Para comprender una geografía, Ursula K. Le Guin prefería la escritura a los mapas. Eligió la Tierra Media de El señor de los anillos o Las ciudades invisibles trazadas por Calvino más que las rutas desplegadas en una guía Michelin. Ella misma lo contó en el prólogo de The book of fantasy, traducción de la mítica Antología de la literatura fantástica que Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo habían publicado en 1965. Se editó en Estados Unidos en 1988. Por entonces, hacía rato que Le Guin amaba la escritura de Borges, traduciéndola sin ayuda. “El poco español que había aprendido fue a través de los libros. Descubrí que, aun a los tumbos, podía leer en ese idioma. Así que, diccionario en mano, me dediqué a Borges y me dije ‘qué inteligente soy’. Pero no tuve la misma suerte con otros escritores, así que descubrí que no era tan inteligente”, le contó en los años noventa a su gran amiga, la poeta Diana Bellesi. “Borges había aprendido el inglés antes que el español. Quizás por eso su escritura es tan clara para nosotros”, conjeturaba Le Guin.
El final de ese prólogo es una declaración devota de quien lee con atención a otros porque sabe que allí radica la clave para pensar el propio universo ficcional. Como Borges, Le Guin también era experta en lenguas antiguas. “Sus poemas y cuentos, sus laberintos, sus senderos que se bifurcan, sus animales míticos, sus libros de tigres, de arena, han sido honrados y lo serán por muchos lectores; por su belleza y porque resuelven de modo magistral eso que hace la literatura al completar la función original y urgente de las palabras: crear ‘representaciones mentales de cosas que no existen actualmente’, así podemos hacernos una idea del mundo en el que vivimos y quizás, en el que viviremos”, escribió.
El primer objeto exótico que Ursula recibió de Argentina, sin embargo, no fue imaginado por Borges. Se trataba de una simple cajita que encerraba unos capullos crecidos en los plátanos del Delta, en el Tigre. Iban acompañados de una nota que decía “What are you doing to me?” (algo así como “¿qué me estás haciendo?”). Esa pregunta fue hecha por Bellesi luego de maravillarse con el poemario de Le Guin, Wild Angels, y con todas las novelas que la norteamericana había publicado hasta entonces, a fines de los setenta. La cajita fue enviada a la dirección postal que Capra, editorial del poemario, tenía en California. La respuesta llegó pronto: fue otra cajita que contenía una pequeña rama de Oregon, donde Le Guin vivía. Así se inició una amistad incombustible, que se tradujo en cientos de cartas primero, en mails después. Y en colaboraciones que permitieron acercar la obra de ambas a orillas de idiomas diferentes.
Esta anécdota es contada en Gemelas del sueño (dos voces) que también se llamó The Twins, The Dream (two voices), publicado por Norma en 1998. En este libro –bello y lúdico en toda la seriedad que encierra un juego compartido–, cada una traduce poemas de la otra. “Cuando le mandé la cajita, yo vivía en el Delta. Después de esas cartas que empezamos a enviarnos, viajé a Estados Unidos y la conocí. Desde entonces tuvimos un encuentro amoroso en el sentido más profundo del término. No hablábamos de literatura o grandilocuencias. Hablábamos de lo pequeño, de cosas intangibles y mágicas, muy personales”, cuenta Bellesi ahora, desde Zavalla, un pueblo en la provincia de Santa Fe. Ahí nació y pasa sus veranos.
Ella había incluido poemas de su amiga en un libro fundamental y extinguido: Contéstame, baila mi danza, donde fueron traducidas al castellano por primera vez poetas norteamericanas esenciales como Adrienne Rich, Muriel Rukeyser o June Jordan. Un tiempo después, en 1993, la argentina compiló y tradujo otra vez poemas de Le Guin, incluidos originalmente en diferentes volúmenes, para la editorial Nusud. Ese ejemplar se llamó Días de seda; su versión abreviada es la que aparece en Gemelas del sueño, donde a su vez Le Guin traduce los poemarios de Bellesi Crucero ecuatorial y Tributo del mudo. “Empecé a traducir a Diana sin que ella lo supiera, para saber si podía entender su escritura”, contó en el prólogo de Gemelas del sueño. También reconoció que el desafío fue enorme porque las palabras de Bellesi están habitadas por sutiles giros regionales, nombres de animales y plantas propios del Paraná, voces mestizas venidas de la oralidad que se pierden en la traducción. “Le confesé a Diana lo que estaba haciendo y ella me empezó a hacer devoluciones con sugerencias y términos explicados. Las traducciones –las suyas de mí, las mías de las suyas– son colaboraciones en el sentido más profundo del término”, evocó la escritora.
En una entrevista que Bellesi le hizo para la revista El péndulo, publicada en 1981, Le Guin afirmó: “La fantasía y la poesía son lenguajes de la noche”. Bellesi asegura: “De nada sirve separar su prosa, su poesía, sus ensayos. Todos es parte de una misma obra, atravesada por un enorme brillo poético en una lengua que, como todo lo nocturno, se reinventa cada vez, en cada lectura”.
Ese mismo destello, esa misma ciencia ficción híbrida, con evocaciones que van desde el fantasy a la antropología, atraviesa los tres volúmenes de La saga de los confines, de Liliana Bodoc, que comenzaron a publicarse en el 2000. Bellesi los envió a Oregon y Le Guin, tras leerlos en castellano, dejó un mail en la casilla del editor de Bodoc. Allí decía: “La escritura de Liliana trae, por primera vez, un punto de vista realmente su- damericano a la fantasía puramente imaginada, a diferencia de la fantasía borgiana y la semi-fantasía de los realistas mágicos”. Desde San Luis, donde se mudó hace rato, y antes de subirse a un avión para ir a la Feria del Libro de La Habana, Bodoc evoca esa carta como definición exactísima y entrañable de su trabajo. “Era una maestra para mí. Por eso me permití escribirle el año pasado, cuando junto al ilustrador Gonzalo Kenny decidimos publicar Venado, un libro-álbum inspirado en La saga...”, dice. “El día que salía para imprenta, apareció un mail de Ursula. Así que gracias a ella, este libro tiene un pequeño gran prólogo de lujo”.
Le Guin también alabó La pasión de los nómades, novela de María Rosa Lojo, cuando se publicó en 2011 en Estados Unidos. Aseguró sentirse atrapada por la belleza con la que Lojo teje vínculos entre el pasado y el presente de Argentina a través de las derivas por las pampas del mago Merlín y su compañera Rosaura.
Antes, Le Guin había llegado más lejos al traducir los cuentos barrocos, de castellano desafiante, incluidos en Kalpa imperial, de Angélica Gorodischer. A lo largo de millones de años, se relatan las derivas de un reino por donde desfilan linajes y reyes locos, libidinosos, justos o decadentes. “Sus imágenes se nutren del legado europeo en el Nuevo Mundo, como sombras chinescas de fuerzas pavorosas y poder irracional, decadencia y esplendor, y el inextinguible anhelo de libertad”, escribió Le Guin sobre un texto que abordaba obsesiones similares a las suyas, publicado originalmente en 1983, que ella tradujo veinte años después. “Una de las cosas que compartíamos era nuestro feminismo”, cuenta Gorodischer desde su casa en la zona sur de Rosario. “Pero lo que una es y piensa se transparenta en la obra. No es necesario proclamar en tu literatura ‘soy esto o lo otro’. El interés de Ursula por el poder, su buen uso y sus desvaríos estuvo claro desde los comienzos de su obra.”
En uno de los poemas de Días de seda, Le Guin dice “Estoy aquí/ Dónde es aquí/ sólo Dios sabe”. Es posible buscar la respuesta en los intersticios entre el origen y el futuro. Ahí ella edificó una obra que, aunque preserva el misterio, también regala señales luminosas en la oscuridad. Para ese doblez indagó su lengua inglesa y otras varias; entre ellas, el castellano de esta zona del mundo. Aspiraba a un diálogo universal de la imaginación. Su mapa literario se completa, entonces, con lectores que sigan esas luces titilantes.