Humberto Tortonese habla. Mucho y aceleradamente. Si alguien afirmara que es una de esas personas que andan por el mundo cargados de una incontinencia verbal irrefrenable, no estaría equivocado en el diagnóstico. Nadie se animaría a contradecirlo. El es el primero en saber del “problemita” que tiene su filosa lengua. “Si hablo mucho y me voy por las ramas, fréneme porque no me doy cuenta”, llega a decir en medio de la entrevista con PáginaI12. Y sin mediar respuesta alguna, sigue compartiendo anécdotas, abriendo recovecos mentales que se le cruzan en sus respuestas. Una retórica que es acompañada por esos enormes ojos que se abren más de lo que el creador seguramente había planificado originalmente. Tal vez por ese defecto–virtud física es que Dios haya elegido corporizarse en la humanidad de Tortonese en Una obra de Dios, el espectáculo teatral que el 6 de enero sube a la cartelera del Teatro Maipo.
¿Tortonese haciendo de Dios? “Es raroooooooo”, admite, abriendo tanto sus ojos que la parte oscura del órgano de la visión se vuelve imperceptible entre tanto blanco. “La obra es un delirio que ni en el Parakultural se nos ocurrió hacer alguna vez”, admite el actor. Es que en Una obra de Dios, el “Todopoderoso” elige bajar a la Tierra para aclarar algunas interpretaciones falaces sobre su figura y La Biblia, además de dar a conocer los nuevos diez mandamientos, ya que los anteriores “pasaron de moda”. Para evitar nuevas y erróneas interpretaciones, Dios decide hacerlo por sus propios medios, corporizándose en el actor Humerto Tortonese, por sus cualidades como comunicador. Una comedia desopilante que en Estados Unidos fue interpretada por Jim Parsons (Sheldon Cooper en The big bang theory) y en una segunda temporada por Sean Hayes (Will and Grace).
–¿El suyo será un Dios transgresor?
–La obra permite jugar con el ridículo y el absurdo como en las viejas épocas. Es la excusa para jugar con lo religioso. Me divierte poder meterme en un Dios que es como uno, que habla y se mueve como cualquier otro ciudadano. No hay solemnidad en este Dios sino humanidad. En la obra explica que los terrestres entendimos todo mal, que hay errores de traducción, que los teólogos analizan todo demasiado... Va a ser un Dios que se burla de sus intérpretes mundanos. Incluso, termina diciendo que es él “es lo peor que les podía haber pasado”.
–¿Usted cree que es así?
–La figura de Dios es una construcción. Cada uno inventa la suya. La Biblia tiene pasajes que pueden ser considerados ridículas para cualquier mortal no practicante. Basta ver las telenovelas basados en relatos bíblicos para corroborar algunas cosas grotescas. Este Dios viene a aclarar algunas cosas. Es una obra que cuestiona el relato bíblico desde el humor. Este Dios que me posee se hace cargo de su existencia, pero viene a tratar de salvarnos del error histórico sobre la construcción que se hizo. A decir que no crean en ese personaje que el relato religioso creó. Es un delirio que estaría bueno creer.
–¿Ese delirio lo terminó de entusiasmar?
–Soy más inconsciente. No analizo todo con tanto detalle. Siento que si no hago, me muero. Las cosas pueden salir bien o mal. Pero para saber si algo puede funcionar o no, uno tiene que meterse. Si uno analiza mucho cada nueva cosa que va a emprender, se queda sin hacer nada. Todo tiene un riesgo, todo tiene un miedo, todo tiene un “pero”. Hay que jugar más y analizar menos. Si hubiera leído toda la obra y analizado todas las variables, no lo hubiese hecho. Y sé que después yo puedo cambiar cosas. Hay que seguir un texto, pero hay margen de libertad. Si me convocan a mí, saben a los desvíos a los que se someten.
–Encima para interpretar a Dios...
–¡Encima es un Dios que se corporiza en mí! Puede haber tantos dioses como intérpretes. Lo interesante es que cada tres meses puede hacerlo un actor diferente y darle su propia impronta. En Estados Unidos, de hecho, se hizo así: primero la interpretó un actor y después otro, y eran totalmente distintas. Dios toma el cuerpo de cada actor.
–Usted es desde lo artístico, pero también desde lo cultural, alguien transgresor. ¿Cómo es su relación con la religión y con Dios en particular?
–Mi padre era católico pero no iba a la iglesia. Mi mama murió cuando era chico. Pero mis abuelas eran muy católicas y nos hacían tomar la comunión y estudiar catecismo. A mí no me quedó mucho de aquello. No seguí yendo a la Iglesia ni tengo nada místico. Lo que sí hago, cuando me pasa alguna situación delicada, es pedirle a los muertos recientes cercanos más que a una figura de Dios. En la obra Dios pide que dejen de usarlo a él todo el tiempo... Pareciera que a Dios se lo usa más de lo que se lo respeta. Hace un tiempo vi Enter The void, de Gaspar Noé, basada en el Libro tibetano de los muertos. Cuenta la historia de alguien que se muere, pero cuyo alma sigue “viva” durante 24 horas. La película es la visión del muerto durante esas 24 horas viendo lo que pasa en la realidad. Siempre fui de pedirle a los muertos recientes.
–¿Le daba resultado?
–La mayoría de las veces lo que pedía pasaba. Bah, las creencias son un poco así. Las personas que creen mucho en algo terminan creyendo que las cosas que pasan suceden por su fe y sus ruegos. No soy un descreído de todo. Me hubiese gustado hacer meditación, nunca desarrollé una veta espiritual. Creo que nunca le di mucha bola por fiaca más que por descreído. Cuando estoy medio enloquecido, me propongo hacer algo que ponga en armonía mi cuerpo y mi alma, como el yoga. El tema es que después me siento un ridículo. Mi cabeza no para nunca. Para tener una vida espiritual rica hay que ser moderado. Yo siempre fui un desborde. Mi vida siempre fue desbordada y cuando notás que te fuiste de mambo, y querés empezarte a agarrarte de algo más espiritual, te das cuenta que ya es tarde.
–¿Está atravesando una etapa diferente a la que lo guió durante años por esa vida “desbordada”?
–Estoy en otra etapa. Hay gente con 70 años que sigue haciendo varias cosas a la vez. No quiero hacer tres cosas a la vez. Quiero trabajar y disfrutar.
–Sintió que durante los últimos años trabajaba mucho y “vivía” poco.
–Claro. Me pasaba que iba a un asado con amigos y no podía chupar mucho porque a la noche tenía que hacer tal cosa, y me tenía que ir corriendo y sobrio. No hay nada peor que ir a un asado dos horitas y tener que irte. Tuve la suerte de que siempre tuve trabajos divertidos. Nunca sufrí un trabajo, pero por más divertidos que sean hay que trabajar y estar despierto. Desde chico siempre quise trabajar poco. Mi sueño era trabajar poco. Y cuando digo poco es poco: trabajar los miércoles y descansar los otros 6 días de la semana. En la época del underground laburaba poco, apenas los fines de semana. El problema comenzó pisando los cuarenta, que empecé a laburar cada vez más casi sin darme cuenta. Me sirvió para un montón de cosas. Pero nunca trabajar mucho es saludable.
–Cuando comenzó a actuar, en aquellos convulsionados años 80, ¿se imaginaba vivir de la actuación?
–Nunca proyecté una carrera. ¿Vio que hay gente que dice que desde chico sabía que iba a ser actor? Bueno, a mí no me pasó eso. Siempre fui alguien al que le gustó probar. Soy un buscador de experiencias. Mi vida fue así. Iba al colegio y probaba qué era lo que me gustaba. Recuerdo que probé con la pintura... sabía que algo artístico era. Cantar y bailar no porque siempre fui un desastre. Encontrarme con gente que, mas allá de lo talentosa, era libre, fue lo que me llevó a recorrer este camino sinuoso pero hermoso. Si no me hubiera topado con esa locura del under de los 80 hubiera hecho otra cosa, seguramente. Cuando empecé a estudiar teatro encontré mi lugar en el mundo: gente que fumaba porro, que experimentaban, que estaban abiertos a todo... Esa locura era lo que yo quería. Me sentía cómodo en ese caldo de cultivo. En el Parakultural podíamos jugar con todo. Era maravilloso.
–¿Pero no planificó su vida?
–Nooo... En esa búsqueda fue que después me animé a hacer radio o tele. Planificar es una cosa muy de argentino. Y es medio al pedo. En países del Primer Mundo uno puede planificar medianemente su vida porque hay otras garantías de que estudiando tal cosa va a poder trabajar de eso. En Argentina la vida es más repentina, es un gran diparate, nadie tiene garantizado su futuro. La vida en países como el nuestro es minuto a minuto.
–¿Es muy exigente con lo que hace?
–No busco hacer lo que quiero, sino tener libertad para poder hacer. Tuve la suerte de trabajar con gente que me dejaba ser libre y que creían que la libertad creativa era el estado ideal para poder hacer. Desde (Alejandro) Urdapilleta hasta Batato (Barea), pasando por (Antonio) Gasalla, que tuvo la libertad de invitarnos a hacer unos sketches que eran cada vez más fuertes y, lejos de bajarlos, los ponía después de las 22 para que pudieran emitirse. Hacer tele con Gasalla fue muy fuerte, porque tuvimos la posibilidad de hacer sketches en una época en la que había una cosa moral instalada. Ahora la tele volvió a ser demasiado políticamente correcta, donde la posibilidad para zafarte es escasa, aún haciendo humor.
–¿Siente que el actual es un momento en el que la corrección política limita el campo para el humor?
–Todo se volvió a estructurar. Yo viví una época en la que la estructura estaba por un lado, y había un circuito fuerte para los que no queríamos transitar por el status quo. Como uno no quería ser parte de lo instalado, generaba su propio lenguaje, hacía lo que quería. Pero ni siquiera como una pose, era una manera de vivir. La manera que uno tenía de vivir y de pensar daba “provocador” para la sociedad de la época, pero no es que uno quería provocar. Simplemente uno vivía y actuaba como pensaba. Nunca busqué generar ningún escándalo, simplemente vivía. Ahora, en cambio, los medios y algunas figuras de mayor o menor monta buscan el escándalo, le crean las condiciones, se producen para eso. Hay una involución cultural en ese sentido. La televisión, que podría ser mucho más interesante en sus planteos, ocupa gran parte de su tiempo en pelotudeces. El chisme, lo que le dijo una a la otra... No digo que la pelotudez no esté, porque es parte de la vida de la gente. Lo que no puede es ser el principal eje de la TV abierta.
–Lo que pasa es que a muchos de los que estaban fuera del sistema y eran contraculturales en los ochenta, el establishment los fue convocando de a poco.
–Claro. Y una cosa te lleva a la otra. Cuando trabajás en la tele y en la radio, el teatro se llena. La publicidad que da trabajar en la tele y la radio es impresionante. Cuando hacía La voz humana, de Cocteau, la gente venía a verme sin saber de qué se trataba la obra. ¡Se pensaban que iba a pasar revista sobre el escenario! Cualquier cosa.
–¿Y siente que ustedes se adaptaron al sistema o el sistema a ustedes?
–El sistema empezó a incorporar al underground paulatinamente. A nosotros nos salvó que el que nos metió fue Gasalla, ya que nos metió en la tele tal cual éramos. Por eso tuvo resultados. De hecho, en un momento intentó meternos con sketches guionados y no funcionó.
–Funcionaba mejor la improvisación sobre una idea.
–Nos quedábamos con Urdapilleta en casa y nos llamaban para preguntarnos qué escenografía necesitábamos. Y a veces ni sabíamos porque no se nos ocurría nada hasta última hora. Se nos podan ocurrir diez sketches geniales o ninguno. Lo que pasa es que con Urdapilleta nos conocíamos mucho y podíamos improvisar. Todo eso era posible porque Gasalla confiaba en nosotros y tenía la misma repentización para seguirnos y mejorarnos. Eran sketches muy crueles y crudos, en los que hablábamos de cualquier tema.
–¿Un programa así, con humor corrosivo, sería posible hoy?
–Y...no. Está todo más estructurado. No hay programas de humor ni nadie apuesta al humor. Todo está más conservador. Habrá que ver qué pasa con los youtubers y ese circuito nuevo que se generó a través de la web. Lo que muchos no entienden es que el arte es prueba y error. El que no entiende eso, que se dedique a manejar un banco.