Todo comienza en plena selva vietnamita, durante la invasión estadounidense, hacia 1966. “Cuidado con ese tipo, viene a observarnos”, dicen unos marines, preparándose para entrar en combate. Desconfían de un oficial que además de su arma reglamentaria carga con otra potencialmente mucho más peligrosa: una máquina de escribir portátil. Ese tipo resultó ser Daniel Ellsberg, quien medio siglo atrás se adelantó a Edward Snowden y Chelsea Manning, provocando una filtración de seguridad de una dimensión y unas consecuencias quizás mayores a la de los Wikileaks y conocida en su momento como los “Pentagon Papers” (Los papeles del Pentágono). De esa punta del hilo empieza a tirar Steven Spielberg para ir develando la apasionante trama The Post: los oscuros secretos del Pentágono, una película que vuelve a demostrar no sólo su extraordinaria capacidad narrativa, que lo ratifica como uno de los grandes cineastas de la tradición clásica, sino también su interés por el barro de la historia estadounidense, como ya lo había puesto de manifiesto en su notable Lincoln (2012), un film injustamente ignorado en su obra.
Ellsberg, que aún vive, era asesor directo y hombre de plena confianza de Robert McNamara, Secretario de Defensa entre 1961 y 1968. Como tal, reunió un caudal de información asombroso sobre la intervención estadounidense en el sudeste asiático que él mismo luego se encargó de filtrar a la prensa, cuando tomó conciencia de que la mentira sistemática era una política de Estado –sostenida al menos por cinco presidencias consecutivas de distinto signo, tanto demócratas como republicanas– para avalar ante la opinión pública de su país esa guerra imperial que sólo tenía por objeto equilibrar la balanza geopolítica y que costó cientos de miles vidas de ambos bandos.
A diferencia de lo que puede sugerir el título del film, el Washington Post no fue el primero en publicar esas filtraciones, sino su eterno rival, el New York Times, que por entonces le llevaba varios cuerpos de ventaja. Hacia 1971, cuenta la película, el Post seguía siendo un “town paper”, un diario local cuya mayor preocupación era de qué manera cubrir la boda de la hija del presidente Nixon, con quien el periódico había tenido alguna diferencia por la pluma filosa de su columnista de Sociales. Había otras inquietudes, sin embargo, hacia el interior de Post: tras la muerte del dueño de la vieja empresa familiar, el periódico había quedado en manos de su esposa, Kay Graham (Meryl Streep), en quien la junta directiva y los accionistas, todos hombres, no confiaban en absoluto por el sólo hecho de ser mujer.
La primera virtud del film de Spielberg, uno de cuyos guionistas es Josh Singer (libretista de En primera plana, la película ganadora del Oscar 2015 sobre otra investigación periodística que hizo historia) es de índole estrictamente narrativa. Con una habilidad y una capacidad de síntesis endiabladas, el director va cruzando al menos tres historias paralelas, que no pueden sino terminar confluyendo: por un lado, la manera en que Ellsberg (Matthew Rys) se las ingenia –en la era pre-digital– para filtrar documentos que abarcaban más de 7.000 páginas de papel; por otro, la batalla social de Kay Graham para mantenerse al frente de su empresa familiar y hacerla sustentable; y por último, la del director periodístico del Post, Ben Bradlee (Tom Hanks) por convertir a su diario en una publicación nacional de primer nivel, capaz de competir de igual a igual con el Times. Oportunidad que paradójicamente le dio su enemigo, el presidente Richard Nixon, cuando con una medida judicial logró impedir que el Times siguiera publicando ese informe incendiario, lo que le dio la posibilidad al Post de retomar el tema allí donde lo había tenido que dejar su rival.
Que ambos periódicos terminaran unidos enfrentándose a la presidencia en una feroz batalla judicial que culminó con un fallo histórico de la Corte Suprema a favor de la libertad de prensa es lo que le da a su vez al film de Spielberg un valor de actualidad. The Post es una película sobre un episodio del pasado que se propone tener una resonancia en el presente. En el apogeo de la posverdad y de las “fake news” de la era Trump, la película de Spielberg viene a reforzar la importancia del periodismo de investigación y la necesidad de enfrentarse a los poderes establecidos. No por nada en el clímax se permite citar una frase de aquel fallo que fijó jurisprudencia y que dice: “La prensa está para servir a los gobernados, no a los gobernantes”. Un concepto fundamental que también debería tener hoy una resonancia en Argentina.
A la manera del mejor cine clásico estadounidense, The Post maneja estupendamente los tiempos, acelerando el paso cuando es necesario generar tensión y suspenso y aplicando el freno cuando los personajes se debaten en dilemas personales que son también de índole ética, al modo fordiano. “¿No irías a la cárcel por evitar una guerra?”, le pregunta Ellsberg a un periodista del Post, a quien el interrogante se le clava como una espina. Por otra parte, aunque el tema del film es otro, Spielberg –en su rol de productor antes que de director– parece también estar hablando de cine y de la manera de concebirlo en el Hollywood de hoy, que da la impresión de darle la espalda, al punto de que su película apenas pudo reunir un par de candidaturas al Oscar, entre ellas la consabida a Meryl Streep como mejor actriz. Cuando su personaje, el de la dueña del diario, defiende ante el board su producto diciendo que prefiere privilegiar la calidad antes que la cantidad pareciera que es Spielberg quien habla por su boca, dirigiéndose a sus inversionistas.
Tal como lo desarrolló una nota del periódico británico The Independent acerca de The Post en estas mismas páginas, la película –como casi todas las de Hollywood– hace del periodismo una profesión noble, como debería ser, y de los periodistas unos héroes, algo que muy rara vez son. Parece que más allá de la batalla que narra el film de Spielberg, coronado con un pertinente epílogo dedicado al caso Watergate, que terminó de poner en el mapa al Washington Post, los personajes centrales de su película no eran tan puros e idealistas como se los pinta. Pero esa es otra historia, que merece un recuadro aparte.