Al responder a un artículo que firmé en el diario Clarín el 25 de enero, sobre la muerte de Santiago Maldonado, Horacio González planteó un interrogante: mantener como agente nostálgico un núcleo de pensamientos “anteriores” o mimetizarse con los “nuevos climas.” Que hay nostálgicos que no logran quitarse de la piel el uniforme partisano, lo sabemos. Han quedado anclados en la gloria de un proyecto revolucionario derrotado. Ahora bien, si “mimetizarse con los nuevos climas” requiere una operación de transformismo ideológico, entonces no. Los objetivos de justicia social deben seguir intactos. Lo que ha cambiado es la herramienta para alcanzarlos: esa herramienta es la democracia que en aquel entonces despreciábamos y hoy es un valor que hay que defender, más allá de quien gobierne. El “nuevo clima”a proteger es el Estado de Derecho. La consigna que debemos mantener contra viento y marea, es combatir las políticas que persisten en castigar a los pobres y que 35 años de sistema democrático no han resuelto. González cita como modelo a Sartre, con “Huracán sobre el azúcar”. Cuestión de gustos; mis elegidos son “El hombre rebelde”, de Camus y “El cero y el infinito”, de Koestler.
Democratizarse no es mimetizarse. El ejemplo lo dieron los ex militantes setentistas que a lo largo de los sucesivos gobiernos desde 1983 en adelante participaron activamente como funcionarios probos, honestos y sin bajar las banderas de justicia. Es verdad que algunos se “mimetizaron”, particularmente durante el peronismo menemista y tiraron por la ventana sus antiguas aspiraciones de justicia. Pero otros, incluyo aquí a Horacio González, aceptaron las reglas de la democracia, impulsaron políticas culturales, de defensa de derechos humanos, y exigieron a los gobiernos de turno que actuaran dentro de la ley.
En una referencia a quienes protagonizaron los años setenta, González ensaya una crítica al decir, en evidente referencia a mi persona, que “aquel no era yo. Era mi sombra distraída”. No es así. Desde el exilio me hice cargo de todo lo realizado y nunca eludí responsabilidades. Aquel yo es el mismo yo de ahora. La diferencia es que este yo defiende la democracia que aquel yo quería destruir. Y reivindico esa transformación, más allá de mi disconformidad con varios de los gobiernos que hemos tenido en estos complicados 35 años. Pero si aceptamos las reglas del juego que impone el Estado de Derecho es nuestro deber dejarlo en claro. No podemos ser “destituyentes” de ningún gobierno, nos guste o no. Son las urnas, sagrado refugio de la voluntad ciudadana, las que tienen que hablar.
Ratifico lo afirmado en Clarín: los miembros del RAM abandonaron a su suerte a Maldonado. Lo dejaron solo y no lo ayudaron a escapar de la Gendarmería. Por esa razón no querían que se descubriera su cuerpo y atacaron al juez cuando quiso rescatar el cadáver de las aguas. Y se decepcionaron cuando todos los peritos, aún los elegidos por la familia, diagnosticaron que el cuerpo no presentaba golpes ni signos de tortura. Preferían que Maldonado fuera un desaparecido para ratificar que este gobierno es una dictadura. Esto no es una defensa de la actuación de Gendarmería, ni del actual gobierno, es tratar de no quedar encerrados en verdades impuestas por dogmas muertos que intentan deformar (vale decir mentir) sobre hechos que han sido esclarecidos científicamente: Maldonado no fue capturado ni torturado por la represión.
Creo que se equivoca González cuando afirma que no son insurgentes sino “un movimiento étnico y social de reivindicación territorial y cultural”. Pero una cosa es el RAM que reivindica la violencia y desprecia a la democracia, y otra el pueblo mapuche, que trabaja, estudia y por supuesto reclama legítimamente, desde hace muchos años, tierras y derechos que les pertenecen.
El RAM afirma representar al pueblo mapuche. ¿Es así? Sabemos bien las consecuencias que produce adjudicarse la vanguardia de los pobres. Lo experimentamos en los años sesenta y setenta, cuando los grupos armados creyeron representar al pueblo. Pueblo que los (nos) abandonó velozmente cuando advirtió que los métodos que utilizaban lo llevaban al fracaso. Creo que ese es el caso del RAM. Esto no es una extrapolación arbitraria, es la experiencia que recoge la historia argentina y latinoamericana.
Mario Das Neves, reconocido dirigente peronista de Chubut, elegido gobernador varias veces, supo diferenciar a unos y otros: “Nuestros mapuches son enfermeros, médicos, docentes”. En cambio los miembros del RAM “aparecen en las rutas y rompen coches, queman camiones, entran a las estancias y queman maquinarias, estaquean, les pegan y les roban a los propios mapuches. Da mucha vergüenza lo que está haciendo esta gente”.
Agregó, además que “Son delincuentes. El RAM son delincuentes”. Qué curiosa que es la historia, Das Neves, sin saberlo, estaba reproduciendo casi textualmente una frase del general Perón cuando en 1973 era presidente de la Nación: “ahora ya no se sabe quiénes son los que asaltan, quiénes los que roban. Algunos dicen que son políticos, otros dicen que son delincuentes. Yo creo que son todos delincuentes.”
Lo que Perón no toleraba, como el fallecido gobernador chubutense, es que en democracia hubiera grupos que actuaban al margen de la ley utilizando métodos violentos, atacando a jueces, policías y habitantes. Es el RAM, no el pueblo mapuche, el que ha realizado más de setenta acciones violentas, entre ellas incendios, destrucción de una estación de trenes, quema de camiones, etc. No solo las acciones son elocuentes, también el lenguaje que rememora viejos lenguajes: repudian “la democracia burguesa, la propiedad privada”; “nosotros no vamos a elecciones burguesas”; la propiedad privada está en contra de nosotros”; “Esta es una sociedad burguesa, una sociedad de patrones”; “si quieren sangre, va a haber sangre”. Convengamos, González, que este es un lenguaje preocupante porque si el voto ciudadano es “burgués”; si no aceptan la propiedad privada y si no descartan la sangre como alternativa, solo queda la revolución. Y de eso, ambos sabemos mucho. Sobre todo del fracaso de aquel proyecto y de los miles de jóvenes que murieron en el intento de alcanzarlo.
Aquí termino, agradeciendo las observaciones de Horacio González, un referente intelectual al que respeto más allá de las diferencias.