La madre de los Confines, que sonreía con toda su cara como si ojos, pestañas y cejas se entregaran a la magia de la carcajada, fue, es y será eterna por la luz de sus palabras, por la inaudita belleza de su poesía, por la fascinación que generan sus historias. Las páginas de sus libros desmentirán, una y otra vez, lo que ayer nadie podía creer, cuando al mediodía comenzó a circular la noticia. Imposible que Liliana Bodoc haya muerto a los 59 años por un maldito infarto. El deseo de que fuese una mentira, de que hubiese un error, pronto se diluyó cuando el secretario de Cultura de Mendoza, Diego Gareca, quien había viajado con la escritora y una comitiva a Cuba, para participar de la Feria del Libro de La Habana, confirmó su muerte. Desde entonces sus lectores andan con el corazón partido. La sensación de soledad y orfandad aprieta. Lo que más se va a extrañar –además de todo aquello que podría haber escrito y publicado– es la intensidad y el compromiso emocional que Bodoc manifestaba por la literatura.
Bodoc –que había nacido el 21 de julio de 1958 en Santa Fe como Liliana Chiavetta– creció en un barrio cercano a una fábrica de cemento. A los cinco años, por el trabajo de su padre, su familia se mudó a Mendoza y pasó su infancia en un vecindario fabril enclavado en un paisaje agreste, rocoso y polvoriento. Ella creía que en ese espacio surgió su relación cercana con lo mágico. “Cuando digo magia ya existe; es un concepto tan viejo como el hombre. Y lo mágico tiene la función del horizonte, que se corre para ir más lejos. El relámpago fue algo mágico, hasta que el hombre lo entendió.” La escritora, que perdió a su madre cuando era muy chica, solía recordar que como cualquier niña sola tenía tendencia a ver otras cosas en los pequeños detalles extraños de la realidad. Su conexión con lo mágico también pudo haber sido la respuesta a un papá “maravilloso, marxista y ateo a rajatabla”. Después estudió la Licenciatura en Literaturas Modernas en la Universidad Nacional de Cuyo y fue docente de Literatura Española y Argentina en colegios de la misma universidad.
En La saga de los Confines, con la que trabajó durante unos ochos años, entre 1996 y 2004, intentó escribir el libro con el que soñaba, “la épica de los sufren, los olvidados, los oscuros” de este continente. En la primera novela de la trilogía, Los días del Venado (2000), Misáianes –que en la singular lengua que inventó la escritora a partir de raíces griegas significa “odio eterno”–, apoyado por una casta de magos autócratas, envía sus ejércitos hacia las Tierras Fértiles, donde conviven los Señores del Sol, con su estructura de castas y nobleza, los husihuilkes, que viven de una economía horizontal, y los zitzahay, aristócratas de la sabiduría. Más allá del triunfo de las Tierras Fértiles, la guerra continúa en Los días de la Sombra (2002). Lejos de estar derrotado, Misáianes invade por segunda vez las Tierras Fértiles. En la tercera y última novela, Los días del Fuego, se desata la última batalla en dos planos: el de las Tierras Fértiles y el de las Tierras Antiguas, donde se agita la resistencia clandestina a Misáianes. Para construir esta historia excepcional, pasó mucho tiempo leyendo textos específicos, como los diarios de Colón, las cartas de Hernán Cortés, el Popol Vuh, libros de historia, de antropología, las leyendas mapuches y la literatura azteca, entre otros materiales.
Cuando Bodoc llegó a Buenos Aires, a comienzos del 2000, con algunas copias de Los días del Venado, el primer libro de la serie, para entregar a las editoriales, cargaba con la mochila del desconocimiento absoluto, sin cartas de recomendación literarias que le pudieran abrir alguna puerta. El que se atrevió a publicarla fue Antonio Santa Ana, entonces editor de literatura infantil y juvenil de Norma. “Me largué a buscar las editoriales que me sonaban conocidas –recordaba la escritora–. Estaba a punto de irme a Brasil de vacaciones, y ciertos trámites retrasaron la partida; el caso es que me quedé en la ciudad unos días más. Me había sobrado una copia de la novela, porque ya había repartido el resto. Y entonces busqué en la guía y encontré Norma, a la que no tenía registrada como una editorial que le pudiera dar mucho corte a esta novela. Cuando volví de Brasil y revisé el correo electrónico, encontré un mail de Antonio Santa Ana. No lo podía creer. El corazón me latía fuerte: Santa Ana me estaba buscando. Nos encontramos y me dijo: ‘Voy a editar este libro’”. Ella siempre decía que estaba “muy agradecida” por el riesgo que había asumido el editor.
El interés por la obra de Bodoc es internacional. La poeta Diana Bellessi le envió a Ursula K. Le Guin, que murió el pasado 22 de enero, los dos primeros libros de La saga de los confines. Le Guin las leyó en español –idioma que entendía y hablaba muy bien– y le mandó un mail al editor de Bodoc: “La escritura de Liliana trae, por primera vez, un punto de vista realmente sudamericano a la fantasía puramente imaginada, a diferencia de la fantasía borgiana y la semi-fantasía de los realistas mágicos”. La escritora argentina, que consideraba a la creadora de la saga Terramar su maestra, contó que tuvo algunos contactos esporádicos con la dama de la ciencia ficción estadounidense y que en una oportunidad le dijo que le hubiera gustado mucho traducir La saga…, pero que ya no se animaba a esa tarea porque estaba demasiado grande. “Yo trabajo con la fantasía de manera alegórica y metafórica, de la misma manera que Tolkien, Le Guin o Gorodischer en Kalpa Imperial, para referir al mundo del aquí y el ahora; para mí el poder no tiene que estar hegemonizado por nadie, ni siquiera por un rey bueno, como en el caso de El Señor de los Anillos –planteaba Bodoc en una entrevista con Mariana Enriquez–. Recuerdo todo el tiempo nuestras guerras, nuestra miseria, nuestro dolor para que las guerras ficcionales tengan carne y verdad. Mis libros no son algo ingenuo. La guerra de guerrillas que se da en la saga, las inmolaciones, los suicidios, no están por casualidad. Hay muchos personajes que se suicidan por una causa, y me hago cargo de que eso referencia directamente el mundo contemporáneo. Mis hermanos tuvieron militancia política de izquierda, y aunque yo miraba de afuera y tenía mis discusiones con ellos, aprendí mucho. Y creo que eso se nota.”
La autora de Memorias impuras, Presagio de carnaval, El espejo africano y Tiempo de dragones, entre otros títulos, ganó el premio a la Mejor Obra Literaria Juvenil otorgado por la Fundación El Libro en la Feria del libro de Buenos Aires (2000), obtuvo una mención especial de The White Ravens otorgada por el IBBY (International Board on Books for Young People) en 2002, y la Fundación Konex le entregó el Diploma al Mérito en 2004 y el Konex de Platino en 2014. En mayo de 2016 recibió el título Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo. Su discurso, una conferencia titulada “La palabra y la construcción del honor, fue memorable. “Y ahora nos anda rondando una palabra peligrosa: meritocracia. Un concepto que puede transformarse según como se utilice y se aplique en una gran vergüenza. ¿Quién no merece recibir palabras? ¿Quién no merece agua pura? ¿Cuáles son los requisitos para merecer educación? La educación no se imparte, se devuelve. La educación no es un acto de generosidad sino de justicia”, afirmó Bodoc en lo que fue el corazón de su discurso. Para concluir enunció una metáfora que reflejó su compromiso con la educación y los jóvenes: “Dicen que tenemos muchos y buenos jugadores de fútbol porque los pibes tienen potreros. Si se me permite la extrapolación también tenemos muchos y grandes escritores porque tenemos educación pública”.
Bodoc puso el cuerpo y la voz a un poema que escribió el año pasado por la desaparición de Santiago Maldonado. “Hoy me despertó el alma./ Anochece, me dijo./ Se pone oscuro mientras hacés fiaca./ Si corrés, llegás antes que la lluvia./ Llevate por delante las frazadas, escupite las manos/ y salí con medio pie descalzo./ Pero es ahora, antes de que nazca y le pongan un nombre./ Vestite con tu sombra, improvisá un espejo./ Pero corré./ Si corrés, llegás antes que la muerte./ Antes de que crezca como un gorrión de monte/ y se deje la barba./ Llegá para besarlo como un hijo,/ un amante, un hermano./ Tu instante de tardanza es su martirio./ Así que levantate,/ ignorá los escombros de tu cuerpo/ atropellá el café que se te pone enfrente,/ y arrancá para el sur./ Donde sea que esté/ habrá una luz naciente,/ una señal del cielo/ un grito de la tierra./ Donde sea, en la vida o en la muerte, Santiago está esperando”.
La escritora se hizo musulmana hace muchos años. “Por alguna razón que no conozco, sentí la necesidad de acercarme a Dios. Empecé a sentir que no hay que pensar con desdén en esta idea de Dios, que es un concepto que, de diferentes maneras, surge y merece ser pensado, reflexionado. Así que un día fui a la mezquita que está en la Alameda y me atendió el hermanito Jaled, una persona de un corazón grandísimo, gigantesco. Después, con el tiempo, me di cuenta de que no todos los musulmanes son como el hermanito Jaled. Mi nombre bautismal es Summaia, que es una de las esposas de Mahoma. Yo lo elegí. Lo que me terminó de interesar es el sufismo místico, esa idea del desapego total a lo material. Esta idea de que sólo tengas con vos lo que necesitarías en un naufragio”, explicaba Bodoc.
“La creación es una urdimbre perfecta. Todo en ella tiene su proporción y su correspondencia. Todo está hilado con todo en una trama infinita que no podrían reproducir ni mis amadas tejedoras del sur –dice uno de los personajes de La saga de los Confines–. Pobre de nosotros si olvidamos que somos un telar.”