Al fútbol argentino le falta un libro: el del subcampeonato del mundo en Italia 90. La obra, que podría llamarse “El milagro” o “La odisea”, acompañada por el subtítulo “Una trama de épica, trampa y delirio”, tiene material suficiente para ser narrada en tono de thriller: el pulgar abajo de Diego Maradona para que Ramón Díaz no se sume a la selección, la negativa del plantel para que el presidente Carlos Menem ingrese al vestuario del San Siro minutos antes del debut contra Camerún, Francois Omam Biyik suspendido en el aire, la patada de un futbolista soviético que destroza el tobillo de Maradona, la hermana bastarda de la Mano de Dios ante Unión Soviética, la limusina bamboleante de Mariana Nannis y el Ferrari Testarrosa de Maradona en la concentración argentina, el anuncio de Bilardo “si perdemos en primera ronda prefiero que se caiga el avión antes que volver al país”, el bidón contaminado con un sedante para que cayera algún futbolista brasileño (y cayó Branco), los palos salvadores contra Brasil, la magia de Maradona en un pie y una muleta, la melena al viento de Caniggia dejando atrás a Taffarel, las postales agitadas puertas adentro de la selección, el yugoslavo (ahora croata) Tomislav Ivkovic atajándole un penal inútil a Maradona, Sergio Goycochea que comienza a correr y no parará hasta posar en calzoncillos, el dilema del público napolitano entre su adoración a Maradona y su condición italiana, el otro gol de Caniggia, el insulto de Walter Zenga sin dejar de mascar chicle, las manos de Goycochea, el “hijos de puta” de Maradona al público de Roma en el himno argentino antes de la final, el karateca Pedro Damián Monzón, el penal de Roberto Sensini (o del árbitro mexicano Edgardo Codesal) y la denuncia de una “mano negra” de la FIFA.
Pero, además, en un libro sobre Italia 90 no debería faltar la multiplicación de sucesos desarticulados, un gran “lo atamo’ con alambre”, a tono con una selección remendada que atravesaba fases escupiendo gasoil. Aunque la reconstrucción del anecdotario suele ser el ingreso a una calle sin salida (y a la celebración trivial de sus protagonistas), algunas historias laterales definen a un equipo, o a su cuerpo técnico, o simplemente a la necesidad humana de encontrar una cueva en la que refugiarnos cuando lo que está en juego nos importa demasiado (más de lo que debería, seguramente). Como, por ejemplo, el misterio de las tres tiras en el pantalón negro que Argentina usó en el Mundial 90.
La prehistoria de este asunto comenzó en los meses previos al Mundial 90, cuando Bilardo puso en marcha su “operativo indumentaria”. Así como para México 86 le había pedido a la marca francesa que entonces vestía a la selección, Le Coq Sportif, que hiciera un juego de camisetas livianas que contrarrestaran la altura y el calor del mediodía mexicano, cuatro años después el técnico le pidió a Adidas, la empresa que desde enero de 1990 había pasado a confeccionar la ropa argentina, que para Italia 90 respetara el diseño de aquella vestimenta de México. Básicamente, que mantuviera los “agujeritos” de la remera, llamados en la jerga “panal de abejas”, aunque esta vez no con fines precautorios para el calor italiano sino para respetar la industria de la cábala. En la lógica del técnico, si los agujeritos habían ayudado a que los planetas se alinearan en México, por qué dejarían de hacerlo en Italia, sea con Le Coq Sportif o con Adidas.
Pero Bilardo fue por más y antes del Mundial 90 hizo viajar a México a un empleado de la AFA para que comprara camisetas azules en el mismo local del Distrito Federal en el que Rubén Moschella (gerente administrativo de la selección) y Rubén Benros (utilero) habían conseguido contrarreloj, el día previo al partido contra Inglaterra en 1986, las remeras que la selección debió usar de apuro (y con éxito) el día de los goles de Maradona. Adidas rumió y aceptó el primer pedido de Bilardo, el de las camisetas de tela con tecnología Air-Tech (la de los “agujeritos”), y de esa sugerencia nació el diseño de una camiseta hermosa, pero lógicamente rechazó el segundo reclamo: el contrato de 10 años que Le Coq Sportif había firmado con la AFA en 1980 acababa de finalizar y ya había entrado en vigencia el vínculo con la empresa alemana que duraría hasta 1999, cuando sería reemplazado por Reebok.
Pero ya en Italia, Bilardo siguió obsesionado con repetir todos los mecanismos de 1986, hasta las cuestiones más decorativas como la camiseta y los pantalones de los jugadores, y finalmente le terminaría ganando la pulseada a Adidas, aunque muy pocos se dieran cuenta. Incluso 28 años después, podemos seguir mirando los goles de Argentina en Italia 90 sin que nadie, o casi nadie, advierta la intromisión de Bilardo en la indumentaria.
En su debut contra Camerún, Argentina jugó con pantalones negros, con las habituales tres tiras de Adidas, y perdió 1 a 0. Fue un Waterloo para el campeón del mundo, pero en especial para el técnico, que llegó a decir que prefería que el avión se cayera antes de regresar a Buenos Aires con el fracaso a cuestas. Bilardo tenía que tomar decisiones y para el siguiente partido, ante Unión Soviética, cambió a cinco jugadores. Salieron Néstor Fabbri, Néstor Lorenzo, Roberto Sensini, Abel Balbo y Oscar Ruggeri (lesionado éste último) e ingresaron José Luis Serrizuela, Monzón, Julio Olarticoechea, Pedro Troglio y Caniggia. Pero además Bilardo hizo otro cambio, uno de vestimenta: mandó a tapar las tres tiras del pantalón negro de Adidas por considerarlos portadores de energía negativa. La regla de tres simple bilardista indicaba que, si Argentina había ganado el Mundial 86 con pantalones negros lisos y había perdido contra Camerún con las tiras al costado, no debería volver a jugar con la vestimenta perdedora. Y por supuesto lo hizo, o lo mandó a hacer, a escondidas.
“Yo estaba en la cancha, el San Paolo de Nápoles, y no me avivé -recuerda Héctor Querido, que en 1990 trabajaba para Gatic, la empresa argentina que tenía la licencia de Adidas internacional-. Con la emoción del partido, y del triunfo contra los soviéticos, se me pasó por alto. Había mucha tensión. Teníamos que ganar o nos volvíamos. Pero al día siguiente me llaman desde la oficina de la empresa en Buenos Aires. Era Jorge Pérez Matheu, uno de los encargados de Gatic. ‘¿No te diste cuenta?’, me pregunta Jorge, que había visto el partido por televisión. Yo no sé de qué me hablaba”.
Lo que a continuación le dirían a Querido lo dejaría golpeado, herido en su autoridad: la selección argentina había jugado ante Unión Soviética con un pantalón negro liso, sin las tres tiras.
“Me quería matar, no lo podía creer –retoma Querido-. Yo era el único representante de Adidas-Gatic en el Mundial y lo primero que pensé es que me iban a echar. ¿Para qué me habían enviado a Italia si me estaban sacando los mocos de las narices? Salí a averiguar y hablé con Tito Benros, el utilero, que me dijo que la orden había sido de Bilardo. Que Argentina se había consagrado campeón del mundo en el 86 sin las tres tiras, y que acá habíamos perdido, así que la culpa la tenían las tiras, y se las hizo sacar de todos los pantalones. ‘¿Sabe qué pasa, Héctor? –me dijo-. Si no lo hago, me echa a mí. Así que si me pide que lo vuelva a hacer para el próximo partido, lo tendré que hacer otra vez’”.
Querido fue a quejarse ante el sumo pontífice de la AFA, Julio Grondona, que puso cara de extrañado: “Pero no me digas que Bilardo hizo eso. Dejame que averiguo”. Adidas habló de presentar un juicio millonario. Gatic presionó que el caso había llegado hasta Alemania, el país de origen de la empresa. Pero tampoco había mucho tiempo: Argentina volvía a jugar cuatro días después, ante Rumania, así que Querido apuró el plan para el próximo partido.
“Se había determinado que Argentina debía jugar con pantalones blancos, así que agarré dos juegos, como 50 unidades que tenía en mi habitación, y se los entregué personalmente a Grondona. ‘Julio, acá están los 50 pantalones blancos para esta noche, queda todo en sus manos’, le dije, y listo, esa noche volvimos a jugar con las tres tiras, no perdimos, avanzamos a la próxima fase y también se usaron en el partido siguiente, contra Brasil, y el resto del Mundial”.
Pero el recuerdo de Querido es cierto solo en parte. Es verdad que ante Brasil y en la final frente a Alemania, Argentina volvió a usar pantalones blancos. Sin embargo, ante Yugoslavia e Italia, la selección vistió pantalones negros… lisos, sin las tres tiras, en perjuicio de su proveedor de ropa deportiva. O sea, volvió a usar la vestimenta de la victoria ante Unión Soviética y no la de la derrota ante Camerún. “Noooo, ¿estás seguro? –duda Querido-. ¡Me habrían echado! Qué raro, es una novedad total lo que me estás diciendo, pero bueno, si estás viendo las fotos, no te puedo contradecir. Por suerte ya no me pueden echar”.
Benros, el utilero de la selección en 1986 y 1990, murió en 2016. El año anterior a su fallecimiento, en una de las pocas entrevistas que concedió (no porque fuera reacio al periodismo sino porque no generaba interés entre los medios), me senté a tomar un café con él para que me contara intimidades del Mundial de México. En el medio de la charla, sin embargo, me contó con cierta resignación que su trabajo en Italia 90 había sido un suplicio. O, en sus palabras, “un quilombo… lo que sufrí”. Dijo que los pantalones blancos de Adidas eran muy pequeños (“los jugadores se quejaban, no les entraban en las gambas”), al punto que Maradona le pidió que le separara uno del Napoli. “Viste que el Napoli usaba pantalones blancos… Entonces le trajimos uno del Napoli pero los números no concordaban con los de Argentina, así que no los pudo usar”, dijo.
-¿Y por qué Argentina siguió usando pantalones negros sin tiras el resto del Mundial? ¿Cómo hicieron para que Adidas lo aceptara?, -le pregunté a Benros.
-Porque Bilardo siempre conseguía lo que quería. Y si era una cábala, se cagaba en todos.