“Estamos orgullosos de usted. Es un buen policía.” El elogio del presidente se dirigía a un funcionario a quien el juez lejos de eximir de responsabilidad, consideró, en principio, encuadrado en la figura del exceso en la legítima defensa, es decir alguien que frente a una agresión reacciona de manera desproporcionada. No le importó a Mauricio Macri que su conducta pudiese considerarse como una intromisión en el ámbito judicial. El quería, por sobre todas las cosas, proclamar un modelo. En otros tiempos los ejemplos que elogiaba el discurso institucional de la policía eran otros, bastantes más amables: el agente que ayudaba a cruzar la calle a niños e inválidos, el que garantizaba el orden con su sola presencia en la esquina. El policía que mata es el modelo que el presidente hoy nos propone: si es así, nos esperan horas difíciles
Muchos altos funcionarios salieron a respaldar al presidente. Entre ellos la ministra Patricia Bullrich que reiteró una doctrina que ya había empezado a circular en los programas televisivos, instancia previa para probar las novedades del discurso reaccionario. Para la ministra de Seguridad la función policial no tiene nada que ver con el exceso en la legítima defensa, en el que sólo podrían incurrir los ciudadanos privados. Es notable que Bullrich haya podido expresar opinión tan disparatada. Existen antecedentes judiciales de condenas por exceso en la legítima defensa a cargo de funcionarios policiales y la doctrina del derecho penal no excluye para nada esta figura. Es más, podría pensarse que es el caso más probable, porque se trata de personal que está armado las 24 horas, acostumbrado a imponer con violencia su autoridad.
Pensemos por un momento lo que ocurriría si se reformara la ley y la doctrina Bullrich se impusiera. Si no se tuviera en cuenta un criterio de uso racional y proporcional de la fuerza, en cualquier situación en que se considerare amenazado, el policía podría responder tirando a matar. Además, si se dudara de que existió realmente esa amenaza, en auxilio del uniformado concurriría la doctrina Michetti: en caso de duda siempre se estaría a favor de la versión del policía.
Esta legitimación del gatillo fácil, en su expresión más letal, es absolutamente inaceptable en una sociedad democrática. Si el Estado de los ciudadanos siempre se vio afectado por las prácticas represivas de las fuerzas de seguridad, hoy se ha avanzado tanto en la legitimación de esas prácticas, como para que Estela Carlotto –en el muy importante acto convocado por la familia de Santiago Maldonado, el mismo día que el presidente elogiaba al policía procesado– pudiera hablar de una situación demoníaca. Frente a esto –dijo la presidenta de Abuelas–, habrá que inventar todo lo que sea necesario inventar, unir todo lo que haya que unir, pero no cabe bajar los brazos.