Desde Madrid
Un frío de re cojones. La temida ola polar europea llegó a Madrid la primera semana de febrero. Y no es todo. Tampoco la lluvia. La nieve también se hizo presente en la capital de España. Pero a fin de cuentas, ¿a quién le importa? El partido no se suspende, salvo que la helada congele la redonda, y el Atlético de Madrid enfrenta al Valencia por la fecha 22 de La Liga. Si bien ambos cuentan con jugadores argentinos, los dirigidos por el Cholo Simeone tienen más chances de ir a la Copa del Mundo en la gélida Rusia. Entonces, la nevada española parece una buena preparación.
El nuevo estadio del Atlético está algo alejado del centro de la ciudad, pero el acceso es sencillo. Ya en el metro se percibe un clima familiar, de parejas y apasionados. De hinchas. Sin quilombo. Rastros de sal gruesa al salir del subte demuestran que en las inmediaciones del estadio ya nevó. Pero nada importa al ver el inmenso Wanda Metropolitano: inaugurado el 16 de septiembre de 2017 y con capacidad para 68 mil personas, su slogan es ser el único 100 por ciento LED del mundo. Los terrenos del Vicente Calderón, estadio del centro que supo albergar al equipo durante más de 50 años, fueron vendidos y, pese a los reclamos de los hinchas, será demolido para dar lugar a nuevos edificios. Una verdadera pérdida que algunos dirigentes del fútbol argentino quieren copiar.
Apenas pasada la puerta de entrada, se ingresa a un inmenso shopping con absolutamente todo el merchandising del equipo, que tienta a fanáticos locales y turistas asistentes a llevarse recuerdos a precios que lejos están de ser una ganga, mucho más para los argentinos, que necesitamos multiplicarlos por 25. Dentro, el marco es imponente. El verde y reluciente campo se adorna con el blanco de la aguanieve a la espera de un partidazo: el Aleti escolta al Barcelona y no quiere dejarlo escapar. Y el clima en las tribunas no es menor, ya que los hinchas locales prepararon el primer “tifo” del nuevo estadio y llevan bolsas de papel bajo el lema “un papelito por cada latido”.
Público ubicado, formaciones por alta voz (con AC/DC de fondo, para salir a comerse la cancha) y arranca el partido. El Aleti juega a los toques y el Valencia espera. Como siempre, el Cholo grita y gesticula. Griezmann, el joven galo, tiene que bajar hasta mitad de cancha para recibir. Lucas, el lateral izquierdo, muestra una proyección brutal. Carrasco mueve la redonda de allá para acá y Godín acomoda todo en el fondo. En el visitante, el negro Garay saca todo lo que pasa por el área y ordena al equipo. Hay poco juego y menos situaciones. Los hinchas alientan mientras deambulan de un lado a otro de la tribuna. En una de las últimas jugadas del primer tiempo, el local tiene un tiro libre y Neto, arquero del Valencia, impacta con Godín y le deja tres dientes menos al uruguayo, pero el árbitro aplica el famoso “siga, siga”. Más tarde, en conferencia de prensa, Simeone se preguntará si tienen que matar a un jugador para que le cobren un penal.
El segundo tiempo sigue trabado, pero el local cuenta con un argentino revoltoso y a los 58 minutos Angelito Correa mete un hermoso zapatazo desde fuera del área para abrir el marcador: la voz del estadio lo grita con un tema de White Stripes de fondo. Pese al gol, el partido sigue con pocas situaciones para ambos. Al punto de que a los ‘89, con el partido casi finalizado, el Aleti tiene una contra bárbara pero Griezmann frena la pelota y arma de nuevo el juego. Al público no le gusta. Al galo le molesta la recriminación y con su índice en la boca manda a callar al estadio. La cosa queda ahí porque termina el partido.
El fútbol es fútbol, pero las diferencias entre el propio y el ajeno son muchas. ¿Se podría pensar el estadio de Banfield con Led Zeppelin de fondo al dar las formaciones? ¿O al Cilindro de Avellaneda iluminado como una pasarela de desfile? ¿O imaginar un gran estadio en las afueras, con fáciles y rápidos accesos, que desagote rápidamente y sin problemas? ¿Y si la pregunta es aún más profunda e implica pensar un fútbol argentino donde la familia pueda ir con sus hijos a la cancha, sin miedo a avalanchas, y las chicas con sus amigas, sin tocadas de culo? Las diferencias están a la vista, pero se puede mantener la pasión argenta y, así y todo, lograr un fútbol ATP.