Fue un flechazo instantáneo. Omara Bombino Moctar descubrió el instrumento que marcaría su vida en plena infancia, mientras atravesaba junto a su familia la dura experiencia del exilio en Argelia, luego de la rebelión tuareg que se desató en 1990 en Níger, su país natal. La lucha por la independencia fue perseguida por el gobierno de turno y los Moctar, como tantos otros compatriotas, encontraron refugio al otro lado de la frontera. “Vivíamos con unos primos que eran más grandes que yo, uno de los cuales tenía una guitarra”, cuenta Bombino. “Me atrajo desde la primera vez que la vi. Y realmente me obsesioné con aprender a tocarla por mi cuenta. Veíamos videos de Jimi Hendrix, Dire Straits y otros grupos occidentales. Y yo trataba de copiar todo lo que ellos hacían. Me enamoré profundamente, a primera vista de la guitarra”.
Hoy es una suerte de celebridad en su tierra y sus canciones levantan vuelo a puro blues desértico sobre el panorama global, pero antes debió sortear más de un obstáculo. Las seis cuerdas y la experiencia de crecer lejos de su hogar lo conectan con el origen del género afroamericano, que en esa región del continente se cubre con la arena de las dunas y la particular cadencia de la música árabe. “Es difícil saber qué clase de influencia tuvieron esos tiempos en mí, yo era muy chico y recién estaba empezando a descubrir un montón de cosas sobre el mundo”, dice. “Recuerdo la frustración de mis mayores, el anhelo compartido de estar en casa en Agadez. Pero ese fue también el tiempo en el que tuve la libertad para descubrir la música, la guitarra y para empezar mi propio camino. Entonces aún en medio de la oscuridad había una luz que brillaba, y es la misma que siguió iluminando mis pasos desde entonces”.
La evolución que siguió su estilo dibuja una curva ascendente que no parece encontrar su propio techo. Quedan, sin embargo, rastros que conducen a sus inicios. La veta autodidacta, la heterodoxia y el virtuosismo contenido, sin grandes alardes técnicos, por caso, remiten a Mark Knopfler de Dire Straits. “Sí, fue un gran héroe para mí en esa primera época”, admite. “No podría describir exactamente cómo me influenció, pero amaba el sonido de su guitarra y su estilo. Y eso me inspiró para intentar tocar con la misma libertad de espíritu con la que él lo hacía. Pero por supuesto que hay un rey, Jimi Hendrix, que para mí es el mejor guitarrista de todos los tiempos.”. ¿Otros referentes? “Ali Farka Touré y, también de Mali, Ibrahim Ag Ahlabib de Tinariwen: ellos eran mis héroes de la guitarra mientras crecía. Venimos de las mismas raíces musicales, somos diferentes ramas del mismo árbol”.
La identidad temprana que se forjó incluye hasta su apodo artístico. Después de estudiar un tiempo con el violero tuareg Haja Bebe, éste lo invitó a tocar en su banda y empezó a llamarlo “Bombino”, una derivación del italiano “bambino”. En su adolescencia alternó la vocación musical con el trabajo como pastor de ovejas en Libia. Hasta que finalmente pudo volver a su país y, después de ganarse el pan tocando en fiestas y casamientos en su ciudad, Agadez, sentó las bases de su carrera profesional con el Group Bombino. El panorama pintaba bien, pero una nueva revuelta tuareg desató la represión brutal del gobierno y lo empujó al exilio en 2007, esta vez en Burkina Faso. Bombino formaba parte del grupo rebelde y la violencia había llegado a tal punto que dos de sus compinches musicales fueron asesinados por las fuerzas oficiales. Las guitarras eléctricas, símbolo de la insurrección, quedaban prohibidas en Níger.
“Yo no veo a mi guitarra como un arma, sino como un martillo con el que construir una casa para mi gente”, declara entonces desde el destierro. Ya no es aquel chico que acompañaba a su familia en Argelia, sino un hombre cuya voz genera respeto y admiración entre sus seguidores. “El segundo exilio en Burkina Faso fue mucho más difícil para mí. Mi carrera estaba avanzando bastante bien en Níger y, de repente, me sacaron todo lo que tenía”, dice. “No estaba claro cuánto tiempo íbamos a tener que vivir lejos de nuestras casas, sin la dignidad de poder decidir sobre nuestros propios destinos. Fueron tiempos de depresión. Pero nosotros, como pueblo tuareg, permanecimos unidos y nos levantábamos la moral mutuamente. Lo que hacíamos era meternos entre los arbustos, encender una fogata y tocar toda la noche. Ese era el único alivio que encontrábamos al sufrimiento que nos causaba el exilio”.
DISCOS DE ARENA
“Soy un soldado de la causa de la paz. Yo canto y trato de que la gente baile, para promover la paz en todos los lugares a los que voy. Y también me tomo muy en serio mi rol como embajador de la cultura Tuareg en el mundo. Esas son las únicas dos preocupaciones políticas que tengo cuando toco mi música”, dice ahora Bombino. Su regreso triunfal a Agadez se produjo finalmente en 2009, cuando cesaron los enfrentamientos entre las fuerzas rebeldes y las tropas gubernamentales. Para celebrarlo, Bombino encabezó un recital multitudinario frente a la Gran Mezquita de Agadez. La experiencia fue registrada por el director Ron Wyman en su documental Agadez: The Music and The Rebelion. Estrenado casi en simultáneo a la salida de su segundo disco, Agadez, sirvió para darle un empujón extra a su naciente carrera internacional. El debut había quedado fechado en 2010, con Agamgam 2004.
Agadez se puede escuchar, entonces, como un destilado de la vida lejos de su hogar. “Sí, el disco salió después de mi exilio en Burkina Faso y el dolor de toda esa experiencia todavía estaba muy fresco en mi corazón”, explica. El siguiente trabajo, Nomad, fue producido por Dan Auerbach de The Black Keys. La sociedad artística funcionó: fue un paso adelante en términos estéticos y sonoros. “Fue una experiencia muy importante para mí”, asegura. “No conocía ni a Dan ni a su música, pero sabía que era una estrella de rock y que teníamos la oportunidad de hacer juntos un álbum especial. Esa fue de hecho la primera vez que grabé en un estudio de verdad, cuando hicimos Nomad en Nashville. Dan es un productor brillante y un tipo muy agradable. La verdad es que disfruté el tiempo que pasamos juntos, y él me dio mucha confianza para seguir avanzando en la construcción de mi carrera internacional”.
El título elegido, claro, no fue una ocurrencia ni un capricho. “El pueblo Tuareg es nómada, históricamente y en nuestros corazones lo somos. Yo me considero verdaderamente un nómada, porque me la paso yendo de acá para allá todo el tiempo”, cuenta. “Me encanta descubrir nuevos lugares y conocer personas, es algo muy emocionante y gratificante a la vez. Pero, por otro lado, me resulta muy difícil pasar mucho tiempo lejos de mi mujer y de mis hijas. Puede ser muy doloroso para nosotros cuando estoy afuera, especialmente cuando algo anda mal en casa, en Niamey”, completa. Escribe las letras en tamasheq, un dialecto tuareg. ¿Cuáles son sus temas recurrentes? “Mis canciones hablan mucho sobre la amistad, la integridad, la preservación de la historia Tuareg y las tradiciones que nos dieron una identidad fuerte, que nos hace sentir orgullosos. Yo le canto al amor a mi mujer, a mis hijas y a mi país”.
Y sobre esos tópicos vuelve en Azel, su álbum más reciente, lanzado en 2016. “Azel se grabó en Woodstock, Nueva York, con Dave Longstreth como productor. En muchos aspectos fue similar a la grabación de Nomad, pero ahora yo tenía más experiencia. Además, puedo decir que en Azel tocaron los músicos que son realmente mi banda, los muchachos con los que salimos de gira durante años. Y también fue en este disco que inauguramos el estilo ‘tuareggae’, que inventamos en medio de las giras”, explica. El trabajo con Longstreth, líder de los Dirty Projectors, también tuvo sus particularidades. “Dave es un tipo muy cool. Como productor fue bastante relajado, en las primeras sesiones sólo escuchó y casi no habló. Quería que toquemos lo que nos salía naturalmente. Entonces él podía sugerir alguna cosita por acá o por allá. Y estaba muy emocionado con la idea de incluir armonías vocales occidentales en las canciones, algo que nunca antes se había hecho en la música Tuareg”.
CERCANO ORIENTE
El compositor, violero y cantante está convencido de que el desierto es el equivalente del paraíso en la tierra. Hunde sus raíces en la tradición, pero también las proyecta hacia el presente y las pone a dialogar con otras músicas. Por ejemplo, la ya mencionada conexión con los ritmos jamaiquinos. “Soy muy fan del reggae: para mí Bob Marley es el mejor músico de todos, en términos de las canciones que escribió, su voz, la manera en la que lideró a su banda. Y, además, con lo que hacía pudo meterse a una multitud enorme en el bolsillo”. El combo sonoro que lleva el sello de Bombino carga con una energía eléctrica que sobrevuela paisajes desérticos, a la vez que incita un estado de trance que trasciende las fronteras, las culturas y las religiones. “Para el pueblo Tuareg, la música y el trance son básicamente la misma cosa. La música está destinada a transportar el alma a un estado diferente”, afirma.
Fue su estilo ecléctico el que sedujo nada menos que a Keith Richards y Charlie Watts, quienes lo invitaron a grabar una versión de “Hey Negrita” (incluida en Rolling Stones Project II) después de que sus caminos se cruzaran en California. ¿Fue un momento especial? “Para mí no significó mucho, la verdad”, dice y, aclara en el mail, se ríe al evocarlo. “No sabía quiénes eran los Rolling Stones cuando grabé con ellos. Y todavía hoy no puedo distinguir sus canciones cuando las pasan en la radio o en algún lugar. Supe que era un gran honor grabar con ellos sólo porque la gente me lo ha estado repitiendo a lo largo de los años: lo afortunado que fui de haber tenido esa experiencia. Para mí eran nada más que dos viejitos locos que también eran grandes músicos”. Más recientemente colaboró con René Pérez, también conocido como Residente de Calle 13. “Tampoco sabía quién era, pero estuvo muy bueno encontrarnos y grabar algo juntos”.
Podía tratarse de las máximas estrellas del rock and roll planetario o de uno de los principales referentes del reggaetón, que daba lo mismo. Como sea, lo que hizo posible la comunión en uno y otro caso no fueron sus conocimientos previos, sino su versatilidad y su amplitud artísticas. “Como decía antes, me gusta mucho el reggae. También me gustan el funk y el blues, lo mismo que el rock occidental. Me gustan algunas cosas de la música árabe, como sus canciones pop. Pero lo que verdaderamente amo es la música tradicional de mi pueblo, los Tuareg. Y eso es lo que todavía escucho la mayor parte del tiempo”, dice. ¿Cómo describiría al blues desértico? “No podría ponerlo en palabras, pero podés explicar la vida misma al tocar esta música: ahí están juntos la diversión y el dolor, el amor y la nostalgia, la compañía y la soledad. Todo eso está presente en la música, listo para ser escuchado por cualquiera, aunque no entienda ni una palabra de lo que se canta”.
Hay una confirmación cercana de su afirmación, porque antes de invitarlo a compartir un par de fechas en Niceto, Los Espíritus empezaron a pasar “Tar Hani” en sus recitales devenidos en fiestas. Y, con el tiempo, la canción de Bombino se convirtió en el caballito de batalla de la banda antes de salir a tocar. “Sí, ellos me lo contaron y fue muy conmovedor”, dice Bombino. “Para mí, grabar ‘Tar Hani’ después de mi exilio en Burkina Faso fue muy fuerte. Y ver cómo la canción llegó a personas de todas partes del mundo y tocó sus corazones, como lo hizo con Los Espíritus, se siente como el honor más grande que un músico puede recibir”. Seguramente forme parte de la lista de temas de su debut porteño, sobre el que adelanta: “Acabo de terminar la grabación de un nuevo disco en Marruecos, va a salir en mayo. Así que imagino que vamos a tocar muchas de sus canciones. Pero nunca decido antes del show qué voy a tocar, sino que dejo que el momento decida por mí lo que está bien”.
Bombino se presenta junto a Los Espíritus en Niceto Club, Niceto Vega 5501, el 15 y 16 de febrero próximos.