Aun con la creciente inserción de las mujeres al mercado laboral a partir de la segunda mitad del siglo XX, las demandas de la llamada “mística de la feminidad” no han cambiado sustancialmente. Se siguen exaltando las virtudes de la buena madre y esposa, pero ahora las mujeres deben mostrar capacidad de ajustar dichas virtudes al trabajo fuera del hogar sin alterar su “equilibrio”. Una alternativa ha sido para muchas, el incorporarse a trabajo de medio tiempo (con medio pago) y en labores “propias de su condición”, es decir, como maestras, cuidadoras, cocineras, etc.
Otras pocas, sin embargo, han encontrado que los trabajos que se salen de dicho estereotipo femenino pueden ser opciones novedosas para tener un trabajo propio, no solo como opción de desarrollo personal sino como forma de sobrevivencia familiar. Un tipo de empleo de reciente apertura para las mujeres en México es el de las fuerzas de seguridad, por lo que el Grupo de Investigación sobre Mujeres en la Policía (GIMP) de la UNAM, nos dedicamos a explorar diferentes áreas temáticas derivadas de la reflexión feminista. Una de éstas, de gran relevancia analítica es la relacionada con los “malestares subjetivos”.
Dando nombre al malestar
Es una especie de agobio que no es nombrado porque no tiene nombre; en esos términos se refería Betty Friedan al malestar de las mujeres de su época y de su entorno. Eran los años 60 de la posguerra y nuestra autora documentó este agobio en mujeres amas de casa estadounidenses de clase media, bien casadas y con hijos, que tenían todo resuelto ante sus propios ojos y de los demás, a pesar de lo cual experimentaban ese “malestar sin nombre”.
Este problema innombrado resultó ser común en mujeres de diferentes geografías y de ahí la enorme difusión de su libro, aun de actual lectura, titulado The Feminine Mystique. El texto puso en la mesa el sistema social que mistificaba a la maternidad y la crianza controlando con ello sus deseos. Hoy en día este agobio tiene nombre, es el “malestar subjetivo” de las mujeres. Mabel Burin lo ha diseccionado y su investigación le ha permitido extender su análisis en mujeres que trabajan dentro o fuera de sus hogares; con o sin remuneración por su trabajo y realizando actividades históricamente definidas como femeninas o masculinas.
Si en el malestar sin nombre de Friedan el agobio provenía de la incapacidad de las mujeres de ajustarse a los papeles asignados como madres y esposas, se podía suponer que, el contar con un trabajo propio sería un atenuante para dichos malestares. Mabel Burin, entre otras investigadoras, se ha dado a la tarea de mostrar que no es así y que los malestares se vinculan también con la discriminación y la segregación de género al interior de los espacios laborales. Esta última contempla elementos estructurales pero también subjetivos que Mabel Burin ha denominado fronteras y techos de cristal, generadoras de malestares en las mujeres en función de sus construcciones identitarias, más o menos tradicionales o innovadoras.
Un conflicto de deberes
En el GIMP analizamos los malestares subjetivos de las mujeres policía, en términos de lo que denominé un “conflicto de deberes”, mediados por su condición de género y su jerarquía dentro de la institución. Son una especie de tensión entre un deber ser social, individual, económico e institucional que lleva a algunas mujeres a percibirse en malestar tras la incorporación de ideales sociales acerca de la pareja y la familia.
Bajo esta tónica, documentamos algunos malestares que experimentan las mujeres en su especificidad laboral como policías desde diferentes posiciones jerárquicas, enfatizando en el deber ser social –expresado en los mandatos de género– y el querer ser individual, que se llegan a manifestar como malestares físicos, afectivos y emocionales, tales como estrés, depresión, agotamiento, dolores de diversa índole, problemas gástricos y adicción al trabajo, entre otros, aunados a sentimientos de culpa y de estar en constante falta.
Toda esa carga de estrés que traigo
El estrés laboral es uno de los malestares más estudiados en la policía, como un detonador de otros problemas de salud emocional y física. Mabel Burin señala que, cuando una situación de estrés laboral se prolonga y las mujeres no logran responder de manera activa, esta falta de respuesta la interpretan ellas mismas como incapacidad personal, lo que detona un sentimiento de malestar a menudo percibido como depresión y expresado bajo la forma de sentimientos de impotencia, de debilidad, con autorreproches por la incapacidad para enfrentar la tensión y las exigencias.
Las respuestas pasivas en un entorno laboral sexista como el de la policía se pueden interpretar como un insuficiente reconocimiento del propio poder personal para hacerle frente y modificar las situaciones estresantes, lo cual es de especial importancia comprender para generar instancias que lo reviertan. El acoso sexual, aunado al temor a las represalias si se denuncia, constituyen elementos estresantes propios de la cultura policial a los que se enfrentan exclusivamente las mujeres, independientemente de su jerarquía.
Sin embargo, en las mujeres con cargos de mando, parece haber más sentido de poderío al responder a este tipo de situaciones de manera más activa, lo cual explica que ellas desarrollen menores niveles de malestar en este entorno. Otro factor que favorece el estrés laboral de las mujeres en las instituciones policiales es la falta de reconocimiento en su trabajo, ya sea por parte de los jefes o de los propios compañeros, situaciones que obedecen también a las normas de género no escritas. El doble esfuerzo de las mujeres, por ser reconocidas y respetadas dentro de la institución y por conciliar las demandas de la doble jornada y la doble presencia, puede generar una excesiva tensión y estrés en las mismas, derivando en múltiples problemas que merman su salud.
Trabajar el doble que un hombre
El enlace de datos cuantitativos con los relatos ofrecidos por las mujeres confirmaron que, en las de menor rango, sus malestares se encuentran asociados principalmente a la sobrecarga de trabajo por su propia actividad como policías más el trabajo doméstico y de cuidados, mientras que en las mujeres de mando se relatan malestares más vinculados con una sobreexigencia laboral que ellas hacen propia como una forma de mostrar su capacidad en este entorno mayoritariamente masculino que las pone a prueba y cuestiona continuamente por el hecho de ser mujeres. No es de extrañar, por tanto, que sea mayor el porcentaje de mujeres de mayor jerarquía, quienes experimenten adicción al trabajo.
De acuerdo con Mabel Burin, la adicción al trabajo es predominantemente masculina, siendo ésta difícil de sostener por mujeres tradicionales, sujetas subjetivamente a las demandas del cuidado hacia otros; sin embargo, añade, cierto tipo de mujeres más innovadoras en sus estilos de insertarse al trabajo pudieran, bajo ciertas condiciones laborales, desarrollar esta clase de adicción. La adicción al trabajo en mujeres con mando pudiera responder a la necesidad de obtener y mantener legitimidad y reconocimiento en la posición de jerarquía alcanzada en la policía y, como señala Mabel Burin, esta adicción podría observarse en mujeres que empiezan a romper los esquemas tradicionales de la feminidad y que se insertan en ámbitos de trabajo tradicionalmente masculinos, como es el caso de las mujeres que aquí presentamos.
Para concluir
Las narraciones de las mujeres policía permitieron comprender que la carga de trabajo doméstico, sumada a la carga de trabajo remunerado, es también un factor importante que repercute directamente en los malestares subjetivos de las mujeres, sobre todo en las mujeres de menores rangos. Los malestares que ellas reportan no responden a condiciones de vida de un ámbito pretendidamente privado, sino a situaciones que emergen a partir de las condiciones de inequidad que prevalecen en el ámbito laboral, en conjunto con las exigencias de trabajo doméstico y de cuidados impuestas históricamente, con escasa posibilidad de ser cuestionadas y con pocos cambios significativos en su distribución.
Los malestares de las mujeres policía se relacionan con sobreexigencias laborales, principalmente en el caso de las de mayor jerarquía y, con sobrecargas familiares y laborales en las de menor rango, por lo que, sin duda, los malestares de las mujeres no pueden concebirse como un problema meramente individual. El feminismo tiene aun mucho que aportar para la comprensión de los determinantes sociales y de género que obstaculizan el pleno desarrollo en bienestar de las mujeres en cualquier ámbito laboral y de su vida.
(Extracto del libro Mujeres en la policía. Miradas feministas sobre su experiencia y su entorno laboral, coordinado por Olivia Tena y Jahel López, UNAM.)
* Doctora en Sociología y maestra en Psicología.