hombres en cuero y enfrentados: ¿es homoerótico o no? 

–Obviamente. A mí me gustaba cuando había olor a mi sangre. Cuando me rompían la nariz o la boca y sangraba, eso me enloquecía. Mi sangre, con ese olor a cobre, me hacía ir para adelante. ¿El juego del boxeo sabes cuál es? Pegar pero que no te toquen.

Su padre peleó con los mejores de su categoría, entre ellos Monzón, y luego de abandonar el ring siguió como fiscal y entrenador de boxeadores. Después de la entrevista, le pregunto por inbox de Facebook si me puede decir qué es aquello que le dijo a su padre antes de morir. Tarda un día y me manda este último mensaje: “Con mi viejo la relación siempre fue de machos, de alumno a maestro, de peleador, de director técnico... Nunca un te quiero, un gracias. Por eso antes que su enfermedad lo consuma, una mañana, después de cambiarle los pañales y darle la medicación, le pude decir: Papi, te quiero agradecer por todo lo que me has enseñado. Siempre te quise. Te quiero. Siempre te voy a querer. Él enseguida lloró, era muy sentimental... Fui y lo abracé. Fue lo mejor que me pasó en el 2017”.