El eurocentrismo es una ideología racista y xenófoba, por decir algo. Durante el primer viaje de conquista de los barcos españoles, Colón descubrió los que serían llamados naturales de América Latina. Este concepto no habría de variar en su uso. Los naturales siguieron siendo naturales. Se dice un natural del Congo, un natural de Argelia, un natural de América Latina. Nunca se ha dicho un natural de Londres. O un natural de Washington. Se dice que cuando “los naturales” vieron llegar a Colón exclamaron: feriado, feriado, llegó Colón. Se equivocaban, Colón había llegado sin duda, pero para exterminarlos con la biblia en una mano y la espada en la otra. Se equivocaron en festejar la llegada de los conquistadores. Estos venían con un plan de exterminio. Si los naturales tenían alma es porque antes habían aceptado la palabra del dios cristiano. Si algún natural no la aceptaba, era decapitado.
Esta cuestión del alma es decisiva. El eurocéntrico siempre ve al periférico como un ente sin alma. Al año siguiente de la llegada de Colón se realizó una reunión político-religiosa en Valladolid, España. Bartolomé de las Casas defendió la tesis que afirmaba la posesión del alma por parte de los naturales. Nadie discutía si los que juzgaban tenían alma o carecían de ella. ¿Cómo no iban a tener alma, ellos, europeos?
Se calcula en cincuenta millones el número de sacrificados en nombre de la Santa Biblia por los conquistadores españoles. Un millón más, un millón menos. Cuando las estadísticas incurren en el exceso, los muertos mueren otra vez. En cada hombre que muere, muere la humanidad.
Borges cometió un error ejemplar digno de la clase social a la que tanto admiraba y se esforzaba por pertenecer. La aristocracia, la clase alta, los que habían hecho el país. Dijo, si este país hubiera elegido como texto central de su cultura el Facundo y no el Martín Fierro, otro habría sido su destino. Entendamos esto así: el Facundo es un libro consagrado a justificar el dominio de la raza blanca, de los civilizados (según harán después Mitre e Ingenieros). El Martín Fierro en cambio glorifica al hombre de la campaña. De aquí que marque como paradigma de la Argentina al gaucho. Desconoce que el libro de Sarmiento no solo desestima a los gauchos, si no se consagra a exaltarlos. De aquí lo admirable del texto de Sarmiento. Quiroga es simultáneamente un bárbaro y el modelo ideal del hombre de las llanuras. El argentino. Sarmiento elige al hombre blanco y rechaza al gaucho como epítome de la argentinidad. Luego ante la inminente llegada de los inmigrantes ácratas, Lugones escribe la Guerra Gaucha y El Payador, para demostrar la grandeza de los gauchos. Tenía que defender a la culta Buenos Aires de la ola roja. Sarmiento por el contrario debía proteger al hombre blanco del dominio gaucho sobre La Pampa. Elige al civilizado, pero es tanto lo que le deslumbra del gaucho que queda preso de su admiración por Facundo Quiroga. Así se dirá que Facundo es el poema épico de La Montonera (Ricardo Rojas). Mientras que Hernández en el Martín Fierro, pretendiendo exaltar al gaucho lo vuelve manso. Apenas un gaucho que da consejos (segunda parte de su texto).
Borges estaba lejos de comprender que Lugones había elegido bien. La imagen pura para enfrentar a la imagen bastarda de los inmigrantes. El gaucho era el hombre argentino, y este había recibido todas sus virtudes. De aquí el sentido de la palabra gauchada. Más tarde Ricardo Guiraldes trazará la figura del gaucho manso, obediente y bueno. Algo que ya había hecho Hernández con su célebre dictum, “El que obedeciendo vive/nunca tiene suerte blanda/más con su soberbia agranda/el rigor en que padece/obedezca el que obedece/y será bueno el que manda”. Hay aquí muchas simetrías con la política actual del poder. Aunque gauchos mansos (obreros rebeldes, anarquistas rabiosos y patagónicos huelguistas) hubo y habrá siempre. Con una sola variación el poder es más potente que la rebeldía. Hay más gauchos mansos o desorientados que oligarcas con proyecto, suyo o ajeno.
Facundo según dijera Borges, expresa el proyecto político de las clases altas. Si se quiere de los Ceos corporativos. Martín Fierro por ahora sigue quejándose y lloriqueando. El que pintó Hernández era “el que obedeciendo vive”. El actual también. Son mayoría los gauchos que se quejan y no pelean. Ni se agrupan. Se dedican a tejer y no a des-tejer la madeja de quienes los oprimen. Los gauchos de hoy responden a la segunda parte del texto hernandiano, expresan al gaucho derrotado. El gaucho que acepta. ¿Los gauchos de hoy –los que luchan sin organización, las clases medias empobrecidas– terminarán en la mansedumbre sin recuperar para sí la rebeldía?