Existe un tiempo de la escena que es inaprensible para el público. Nadie sabe donde están ubicados los personajes porque contar se vuelve un territorio, el único espacio de pertenencia. Estos hombres y mujeres se sustentan en su posibilidad de hablar y en esa palabra tan certera, propia de una narración que encuentra zonas en común donde sólo parecía haber desolación, ellxs salen de su lugar invisible para ser autorxs.
Los hombres interpretan desde una identificación que decanta en el realismo. Las mujeres, por el contrario, elaboran a sus criaturas desde una forma que internalizan de a poco, cuando todo lo sensible de su relato las toca con una fuerza decidida a chocar contra ellas. Este dato que podría ser una diferencia estética se convierte, en Entonces la noche, en un surco que divide a los personajes. Las mujeres necesitan pensar su condición y explicitar el recorrido de esa construcción, mientras que los hombres ofrecen una particularidad que no demanda más que ser.
En la disposición de la escena, lo teatral se delata como una luz que siempre grita que allí está ocurriendo una ficción. En la sucesión de monólogos lxs intérpretes nunca están solxs, la presencia del resto del elenco, sus miradas, su modo de opinar desde los gestos o la risa agregan una tensión impredecible. Algo más irrumpe en esa narración colmada de imágenes como una barcaza capturada por las olas.
La escritura de Martín Flores Cárdenas hace de la descripción una montaña de acciones y del acto de narrar un conflicto que se complejiza para que cada parlamento opere como una suerte de amparo para lxs espectadorxs. Un montaje de cuentos que sugieren una película con su estructura discontinua, con esa capacidad de unir lo que parecía aleatorio o roto, lo que no encajaba pero se completa en el detalle más discreto de otro relato encendido.
Los perros, como una figura coral, como las furias de la tragedia griega que van a morder el cuerpo de la prostituta, aparecen en una repetición insidiosa y sombría .Tal vez, el texto más bello sea el que le corresponde a Dolores Fonzi. Esa muchacha voluptuosa que trabaja en la ruta pero no se encuentra con un cliente sino con una jauría que se adivina en esos ojos brillantes, en esa noche que esconde a un ejercito de perros. Fonzi hace del texto un túnel en el que se mete de a poco para envestirla cuando entiende que va a ocurrir lo inevitable.
La otra mujer que debe responder en la madrugada a los llamados persistentes en el portero eléctrico tiene la belleza eterna de Cecilia Roth. Su exaltación es propia de ese decir como puntada y saña. La calle parece pedirle que salga desnuda y sin maquillaje, que soporte los gritos de un desconocido que la señala detrás de un vidrio.
Los vagabundos apaleados por los jóvenes ricos son un paisaje que vuelve. Una violencia que está allí, como una fogata adonde todxs van a caer.
La dramaturgia de Flores Cárdenas hace que el desarrollo de las escenas pertenezca a una etapa irrecuperable. Estar en el camino es una instancia mental. Ese deambular que se contrapone a la quietud de la escena, al modo espectacular en que los músicos acompañan el relato como si fueran los artífices de la banda sonora de una película, delata una soledad que parece haberlxs vencido. Como integrantes anónimxs de una comunidad de náufragxs los seres de Entonces la noche atesoran experiencias malogradas y en esa serie de anécdotas imaginan descubrir algo masacrado, un alma salvada que sobrevive y todavía puede contar lo que vio.
Entonces la noche se presenta los miércoles y jueves a las 20: 45, los viernes a las 21, los sábados a las 20:15 y 22:15 y los domingos a las 20 en el Paseo La Plaza.