Hace unas semanas, el asesor presidencial Javier González Fraga analizó la situación económica calificando de “inevitable” la caída del consumo provocada por la suba del dólar y las tarifas “reclamada por casi todos los economistas”. Ponderó la apertura importadora por su impacto positivo en la productividad de largo plazo pese al desempleo que genera en el “corto plazo”. También advirtió que el “mundo está complicado” por lo que no se puede crecer en base a las “exportaciones de autos a Brasil”. Por último advirtió que “nadie quiere invertir en este país porque no sabe si no vuelve el populismo dentro de dos años”.

No deja de sorprender que a un año de gestión neoliberal sus impulsores no se hacen cargo de las consecuencias de sus actos y siguen descargando la responsabilidad sobre el “populismo”. Si hasta ayer la excusa era la “herencia recibida”, ya agotado ese argumento, ahora es el “temor a su regreso”. Como enseña la psicología, ese síndrome de “victimización crónica” impide a nuestros liberales hacer una reflexión autocrítica de las consecuencias de sus actos. Tal vez ese trastorno psíquico-social explique que, pese a su reiterado fracaso histórico, insistan con las mismas recetas.

Dejando atrás los chivos expiatorios populistas, vale aportar un indicio de las causas reales de la sequía de inversiones mencionadas por González Fraga. Si la suba del dólar y las tarifas deprimen el consumo y el mercado local es penetrado por crecientes importaciones, la inevitable consecuencia es una merma en las ventas. Si a ello se le suma que Brasil está en crisis y las ventas externas caen, entonces cabe preguntarse: ¿por qué invertirían los empresarios ante una baja de las ventas? La lógica de los negocios, paradójicamente desconocida por los hombres de negocios que hoy gobiernan, indica que las empresas invierten cuando les va bien y no cuando les va mal.

El problema entonces no está en el populismo sino en el propio proyecto liberal que debe responder la siguiente cuestión: ¿alcanza la próspera situación que atraviesan las producciones primarias favorecidas por la actual política económica, a saber, granos, oro, plata, gas y poco más, para traccionar la economía argentina? La respuesta no es teórica sino empírica y los datos generales de caída de la actividad económica no dejan lugar a dudas.

Ante esa realidad, la respuesta de los liberales suele ser poner su ideología por sobre el bien común, disimulando las consecuencias económicas y sociales de su proyecto mediante cierta dosis de “populismo financiero”. A saber, la toma de deuda externa que permita sostener cierta boom de consumo basado en un dólar barato y un impulso extra al gasto público. Esa política de ganar tiempo para consolidar políticamente el proyecto liberal deja una doble nefasta herencia a las futuras generaciones: el daño al aparato productivo sumado a un endeudamiento externo que limita la soberanía para revertirlo.

@AndresAsiain