El secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson dejó la Argentina tras dos constataciones. Una, que pasada la primera mitad de su gobierno nada cambió la esencia de la estrategia Argentina frente al mundo: transnacionalización financiera, endeudamiento y fuga de divisas. Otra, que el caso de Venezuela sigue interesándole al presidente Mauricio Macri como el primer día. Este segundo punto trascendió tras la reunión entre Macri y Tillerson en Olivos. Antes de que el jefe diplomático estadounidense continuase su gira regional para registrar cuán deshilachado está el poder del presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski.
Para Macri el encuentro fue un respiro. Se vio con alguien que tiene la información suficiente para no incomodarlo con preguntas sobre su caída en las encuestas, la inflación que se dispara otra vez por encima del 20 por ciento anual, el ministro de Trabajo que tiene una empleada en negro y la indiferencia ante la angustia de los familiares de la tripulación perdida del ARA San Juan. Un tema en el que, por cierto, Tillerson avanzó. Expresó en público sus condolencias.
Tillerson, que siguió desde el exterior la caída de Wall Street y la recuperación de empleos en su país, ya estuvo en México, Bariloche y Buenos Aires. Le faltan Lima, Bogotá y Kinsgston, Jamaica.
La ansiedad entre los grandes empresarios era notoria. Pero no nueva. Cada vez que llega un alto funcionario de los Estados Unidos a la Argentina crece la expectativa y muchos se lanzan a la búsqueda de la gran medida, el acuerdo espectacular y el giro histórico. Así dejan de lado el hecho cierto de que las giras son un service de mantenimiento. Nada se decide ni cambia en dos días. Tras los encuentros de Tillerson con medio gabinete argentino, el domingo, y con Macri en la residencia, quedó claro que los dos gobiernos conservan la obsesión común por Venezuela, que la Argentina sigue levantando la cabeza en cuestiones que la superan como las fricciones de Washington con Corea del Norte y que siguen sin aparecer las evidencias del famoso trade off. En la jerga de las relaciones internacionales la expresión alude a las compensaciones. ¿Cuántos limones ingresados a los Estados Unidos vale que un paisito hable de Corea del Norte? ¿El gobierno de Donald Trump premiará el alineamiento argentino con el discurso belicista en la cuestión de las drogas permitiendo la entrada del biodiesel cuya importación taponó? La restricción a las exportaciones se potencia con la deuda. El Observatorio de la Deuda de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, que dirige Arnaldo Bocco, reportó en su último informe que “entre diciembre del 2015 y el mismo mes de 2017 la deuda muestra una relación de 300 por ciento por encima en comparación con los montos totales exportados por la Argentina en el 2017”.
El problema para Macri es que el trade off no siempre funciona. A menudo los Estados Unidos consideran que si la Argentina no actúa en sintonía con la Casa Blanca, está mal. Y si actúa en sintonía, es su deber. El otro problema es que, en el actual paisaje regional, Venezuela no le alcanza para ser el chico distinto. Cuando asumió tenía diferencias públicas al respecto con Dilma Rousseff. Dilma fue derrocada por un golpe parlamentario. Tenía diferencias con Rafael Correa. Correa no sólo terminó su mandato sino que Lenín Moreno, el sucesor, también se desmarca de Correa al menguar la solidaridad con el gobierno de Nicolás Maduro. Michelle Bachelet no tiene especial simpatía por los chavistas. Pero menos la tiene quien se apresta a sucederla, Sebastián Piñera.
Por un lado la región es más homogénea. Por otro decrecen las oportunidades de descollar sobre la base de quién se enrola con mayor entusiasmo con las políticas del Departamento de Estado o, peor, con las políticas del Departamento de Estado tal cual se perciben desde las capitales de Sudamérica.
Por lo que trascendió en medios diplomáticos, Macri insistió ante Tillerson en los temas que el canciller Jorge Faurie ya había conversado y hecho públicos antes.
La situación venezolana, naturalmente, fue uno de los puntos.
Faurie dijo que ahora hay que ejercer presión sobre los Estados del Caribe. El objetivo sería aislar a Venezuela de ellos. Con Hugo Chávez en vida, el canciller y multiministro Alí Rodríguez diseñó un eje diplomático en Petrocaribe. Así concretó la ayuda venezolana no sólo a Cuba sino a países caribeños de regímenes disímiles pero necesitados de la colaboración de una potencia energética como Caracas.
¿Hay en el horizonte, también, una intervención multilateral latinoamericana alentada por los Estados Unidos? Es difícil precisarlo con los datos a la vista.
Y Washington, ¿dejará de comprarle petróleo a Venezuela? El tema quedó planteado en la conferencia de prensa conjunta de Tillerson y Faurie en el Palacio San Martín.
“Conversamos del tema extensamente y discutimos qué otros pasos podríamos tomar para aumentar la presión de modo que el régimen de Maduro retorne a la Constitución, porque nuestro único objetivo es que haya elecciones libres, caballerescas y verificables”, dijo Tillerson.
Sobre el petróleo dijo esto: “Obviamente, sanciones en el tema petrolero o prohibir que el petróleo se pueda vender en los Estados Unidos, y ser refinado en los Estados Unidos, es algo que seguimos teniendo bajo consideración”. Y agregó que “nuestro desacuerdo es con el régimen venezolano, no con el pueblo venezolano, que ya está sufriendo mucho tal como Jorge lo describió”.
Jorge es Faurie, que en la rueda de prensa dijo: “No reconocemos el proceso político y la desviación autoritaria de Venezuela. No reconocemos la Asamblea Constituyente y estamos en contra de las restricciones de todo tipo contra las libertades, especialmente políticas civiles, y la prohibición de que dirigentes políticos tomen parte en el proceso en curso. El sistema electoral está controlado totalmente por Maduro. No aceptamos la legitimidad de las decisiones que adopta su gobierno”. En cuanto a las sanciones, “no deberían afectar la situación del pueblo venezolano y el objetivo debería ser control el financiamiento del actual gobierno”. Aunque no detalló cómo, Faurie pidió extraer un “balance apropiado” entre las necesidades de Venezuela y las necesidades de sus funcionarios. En ese punto fue que llamó a trabajar políticamente con las naciones del Caribe y también a “redinamizar el trabajo de la Organización de los Estados Americanos”.
Tillerson llegó al Departamento de Estado desde el gigante petrolero Exxon. Cuando habló de refinerías sabía de qué hablaba. A principios de agosto de 2016, cuando arreciaron las versiones de que Trump daría la orden de no comprar más crudo venezolano, un grupo de diputados norteamericanos escribió una carta al presidente en la que expresaba inquietud “por el impacto sobre los ciudadanos de los Estados Unidos que resultaran perjudicados por cualquier sanción relacionada con el sector energético que pueda serle impuesta a Venezuela”. Firmaban varios republicanos como Randy Weber, John Culberson, Pete Olson, Steve Palazzo y Clay Higgins.
Decían los miembros de la Cámara de Representantes que había que tener en cuenta las refinerías ubicadas en el sur de los Estados Unidos, en los Estados de Louisiana, Mississippi y Texas. Las refinerías, informaban los legisladores, emplean a 32 mil trabajadores de modo directo y a otros 49 mil de manera indirecta. Venezuela es el tercer proveedor de crudo a los Estados Unidos después de Canadá y Arabia Saudita. Si las refinerías se quedaran sin ese crudo venezolano, “aumentarían los costos de refinación, se reduciría la eficiencia y se elevarían los precios de los combustibles para el consumidor”. Y de paso “podrían quedar desestabilizados los mercados de crudo de todo el mundo, elevar los precios mundiales del petróleo y reforzar las economías de Irán y Rusia”.
Faurie y Tillerson hicieron público otro de los puntos del temario: la presencia de la agrupación libanesa Hezbolah en Sudamérica, donde según el secretario de Estado recoge fondos. Faurie dijo que no solo mantendrán un diálogo permanente sobre el tema sino que intercambiarán información.