Dicen, y no es una broma, que las películas argentinas que más disfrutaban los ciegos eran las de Leonardo Favio. Al estreno de Juan Moreira, por ejemplo, fueron espectadores ciegos. Y fue tal el disfrute que para las funciones siguientes los productores invitaron, según reseñan los diarios del 1° de agosto de 1973, “a distintas entidades que agrupan a no videntes”. La explicación de esa empatía es sencilla: tiene que ver con el poderoso sonido de aquellos filmes, el imponente concepto operístico de esas músicas que siempre fueron centrales. Favio era obsesivo con el tratamiento sonoro porque aspiraba a que sus películas se escucharan bien en las pequeñas salas del interior, que no contaban con equipamientos. No le interesaba que su cine fuera consumido sólo por el circuito porteño; quería llegar al pueblo. Su plan artístico era tan estético como político.
Con muchos menos elementos, Luciana Jury logró un efecto similar en la octava noche del Festival de Cosquín que acaba de terminar; pura conmoción, puro sonido, pura imaginería. Pueden asomarse a YouTube: lo que Luciana hizo a través de un par de pases mágicos fue que su tío estuviera en la Próspero Molina. No sólo en una pantalla gigante; Favio estuvo presente con su volcánica desmesura en el arte mismo de la Jury. El ADN explotó. Lo onírico, lo transfigurado, lo fantástico es una marca de familia. Con su voz que parece venir de un patio andaluz –y toda la impronta árabe– la cantante es probablemente la artista más fulgurante, incorrecta y libre surgida en los últimos diez años. En 2008 dejó sedimentar su temperamento rockero de suburbio y debutó en el disco con el guitarrista Carlos Moscardini, en “Maldita huella”. A partir de entonces no paró. Intervino cuantas veces pudo la realidad social. Su bandera tiene las dimensiones vastas de una libertad total que para muchos resulta intolerable. Todo lo ejecuta a su manera, sin alharaca, rea y al mismo tiempo aristocrática. Trazó, al fin, ella también, un plan estético y político.
Ese diseño –intuitivo, visceral– viene abarcando desde la recuperación de cantos extraviados en la noche de los tiempos hasta la libertad sexual. Supo sacar debajo de la alfombra del derecho de autor cuecas chilenas anónimas, hizo “Post Crucifixion” de Pescado Rabioso como si Luis Alberto Spinetta hubiera nacido en Perú, grabó con Gabo Ferro un tremendo disco a dúo... Ahí está, ahora, en el siempre atemorizante escenario Atahualpa Yupanqui: delante de un trío bajo, guitarra y batería, encarando “Ella ya me olvidó” sobre el final de su mínima media hora en Cosquín. Antes había reformulado la cumbia “En tu pelo”, el hitazo de Lía Crucet. Una pareja de varones bailó sobre ese cover tropical, circunspecta, amorosamente. Un guiño queer memorable. Al terminar su set, lo último que expresó la Jury fue: “¡Mucha vida, poca vergüenza!, como dijo Susy Shock”. ¿Alguien habrá entendido la rúbrica de la cita? El audio de este tipo de eventos al aire libre da para que el Susy Shock acaso llegue a los oídos del público como si fuera el apellido de un gurú new age japonés. Pero la Jury es cualquier cosa menos new age y citó a Susy Shock, una cantante, poeta y actriz nacida en Balvanera que se autodefine como “trans-sudaca”.
Todo esto ocurrió en Cosquín. Un foro históricamente conservador de la argentinidad, un irresistible agujero negro que abduce tensiones y contradicciones y que enciende pasiones en todos: desde sojeros en 4x4 hasta paisanos de a pie, de urbanos curiosos a cazadores de talentos. Con polémicas mayores o menores, que pueden partir de la mención a Santiago Maldonado a la disputa a los codazos de horarios centrales televisados.
Con ese antecedente, en el medio de la ciénaga donde puede caer hundida, Luciana Jury se planta en el escenario. Su tío la escudriña desde la pantalla gigante; su padre, Zuhair, guionista de la mayoría de las películas de Favio, hace lo mismo pero frente a la TV, en su casa en Tortuguitas. Cuando le preguntan por qué canta como canta, ella responde: “Por la literatura de mi padre. Lean ‘El glorioso velorio de la Juana Pájaro’. Ahí están las claves de todo”. En ese texto, el último de su cosecha, Zuhair muestra una prosa desbordante, expansiva, que trabaja con sueños, pesadillas y fantasmas. Todos mueren, resucitan, vuelan.
Ahora el trío de Juan Saraco en guitarra, Lucas Bianco en bajo y Leandro Savelón batería hace una base sobre “Ella ya me olvidó”. Es el momento cumbre de la noche, el que hace ir una y otra vez a YouTube. Jury entra en éxtasis y empieza a recitar, a gritar:
“En tu nombre, en todo tu ser. Jorge Zuhair Jury, Leonardo Favio. ¡Acá está Juan Moreira, mierda! Nazareno, no no no, Nazareno. Desecha el material: la plata, el oro, por amor Jesucristo. ¿Monito? ¡Monito las pelotas! ¡Señor Gatica! ¿Me escuchaste papito? ¡Oligarcón! Soy Gardel. Volá. Ofrenda a la tierra. Un pedazo de tierra para vos, el mismo pedazo de tierra para todos. Por el derecho de haber nacido. Ofrenda a la tierra. Un futuro distinto para nuestros hijos. Ofrenda a la tierra. Cambiar el mundo y unirlo, esta vez por amor. No al desmonte, no al monocultivo. Ofrenda a la tierra. No a la explotación laboral, de niños, niñas, mujeres, hombres, bisexuales. No a la resignación, recuperar la alegría de estar vivo”.
Como una Janis Joplin del conurbano deja el recitado, retoma “Ella ya me olvidó” y se desarma en jadeos. Después dice lo que dijo Susy Shock sobre la vida y la vergüenza. Deja el escenario lleno de espectros: Nazareno, Moreira, Gatica, Gardel, Favio. Interviene, no para de intervenir sobre paradigmas de género que caen con estrépito y sobre la revolución sexual que se debate cada día de diferentes formas en diferentes medios y se va con un eco: Yo no puedo olvidarlo. Yo lo recuerdo ahora.