El éxito histórico más importante de las empresas capitalistas fue el de ocultar su rol de antagonista principal en la batalla cultural.
El sistema capitalista se encamina, no sin algunos contratiempos, a establecer un modelo de “estado global” montado sobre ese ocultamiento de más de un siglo de duración. En el año 2017, según el informe de Oxfam, el 82 por ciento de la riqueza generada en el planeta quedó en manos del 1 por ciento de la población mientras que el 50 por ciento de seres humanos no recibieron ninguna mejora en sus ingresos. Las 42 personas más ricas del mundo acumulan la misma riqueza que 3.700 millones de la misma especie.
Para lograr el doble cometido de crecer en riqueza y control de poder, las grandes empresas necesitan jibarizar las reglas democráticas y las instituciones garantistas surgidas bajo el Estado de bienestar. Semejante propósito no hubiera sido posible sin intervenir el sistema comunicacional.
De la radio a la televisión y de Internet a las redes sociales, el patrón fue y es el mismo: construir poder, multiplicar la riqueza y concentrar recursos tecnológicos y culturales.
Con esos mecanismos, cada vez más sofisticados, llegaron a mezclar política, entretenimiento y consumo. Y con la apropiación de los dispositivos comunicacionales terminaron sustrayéndole a los partidos políticos los votantes devenidos en clientes, clientes listos para votar a los dueños de las empresas. El proceso requirió de una planificada destrucción del rol mediador del Estado y del sueño liberal de la prensa y el periodismo pensados como independientes asumiendo alguna suerte de contrapoder.
El dispositivo capitalista a través del entrelazamiento y concentración del sistema financiero, sumado al control de la matriz energética y la producción de alimentos, avanza sobre el adueñamiento de las redes y contenidos comunicacionales decidido a configurar un cambio de mundo, aboliendo de hecho algunos pactos civilizatorios.
Este descomunal y sistemático operativo está destinado a establecer nuevos parámetros de justicia, nuevos términos para la aplicación de condenas y nuevos conceptos a través de los cuales se redefinan los términos de la corrupción, el ejercicio de la violencia y hasta las formas de representación.
Todos los días los sectores más ricos corren un poco más la gruesa línea que los separa de las clases populares y sus dirigentes más representativos. Graficada permanentemente en los medios el público accede semi adormecido a fallos insólitos, detenciones arbitrarias, censura o proscripciones políticas en contradicción con las lógicas imperantes hasta no hace muy poco tiempo.
Los ejemplos se multiplican ya sea en Brasil, Honduras, Ecuador, Argentina, Grecia, España, Siria, Turquía o Francia.
En Argentina, el movimiento nacional y popular, atomizado; sin organización ni conducción articulada de pensamientos y sectores, vive con perplejidad el avance del complejo empresarial-mediático-legal que, como nunca antes, controla las estructuras del Estado.
La resistencia, floreciente en las redes sociales, no debería festejarse como exitosa tan graciosamente como parece.
Hay que decirlo: las redes sociales son un invento destinado a conseguir más clientes para el mercado global y ejercer el control social.
Las redes son fruto del desarrollo del mercado capitalista global. Por eso hay que pensarlas, también como herramientas destinadas a profundizar el individualismo, incentivar la pereza reflexiva y crear falsas muestras de universalidad.
La interacción humana a través del whatsapp, sin ningún tipo de prevención o protocolo que garanticen veracidad y respeto por el derecho a la información veraz, comienza a mostrar su debilidad. Los textos, memes, gift o videos, a la manera de una bomba de racimo, van impactando sobre la credibilidad y eficacia del instrumento.
La multiplicación de las réplicas de un mensaje de Wahtsapp, o Twitter, los “me gusta” de Facebook o Instagram no suplen la construcción organizativa.
Detrás de un dispositivo comunicacional hay una ideología; para convertirlo en un arma propia es fundamental, cuanto menos, ejercitar el pensamiento crítico, contraponer ideología y construir organización.
* Periodista, psicólogo.