De todo lo insoportable de la muerte, el modo igualador con el que irrumpe es lo que más revuelve la escasa comprensión de los mortales. Su evidencia patea en la boca del estómago, hace que el dolor se disimule como bronca por un rato. Hoy murió Liliana Bodoc. Qué sinsentido. Qué terrible. Qué injusto. Qué tristeza.
Liliana había llegado a la literatura “de grande”, como siempre contaba con esa sonrisa que usaba seguido y ese tono calmo, tan de charla de cocina, con el que era capaz de soltar las más profundas y reveladores reflexiones como quien dice: te invito a pensar esto, mucho antes que como quien dice: te cuento que soy capaz de pensar esto. La anécdota es conocida porque resulta que a los cuarenta años, a aquella profesora de Letras de Mendoza que había tenido la idea peregrina de escribir un novelón del género fantástico, en el que pueden rastrearse las leyendas latinoamericanas y la historia del despojo que sufrieron los primeros habitantes del continente, finalmente le publicaron su novel libro, después de que el original recorriera varias editoriales. Así fue como apareció Los días del venado, que dio origen a La saga de los confines, a un boom de ventas para aquellas ediciones de Norma y para las posteriores, a todo un boom del género y hasta del segmento al que iba dirigido, en tiempos en que la idea de “lectores jóvenes” no estaba aún tan delimitada.
Recién ahora, recordando, caigo en la cuenta de que ese modo suyo de contar cómo se había transformado en “escritora”, entre el azar y la persistencia, mostraba también un modo de pararse frente al oficio y frente a la vida: siempre en un plano tan horizontal, tan humano. Por eso también decía que prefería a Le Guin antes que a Tolkien, aun admirándolo: rechazaba “esa magia que tiene que ver con seres elevados y alzados de los seres humanos comunes y corrientes, una magia aristocrática en un punto”, y proponía diferenciar: “una cosa es la magia de lo improbable; otra, la de lo imposible. Lo imposible tiene que ver con unos poderes inexplicables, de un ser superior. Lo improbable apunta a la realización de una minimísima posibilidad, pero posibilidad al fin. Esta última es la magia que a mí me convence”. Esa era la magia de la que ella convencía.
Resultaba conmovedor escucharla en sus tantas y encantadoras charlas, frente a público adulto o de niños o adolescentes. Frente a esos fans que llevaban sus libros marcados con papelitos de diferentes colores, subrayados y hasta con gráficos temporales armados, para seguir las intrincadas historias que la saga fantástica construye. O en alguna de las tantas que dio por todo el país y en los más difíciles contextos para el Plan Nacional de Lectura, que fervientemente defendió contando a voz alzada todos sus logros, y cuyo desmantelamiento denunció a partir de 2016. Escuchándola, tan horizontal, tan humana, era posible entender que aquel cholo pobre de toda pobreza, de “Presagio de carnaval”, o aquella mujer negra de “El espejo africano”, o aquel chico que emprendió el desarraigo en “Cuando San Pedro viajó en tren”, verdaderamente vivieron en ella, y por eso los pudo contar como los contó: fue esa condición humana suya la que hizo que la habitaran.
Evoco a Liliana Bodoc jugándose, junto a muchos otros colegas, al denunciar la que fuera una de las primeras brutales represiones del gobierno de Macri, en diciembre de 2015, en la villa 1 11 14, con la carga extra de haberse ejercido contra niños que ensayaban para salir con una murga. La evoco gritando “¿Hasta dónde? ¡Hasta la vida!”, en la presentación del libro que resultó de aquella denuncia artística del atropello, en el ECuNHi, de las Madres de Plaza de Mayo, espacio que también apoyó con firmeza. Así se llamaba su estremecedor poema, así se llamó el libro, y así gritaba ella.
La evoco haciendo tanto en el último año, publicando grandes libros para jóvenes y para muy pequeños, libros que quedarán entre lo mejor de la literatura infantil y juvenil argentina. La evoco con tanto por hacer, con presentaciones muy próximas, con proyectos compartidos para dentro de tan poco. La evoco como abuela orgullosa, como madre amorosa, como amiga de risas. No sé si era esto de lo que quería hablar. Sólo sé que murió Liliana Bodoc. Qué sinsentido. Qué bronca. Qué tristeza. Hasta siempre, querida Liliana. Hasta la vida.