En los últimos días sobrevoló, una vez más, el fantasma de la reconciliación. El jefe de bloque de los diputados oficialistas, Nicolás Massot, de 33 años, propuso reconciliarse con el pasado. Hacer las paces. La paz. Un entendimiento entre quienes forjaron la peor masacre de la historia argentina, el genocidio de la última dictadura cívico militar, y los masacrados. Un imposible. Porque los masacrados no están y porque la familia de Massot está vinculada con el apoyo a la dictadura.
Sobre los fantasmas en torno a reconciliarse y los tabúes del pasado opera Yo maté a Pinochet, la exitosa pieza chilena de la compañía Teatro Errante que tendrá funciones el 7 y el 8 de febrero en Timbre 4, por el sexto Festival Temporada Alta de Buenos Aires.
El monólogo de Cristian Flores –que él mismo interpreta– sobre un ex militante del Movimiento Juvenil Lautaro, guerrilla urbana de los años ‘80 surgida al calor de las protestas populares contra la dictadura de Augusto Pinochet, recobra su vigor en días en que el presidente chileno, Sebastián Piñera, nombró ministro de Justicia y Derechos Humanos a un fervoroso defensor del pinochetismo y de Paul Schaefer, el nazi afincado en Chile que creó una secta en Colonia Dignidad, abusó de niños y formó un centro de tortura clandestino de la dictadura.
Pinochet ha muerto, todos hemos visto su desenlace como senador vitalicio luego desaforado luego no. El dictador murió de viejo. Sin embargo, la obra toma esa ausencia –y la de los ex compañeros del protagonista– y a través de Manolo se pregunta si toda esa violencia y todo lo perdido han valido la pena. Y, quizás para decir que sí, este ex militante cuenta que él ha matado a Pinochet.
Es un repaso por la historia chilena contemporánea, un monólogo potente y repleto de carga simbólica, que versa sobre cómo la historia colectiva se hace presente en el cuerpo individual: la interpretación de Flores asume el costo de todo lo que costó tanto a Chile; de miles y miles de historias resumidas en los ojos llorosos de Manolo. Que llora por un amor perdido. Por sus compañeros. Por el tiempo pasado. Por la derrota.
La memoria es asesina, da muerte a la misma muerte, dice el ecléctico Gabo Ferro en ¿Por qué no llorás un poco? Y también que hay que desembalar la memoria, que sirve lo amarrado y lo que no. En sintonía con eso, Manolo va recuperando su historia –y la de Chile consigo– y parece sembrar una pregunta: ¿quién pone hoy su cuerpo, su vida, quién deja todo por ese proyecto mayor que es la humanidad? Es que si las dictaduras latinoamericanas lograron imponer su proyecto económico y romper los sueños socialistas y colectivos de miles de jóvenes, y si, como dice Manolo, nadie mató a Pinochet y nadie lo derrotó: “¿Cómo se mata eso?; ¿Solo podemos quedar como derrota?”
El cierre es un manifiesto político al estilo de lo que la Errante entiende por teatro: panfleto, recuperación del sujeto y su praxis política, popular. Un puño en alto, un grito anti capitalista y, más posmoderno, anti patriarcal. Un llamado a construir lo nuevo pero conociendo aquella derrota de hace años. Y sin perdonar ni olvidar, como dice Flores, “las responsabilidades civiles, la base social y el soporte ideológico que sostuvo ese régimen, que en definitiva logró su cometido político y económico”.