La llegada al poder de la alianza Cambiemos, como representantes de la derecha neoliberal obliga día a día a dar discusiones que en algún momento parecieron saldadas. Más allá de las adecuaciones y actualizaciones que se discuten sobre el Impuesto a las Ganancias en algunos ámbitos se va más allá y se pone en cuestión su propia esencia, la necesidad de tener un sistema tributario progresivo.

A mediados de la década de los cincuenta, Simon Kuznets pretendió demostrar que el aumento de la desigualdad era consecuencia de una primera fase del desarrollo asociada a la industrialización y urbanización de las sociedades agrícolas y que la misma estaría seguida por una segunda fase de estabilización que provocaría una sustancial disminución de las desigualdades. 

Desde este punto de vista, poner trabas (por ejemplo a través de impuestos progresivos) a este progreso sólo obstaculizaría la disminución de la desigualdad. 

A pesar de estos pronósticos y de una disminución inicial, como señala Piketty, entre otros, todos los países occidentales aumentaron durante las décadas del ochenta y noventa su desigualdad retomando una tendencia ascendente. 

Hace tiempo que la curva de Kuznets está muerta y sepultada. 

Desde las ciencias sociales, entre las que se incluye a la economía, se ha demostrado una y otra vez las nefastas consecuencias que la exclusión, que produce, conserva y reproduce el sistema capitalista, no sólo es éticamente reprobable en términos de los derechos que asisten a todas las personas por el solo hecho de serlo, sino que atenta contra los procesos de desarrollo sostenidos y sustentables.

Diversos son los intentos de frenar la creciente desigualdad. Por ejemplo la mayoría de los países de la OCDE y los europeos tienen marcados sistemas tributarios progresivos. Es decir recaudan mucho más con impuestos progresivos, como el impuesto a las ganancias o la riqueza, que con impuestos regresivos, como son los impuestos al consumo, en nuestro país representado por el IVA. 

Si se focaliza en los tan elogiados países nórdicos, la progresividad aumenta mucho más. Resulta extraño que las economías más desarrolladas del mundo “castiguen” el progreso que sus logros desmienten. 

El 85 por ciento de los trabajadores asalariados no está alcanzado por dicho impuesto, lo que en principio parece bueno pero una mirada un poco más atenta alertaría sobre lo reducido que son los ingresos para la gran mayoría de las y los trabajadores. Asimismo téngase en cuenta que no estamos incluyendo al 9 por ciento de desocupados que según el Indec hay en la actualidad para quienes las discusiones en torno al Impuesto a las Ganancias resultan, a todas luces, ajenas.

La lotería genética, (es decir dónde nacemos) afirma el filósofo liberal Rawls, determina en gran parte y de modo caprichoso nuestras posibilidades futuras que no están asociadas solamente a nuestro esfuerzo sino principalmente a nuestra suerte. 

En un sentido similar Paul Krugman menciona que probablemente terminemos mirando con nostalgia los inicios de siglo XXI, cuando pretendíamos que los ricos se ganaran su propia riqueza. Para el 2030, sentencia, todo será heredado, vamos a hacia una sociedad oligárquica de riquezas heredadas. 

La imposición y profundización de sistemas tributarios cada vez más progresivos, tanto en ingresos como en riqueza, es una necesidad ética y política, si se pretende tener alguna chance de construir una sociedad con mayores dosis de justicia social.

* Docente UNLZ FCS Colectivo Educativo Manuel Ugarte

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