Esta semana, en una entrevista radial, a Mauricio Kartun le preguntaron si Tatita, uno de los personajes de su ineludible Terrenal, era Perón. Se rió un poco, algo esquivo; no respondió. “La obra no es otra cosa que una construcción sobre metáfora y mito, todo en lenguaje indirecto para que tome forma en la cabeza de cada uno –había dicho unos días antes a PáginaI12–. Buena parte de su sentido está en la posibilidad de que alguien la decodifique, la construya, le dé sentido, le dé razón de ser. Todo eso es muy personal”.
En unos meses van a ser ya cinco años de decodificaciones y relecturas. Estrenado a mediados de 2014, el “pequeño misterio ácrata”, como indica el subtítulo de la pieza que el dramaturgo escribió y dirige, acaba de largar su quinta temporada en el Teatro del Pueblo con un número en su haber que lo coloca entre los trabajos más vistos del circuito independiente: 70 mil espectadores. Quizás por eso aún se resiste Kartun a dar definiciones y pareceres propios, como todo este asunto de Perón si o Perón no. Porque “sucede que la gente la vio, entendió y proyectó de una manera en su momento pero en el medio hubo un cambio de contexto, que a su vez trajo un cambio en lo metamórfico, que hizo que surgieran nuevas interpretaciones y formas de ver”, dice como respuesta a la pregunta obligada, la de cómo mutaron los significados semánticos de una obra tan crítica al capitalismo con la llegada al poder de un gobierno neoliberal.
Pero la pregunta por el cambio irá, en la extensa charla con el gran dramaturgo nacional, más allá de (lo) Terrenal. Porque para el autor de Chau Misterix, El niño argentino, Ala de criados y Salomé de chacra “estamos viviendo un campo muy interesante en relación a los cambios personales y sociales”, tan profundos como aquellos que muestra en su última obra, alusiva al mito de Caín y Abel. “Las libertades individuales están tomando un giro. Las sociedades construyen sus costumbres como construye su forma una barra de hierro. Cambiar eso supone mucha fuerza y mucho martillo. Ahora está pasando eso”, dirá en relación a temas tan diversos como las políticas culturales del macrismo, la lucha de género y hasta el origen de su propio nombre, igual al del presidente.
–¿Para quién reestrena Terrenal?
–Bueno, básicamente para dos franjas. Por un lado para quienes no la vieron, ya que si bien lo hicieron 70 mil personas, a uno le quedan expectativas de que venga el gran público de Capital y Gran Buenos Aires, aquel que está por fuera del circuito del teatro independiente. Por otro lado y para nuestra fortuna, Terrenal tiene un público repitente, una especie de don que se da muy pocas veces en los espectáculos. Eso crea una especie de base, de piso, sobre la cual uno se anima a reestrenar sabiendo que ese porcentaje de gente que vuelve, sea cual fuere, alcanza para justificar las cuatro funciones.
–¿A qué cree que se deba ese “don”?
–Creo que las razones profundas uno siempre las ignora y que es una suerte que así sea porque si no se intentaría reproducir constantemente un procedimiento mecánico para que suceda lo mismo con todos los espectáculos. En una mirada ingenua, si se quiere más inocente, me parece que hay dos cosas que suceden. La primera tiene que ver con los trabajos actorales (de Claudio Da Passano, Claudio Martínez Bel y Rafael Bruza), que son sorprendentes. Independientemente de su enorme calidad, tienen algo que produce sorpresa, que generan un humor muy singular. Son atípicos y el espectador disfruta de ese acto performático en el cuerpo de los actores y vuelve, porque quiere verlos de nuevo. Después hay algo del desarrollo de la obra, de su humor, de su temática y de cierto sentido profundo que invita a desentrañarlo, a volver más de una vez a encontrar algo de lo que ella afirma.
–Dice que el contexto político produjo cambios de significado y de significación en la obra. En la misma línea, ¿a usted le cambió en algo llamarse Mauricio desde la asunción de Macri??
–(Risas.) Es una pregunta muy pertinente, porque ahora entro a un negocio, doy la tarjeta, y mucha gente me mira y me dice “ahhh, Mauricio”. Lo que cambió es la respuesta de la gente frente al nombre, que era extraño y ahora cobró cierta popularidad mayor. Pero el significado del nombre no cambió. Siempre estuve muy orgulloso del origen de Mauricio, algo que no sé si a nuestro presidente la pasa. El origen es Mauritania. Mauricio es negro, Mauricio es moro, Mauricio es oscuro. Por otro lado es un nombre tradicional de la colectividad judía. En muchos casos lo adoptaban los moishe, que usaban el Mauricio como alternativa al español. Por donde lo mires es un nombre de origen segregado. Siempre lo llevé como bandera.
–Siguiendo con los cambios y contextos, a menudo sucede que los materiales quedan “viejos” con cada avance de pensamiento de una sociedad. ¿Hace el ejercicio de revisar sus obras anteriores e identificar cosas que hoy no escribiría por ser políticamente incorrectas o socialmente atrasadas hoy? Cuestiones de género, por ejemplo.
–No es que las reviso una por una, pero sí observo cómo la diferencia de contexto hace que una cosa suene de una manera o suene de otra. Tengo un texto que se llama Como un puñal en las carnes, que tuvo alguna versión en el interior pero no aquí. Su protagonista es un hombre de clase media, un bancario, que se enamora y tiene una relación muy fugaz con una empleada de su casa que tiene dieciséis años. Yo no la he estrenado pero me he preguntado varias veces si al momento de hacerlo no correspondería subirle un año o dos. Me miro a mí mismo y me resulta hasta graciosa la mirada porque, para el caso, ¿cuál es la diferencia? Bueno, la diferencia existe, porque, frente a la opinión pública, instalar este dato es poner por delante una hipótesis polémica que va a velar el sentido profundo de la obra, que es la de un hombre que se enamora de la imagen de la juventud. Si pongo esto en una obra, ¿debo opinar también sobre la situación irregular que plantea o centrarme solamente en el personaje que está enamorado de una muchacha joven? Este es un ejemplo de cómo uno rebobina constantemente frente a la situación.
–¿Y qué le pasa frente a eso?
–Me desafía. No lo siento como un acto represivo sino como un momento absolutamente interesante durante el cual se revisan situaciones automáticas. Que hoy un hombre frente a la posibilidad de expresarle a una mujer bonita su admiración se pregunte cuál es el grado ofensivo de eso me resulta absolutamente interesante. Que yo me plantee esto quiere decir que mi cerebro está sufriendo cambios. Cuando entré en mi adolescencia y vivía en un barrio en San Martin, la cuestión era a ver cuándo te animabas a decirle algo a la chica. Ahora, con todo este tiempo mediante, alguien llegará a la adolescencia sin pensar en lo que yo he pensado. Ahí se producirá el cambio. Nosotros en este momento estamos en la trinchera, peleando por cambiar la sinapsis de cada uno en relación a las minorías, a las exclusiones. Eso es el futuro, que por supuesto toma la forma de la polémica porque las modificaciones sociales se producen con mucha violencia siempre.
–¿Le aburre, le inquieta, le pesa ser “el gran dramaturgo de la Argentina”?
–Para que eso suceda primero me lo debería creer. Pero en todo caso tengo un gran contrapeso para que eso no suceda. Todos los días, como una especie de clavo en el culo que me impide sentir tal cosa, experimento un encuentro con el fracaso en el intento de la escritura. Ahora, por ejemplo, hace meses que vengo transitando tres proyectos, ninguno de los cuales pude terminar. Los tengo allí y de hecho tengo momentos de cierto entusiasmo, con noches en las que duermo muy bien porque empiezo a sentir que uno de ellos encontró finalmente la salida del laberinto en que estaba perdido. Pero hay otras noches, muchas, en las que entro en la convicción en que tengo que encarar un cuarto proyecto porque ninguno se va a destrabar. Entonces miro a los autores jóvenes, que trabajan con tanto desparpajo, con tanta despreocupación, y me resulta admirable. Pienso “esos son los buenos. Se animan a cualquier cosa”. No es mi caso. Yo creo que mis obras adquieren cierta calidad como resultado de mucho esfuerzo, de mucha frustración.
–Su opinión general sobre el gobierno de Cambiemos es conocida. ¿En qué aspecto está poniendo el ojo en los últimos tiempos? ¿Qué le inquieta particularmente en este momento?
–Me sigue inquietando el lugar de la cultura, desde el comienzo de todo esto. Es cierto que no se ha visto una reducción escandalosa en los presupuestos de cultura, por lo cual mentiría si dijera que la situación ha dado un vuelco brutal. Pero sí lo que uno ve es un barranca abajo. Los presupuestos se discuten una vez al año, con lo cual solo hubo dos años de presupuestos aprobados por este gobierno. Pero en cada uno de ellos se fue perdiendo parte de la cifra. De a poco se achica, se reduce, se contrae. Y tengo la sensación de que si eso no se modifica, de que si no hay signo de evolución, se va a desplomar muy fácil y muy rápidamente. Y de hecho todo indica que así va a ser, porque este no es un gobierno que piense a la cultura como otra cosa que no sea un adorno, que no sea un acto decorativo. No es un gobierno que pueda pensarla como un mecanismo de inclusión, cuando en realidad no hay otro más preciso, más claro, de dirección más directa y más efectiva. En la medida de que esa idea no está en tu cabeza, de que como funcionario no entiendas ese funcionamiento porque tampoco lo has vivido, no hay mucha forma de que mejore la cosa. Supongo que en algún momento habrá que piquetear la cosa, para que no se vaya a la mierda.
–¿Y usted, que sí vive y forma parte de la cultura, del quehacer artístico, de su reflexión, de su pensamiento, sería funcionario cultural?
–Jamás. De hecho varias veces me han propuesto cargos muy interesantes, como por ejemplo la dirección del Teatro San Martín en tres oportunidades. Siempre dije que no. En principio por la convicción de que es un trabajo que no sé hacer. No soy un buen administrador, no tiene ningún sentido aceptar eso. Por otro lado, no me hace feliz. Creo que la política, la función pública, no es algo distinto a las otras cosas de la vida y que en ese sentido solo tiene razón de ser si te hace feliz. Si no lo hace se transforma en un medio y entonces por más de que se piense en términos de compromiso político, no serviría.
* Terrenal se puede ver jueves y domingos a las 20 y viernes y sábados a las 21 en el Teatro del Pueblo, Av. Roque Sáenz Peña 943.