En una reciente entrevista en el programa El sonido y la furia de FM La tribu, Guillermo Piro recordó una anécdota que bien podría considerarse la génesis de su flamante novela: “en tercer grado tenía un maestro particularmente bruto que escribía todo el tiempo malas notas. En un momento, no me acuerdo qué estaba haciendo yo, me pidió el cuaderno y puso ‘no vuelvas a faltarle el respeto a tu maestro’. Llego a casa, lo ve mi mamá y me pregunta todo el tiempo qué le dije. ‘Nada’, le respondía yo, y como ella pensó que le estaba ocultando algo, en su desesperación, me empezó a fajar. A la mañana siguiente me acompaña al colegio y le pregunta al maestro qué fue lo que yo le había dicho. ‘Ah, no, nada, yo hago eso para que se porten bien’. Y mi vieja, con muchísima culpa por todos los golpes que me había dado, le dio una piña al maestro que enseguida se hizo famosa en todo el barrio”.
Un violador serial, reconocido en cámara Gesell por doce de sus víctimas, es condenado a prisión tanto por la justicia como por el denominado “consenso social” y solo una persona en el mundo cree fervientemente en su inocencia: Angélica, su madre, quien no encuentra ningún reparo en representar hasta las últimas consecuencias ese papel recurrente al que hace mención el título de la novela: “Las madres lloran, indefectiblemente lloran. Quieren impresionar, hacer presión. Llevan a cabo la comedia. Lloran para probar que su dolor no es una ilusión. Ni siquiera es necesario que actúen por indicación de un abogado: es algo innato, genético”.
Además de visitar estrambóticos sets de televisión para difundir, contra viento y marea, la inocencia de su hijo, Angélica –que representa una especie de conjunción, si cabe, entre la idishe mame y la mamma italiana– desarrolla un complejo método para dar con quien sospecha es el verdadero culpable de los delitos que le atribuyen a su hijo: se mete religiosamente, cada fin de semana, en un boliche distinto del conurbano bonaerense para dar por milagro con el hacedor de su pesadilla. Aun cuando nadie (acaso ni siquiera el propio lector) parece creer en su palabra, Angélica se va abriendo camino a partir de una rara combinación de amor, pálpito y algunas supersticiones que logran desentrañar un poco la lógica del deseo: “porque era menester no esperar algo para que ese algo apareciera de golpe ante los ojos, porque lo que se espera se escapa, o tal vez ni siquiera se presenta”.
Esto último podría ser tomado también como una especie de poética de este escritor excéntrico que a fuerza de sus libros (entre los cuales se destacan su aclamada Versiones del Niágara y el inclasificable Guillermo Hotel), sus traducciones, columnas en el suplemento cultural de Perfil y las entretenidas digresiones en Libros que muerden, programa de radio que el año pasado estuvo nominado a los premios Martín Fierro, se fue convirtiendo, casi sin querer queriendo, en un insoslayable marginal sofisticado, un influencer inconsciente, un escritor distinto.
Aunque es sutilmente un policial, La comedia de una madre es también muchas otras cosas pero es, sobre todo, un original resumen de cómo los medios masivos –en especial la tele– se vienen inmiscuyendo no solo en la opinión pública sino también en nuestro propio imaginario. Por nombrar solo dos ejemplos, en este libro se menciona al programa Incorruptibles dirigido por un aséptico pero calculador Alexis de la Guarda y la noticia de una ignota modelo que construye su carrera a partir de una noche bisagra que pasa en el hotel Alvear junto al renombrado cantante de rock inglés, Andrew Williams. Cualquier coincidencia con la realidad aparece ligeramente modificada teniendo en cuenta que la trama de la novela transcurre a principios de la década del noventa cuando nadie usaba celular y algunos pocos sí tenían el ya olvidado beeper que en 2012 terminó de caer en extinción.
Aun cuando su estructura responde, por momentos, más a un capricho que a la lógica de la historia –como esas citas, muy bien puestas por cierto, que se van mechando sin lógica aparente con la trama o la intensísima voz narradora imponiéndole al lector respetar la privacidad del encuentro entre el condenado y su mamá– La comedia de una madre combina talento literario, humor negro y crítica social.
Y, como si todo eso fuera poco, logra dar con un final redondo que sorprende sin hacer trampa. Casi como aquella piña justiciera de la madre del autor.