Esa mujer que nos mira con un pañuelo rojo con lunares blancos en la cabeza y un mameluco azul con la manga remangada haciendo el gesto de fuerza con el brazo en ángulo recto para que el músculo y el puño cerrado muestren lo suyo, es Rosie la remachadora, Rosie, the riveter una propaganda creada en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
La vimos estampada en carteras, remeras, tazas de desayuno, en perfiles de whatsapp, en carteles hechos banner con un agujero en la cara para que podamos poner la nuestra para la foto, en pósters de cuartos propios y también en los de la calle en marcha. Rosie es un icono feminista, la imagen del “podemos hacerlo”. Un guiño, una señal. Por eso eligieron ser ella por un rato Maggie Simpson, Michelle Obama o Beyoncé (la lista de famosas que posan a lo Rosie no termina en la bella texana), y por eso aparece cuando se la necesita. Rosie sabe de necesidades, fue creada por necesidad. La razón de esa necesidad la dictaron en ecuación corriente la guerra y la ausencia de hombres en las fábricas (y en la cancha también, la historia de las primeras jugadoras de la liga de béisbol femenino la cuentan Madonna y Geena Davis en A League of Their Own). Se trataba solo de eso, de un reemplazo, de un trabajo temporario sin independencia ni deseo ¿qué era ese “podemos hacerlo” sino un slogan de entretiempo? Las necesitaban hasta que volvieran los hombres; después, ellas iban a volver a sus casas y todo volvería a la normalidad. Era un “deber de esposas”, por eso trabajaban en condiciones precarias y ganaban mucho menos haciendo lo mismo que hacían ellos. A la desigualdad la llamaban “deber patriótico” y no importaba la vocación ni la independencia económica; estaban vestidas de trabajadoras con máquina pesada en mano para hacer lo que tenían que hacer: apoyar a los soldados y a la causa; eran un mientras tanto. Un origen nada revolucionario que el póster debe reconocer -recordando a las primeras huelguistas que se revelaron al “podemos hacerlo”- si quiere ser un icono de empoderamiento feminista en el siglo XXI.
La imagen es de J. Howard Miller y había quedado en el olvido hasta que los años ochenta la convirtieron en icono pop. Color no le faltaba. Fue entonces cuando muchas de las mujeres que habían trabajado durante la guerra se vieron en aquella Rosie. Todas eran Rosie, pero fue Geraldine Hoff Doyle, que había prensando metal en aquellos años de remaches, quien dijo ser la mujer del retrato. Y así se la despidió, como a la forzuda Rosie del pañuelo y el bucle –“no tan musculosa, era glamorosa y con labios bonitos”, decía su hija mientras recibía las condolencias–, cuando murió en 2010 en un geriátrico de Michigan. A pesar de la certeza de Geraldine las Anastasias del mameluco se multiplicaban mientras tarareaban la canción que hablaba de ellas y de su novio marine; encontrar a la verdadera se convirtió en una obsesión para un profesor que salió a buscarla durante más de seis años y que dijo haberla encontrado después de dar con la foto en un anticuario. Se llamaba Naomi Parker Fraley y fue una de las primeras mujeres (su hermana Ada formaba parte del escuadrón de las pioneras) en perforar y remendar las alas de los aviones tras el ataque de Pearl Harbor. Naomi murió hace pocos días, tenía noventa y seis años. Fue cuando los titulares de los diarios volvieron a despedir a Rosie la remachadora solo que esta vez diciendo que era “la verdadera”.