Jueves 25, tarde de calor, un sufrido porteño en el Centro se dirige al subte en la esquina del Cabildo. Bajando por Hipólito Yrigoyen, se encuentra con un volquete repleto de escritorios de melamina rotosos, tablones diversos, estantes vencidos y el cartelón de la Asombrosa Excursión de Zamba que anduvo por los jardines del monumento por tanto tiempo. El porteño en cuestión es un amante del patrimonio y un husmeador de demoliciones y volquetes, de los que rescató tesoros diversos. Pero en este caso no podía creerlo: en el medio de la evidente basura estaba un reclinatorio de buena factura y de muchos años, una pieza que de ninguna manera tenía que estar allí. Como se ve en la foto, este mueble tan obsoleto –se usaba en hogares u oficinas para arrodillarse a orar– tiene sus tapizados rotos y una patita faltantes, pero es perfectamente restaurable. La pregunta primera es a quién se le ocurre tirar semejante objeto. Y la segunda es, si pertenece al Cabildo, cómo puede ser que se tiren piezas del mobiliario sin piedad y sin número de inventario.