Desde París
El remolino “ni de izquierda ni de derecha” del presidente Emmanuel Macron absorbió casi todo lo que se encontraba en su entorno ideológico. Ese centro de gravedad se tragó a la derecha moderada y arrastró al ala más socialdemócrata del Partido Socialista. El socialismo francés está en una fase agónica. Nadie se anima a conjeturar si resurgirá de las divisiones y las derrotas electorales o dejará de existir como fuerza de gobierno para convertirse en un eje apenas testimonial. Su crisis es política, electoral y financiera. El PS quedó como esas familias ricas que se van empobreciendo y deben vender sus joyas. Una de ellas es la sede del PS adquirida hace 38 años por el difunto presidente socialista François Mitterrand en la Rue Solferino, ubicada en el distrito VII, uno de los barrios más exquisitos de París. Eran tiempos de triunfos y mar abierto hacia la victoria que, en mayo de 1981, condujo a Mitterrand a la presidencia (1981-1995). El edificio simboliza toda la grandeza pasada y la decadencia actual. La venta de este aristocrático palacio de 3000 metros cuadrados servirá para asumir el costo económico de las sucesivas derrotas electorales en las presidenciales de abril y mayo de 2017 y las legislativas de junio. A ello se le suma un ajuste interno que dejará sin trabajo a aproximadamente la mitad de los empleados del PS.
Entre 1905, fecha del congreso donde se constituyó el partido, y 2017, ha pasado más de un siglo a lo largo del cual el socialismo atravesó muchas vicisitudes. Sin embargo, el último mandato del socialista François Hollande y, sobre todo, el nombramiento como primer ministro del entonces también socialista Manuel Valls cumplieron con los pronósticos de la prensa durante la presidencia de Hollande (2012-2017): Hollande y Valls aparecían como los sepultureros del Partido Socialista. La disputa interna entre los partidarios de la ya famosa tercera vía, teorizaba en 1998 por el ex presidente norteamericano Bill Clinton y el ex primer ministro británico Tony Blair,y el socialismo más genuino derivó en una naufragio perfectamente ilustrado en las presidenciales de 2017. La izquierda reformista, autoproclamada moderna, contra la otra “izquierda inviable”, atada “al pasado”, según los epítetos de Manuel Valls. No ganó ni la una ni la otra sino que todas perdieron. El electorado de sensibilidad tipo The Third Way se fue con Macron y el otro se dispersó entre un puñado de fieles al PS y el resto que, espantado ante el ridículo público de los líderes de su partido, se unió a la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. En 2017, los dos representantes de estas corrientes se fueron del PS. Manuel Valls se unió a los parlamentarios del partido presidencial La República en Marcha y el candidato del PS a las elecciones presidenciales, Benoît Hamon, le siguió los pasos, pero hacia la izquierda:dejó el PS y fundó el Movimiento Primero de Julio. Desde entonces, sin plata, con escasos parlamentarios y un crédito político hipotecado el PSF sobrevive en busca de una fórmula para volver a ser. No ya mucho o poco, simplemente existir en la franja-cuerda floja donde aún pariste un núcleo de devotos.
El ocaso ha sido estrepitoso. Ante la sorpresa general, Benoît Hamon ganó las primarias socialistas, donde derrotó a Valls. Este, durante la campaña, no hizo más que bombardear su candidatura. Luego, en las presidenciales, Hamon no alcanzó ni siquiera a pasar a la segunda vuelta (6,21%). Más tarde, en las legislativas de junio, el PS se quedó con grupo de diputados confidencial, apenas 30 cuando en 2012 había obtenido 284. De allí la debacle financiera que lo forzó a vender su sede. Según reveló su tesorero, Jean-François Debat, de los 27 millones de euros que el partido recibía cada año del Estado ahora sólo cobra siete. Perderá 20 millones anuales, lo que, en los cinco años que dura la legislatura, equivale a 100 millones de euros menos en las cajas. La venta del edificio, entre 50 y 70 millones de euros, sólo alcanzará para sobrevivir hasta la próxima parada electoral. Para salir del pozo, la palabra de moda es “refundación”. El proyecto es, si no ambicioso, al menos inestable. El tan mentado “extremo centro de Macron, heredero directo del “centro radical” de la Tercera Vía tal y como surgió de las conferencias que se llevaron a cabo en Washington y Florencia (1999) bajo el lema The Third Way Progressive Governance for the 21st Century, y luego en Berlín (junio del 2000, se la llamó “la cumbre de los modernizadores” y estaba presente el ex presidente Fernando de la Rúa) no le ofrece mucho espacio al PS en esos territorios de moderación. A su vez, la persistencia de una izquierda radical liderada por Jean-Luc Mélenchon estrecha aún más los espacios. La herida socialista es central. La vergonzosa y desleal guerra pública entre genuinos y reformistas, o si se quiere, entre socialismo puro y social liberalismo, dejó huellas por el momento inolvidables. ¿ Final de una historia política y social sin precedentes ?. ¿O sólo un accidente grave pero no mortal ?. Las apuestas circulan en toda Francia. Las hay que van a la caja de un final rotundo, sin resurrección posible. Y las otras, las que optan por una mirada menos dramática. Esa es la observación de Henri Weber, un miembro del PS, director de estudios europeos y ex parlamentario. Weber argumenta que, en el pasado, el partido forjado por Jean Jaurés ya fue dado por muerto y enterrado tres veces (1920, 1940, 1969). Ahora entró en la cuarta dimensión. El experto francés admite que un sector del PS se irá con Macron, el otro se unirá a Mélenchon mientras que un tercer grupo, “llevado por una nueva generación, se esforzará en construir una socialdemocracia del Siglo XXI”. La sociedad, en todo caso, se inclina por una larga travesía del desierto. Una encuesta realizada por Opinion Way indica que 74% de las personas piensa que el PS vive “una crisis duradera”.
El Partido está hoy en plena fase de elección de un nuevo Primer Secretario con cuatro opciones distintas: Luc Carvounas, Olivier Faure, Stéphane Le Foll y Emmanuel Maurel. Faure, actual presidente del grupo socialista en la Asamblea Nacional y considerado como “centro izquierda”, es, por ahora, el favorito del voto que recién intervendrá en marzo. Stéphane Le Foll es un allegado a François Hollande y su línea, Luc Carvounas es una suerte de discreto heredero del social liberalismo de Manuel Valls, y Emmanuel Maurel es el ala izquierda. El abril de este año se llevará a cabo el Congreso de la “refundación” con el doble objetivo de emprender una resurrección y salir de una crisis de carácter histórico. Su peor enemigo ya no es interno, sino externo. El macronismo y el melanchonismo siguen con todo el viento a favor. El socialismo francés camina aún a tientas, mareado por la derrota y una sucesión inimaginable de traiciones. De aquí a que vuelva a suscitar ilusiones tal vez pase mucho tiempo.