Jorge Fandermole y Juan Quintero no son de la misma generación e incluso nacieron en provincias distintas y distantes. Sin embargo, la música los fue acercando. O cierto modo de entender la música. El rosarino (62 años) y el tucumano (40) afincado en Buenos Aires pertenecen a una corriente de la música argentina que va por un carril distinto al de los festivales folklóricos masivos o la gran industria musical. Una canción sin apuro ni cerrojos, minuciosamente pensada y sentida, con fuentes variadas, que de a poco va dejando huellas en el cancionero popular y trazando líneas para otros compositores e intérpretes. Unidos también por “las diferencias”, Fandermole y Quintero vienen desde hace al menos dos años presentándose, ocasionalmente, en formato dúo. “Cuando armamos un repertorio, lo hacemos con un criterio de mezclar los temas de uno y de otro, ver de qué manera cuajan las voces y los instrumentos, aprovechar las posibilidades del dúo. No es una cuestión de que toca uno y después el otro”, explica Fandermole. Y Quintero completa: “No están las dos individualidades yuxtapuestas, hicimos un laburo de enlazarnos musicalmente”. Sin el soporte de una banda, solo con sus voces y guitarras, se trata de un concierto “concebido como una posibilidad de sumar fuerzas, sensibilidades e intuiciones”. Mañana y el sábado se presentarán a las 21 en la Sala 420, calle 42 entre 6 y 7, La Plata; y el domingo coparán el patio del Konex, Sarmiento 3131, a las 19.
Ambos, claro, llevan adelante proyectos por separado. Pero en el último tiempo coincidieron varias veces en un escenario. Y les picó el bichito. Fander cuenta algunos antecedentes. “La primera vez que tocamos juntos fue cuando Juan estaba haciendo un ciclo en Espacio Tucumán. Y ahí armamos y arreglamos algunas cosas. Y el año pasado ya hubo varios conciertos: al inicio de año hicimos uno nosotros solos y después hubo un par con orquesta, con arreglos de Juan. Con la Orquesta de Cámara Municipal de Rosario y con la sinfónica Juvenil de Tucumán”. Algunos años antes, habían hecho algunas cosas “espontáneas” con Carlos “Negro” Aguirre y el chaqueño Coqui Ortiz. Y ese cuarteto se materializó una noche de 2015 en el Centro Cultural Kirchner (CCK). “En el CCK fue como una idea más formalizada de repertorio con arreglos más precisos, porque había que distribuir entre cuatro, más la parte instrumental. Eso llevó más tiempo y precisión”, cuenta el rosarino.
En esta ocasión, si bien no tienen definido el repertorio, sonarán piezas infaltables como “Oración del remanso” y “Carcará”, de Fandermole, y “Paloma”, del tucumano. “El repertorio tiene en general cosas que abarcan épocas pasadas que merecen estar y cosas últimas. O sea, canciones bastantes viejas y canciones nuevas, que fueron hechas hace un año, tal vez. Cuando una composición nueva agarró una forma que ya te convence, lo metés en el repertorio”, adelanta Fandermole. No descartan alguna versión del Chacho Muller, Aguirre u Ortiz. “Son músicos muy cercanos, los tenemos muy a mano, pero estamos viendo qué es lo que hay que hacer en ese momento”. Durante la charla con PáginaI12, ambos se muestran relajados y entusiasmados por este encuentro musical. Coindicen en que sonarán naturalmente aquellas canciones que los movilizan a ambos, las que tengan “ganas de tocar” y que vayan fluyendo en dúo. Se prestan la palabra, bromean que se “perdonarán los pifies” y celebran que la música popular argentina ha ganado algunos espacios, aunque confiesan que no están al tanto de todas las novedades que suenan. “Uno está tan metido en lo suyo que a veces carecemos de perspectiva en relación al conjunto”, dice el autor de “Canción de Pinar” mientras saborea un pedazo de matambre casero que preparó su compañero.
La idea del concierto, de algún modo, es recuperar la simpleza y la esencia de las canciones, lo que no significa perder profundidad. Es que ambos suelen presentar con formaciones más amplias y en esta oportunidad le darán un mayor lugar a los silencios, la austeridad y la frescura del sonido acústico. “Es cierto que no es lo mismo el tratamiento en banda que tocar con guitarra y voz –distingue Fandermole–. Nano Stern me decía, ‘estoy logrando tocar con el grupo con el mismo grado de libertad y expresividad que cuando toco solo’. Cuando estás un poco más despojado, te sentís más libre y relajado que cuando tenés una densidad instrumental detrás, que a veces es condicionante. Y, ese sentido, buscamos no estar tan agarrados por ese tipo de cosas”. Un formato que inevitablemente propone otro tipo de conexión y diálogo con el público. Uno más cercano, tal vez. Más de fogón.
–¿El repertorio elegido y el abordaje varían mucho en este tipo de formato?
Jorge Fandermole: –Uno va escuchando las músicas del otro y piensa: “me gustaría intervenir en esa canción”. Y si el otro está de acuerdo, la empezamos a abordar y arreglar. Hay algunas cosas hechas con mucha presión técnica y otras que están más livianas, que una las arma de modo más fluido. Me parece que tocar con otro, cosa en la que Juan tiene un ejercicio más abundante que el mío, tiene exigencias que tienen que ver con el tempo del otro, con la dinámica del otro, el modo de tocar, con la energía, con el timbre de la voz, que te obligan a acomodarte y refrescar la cabeza para poder abordar esas cosas. Siento que todas las cosas que he podido abordar con otros músicos me han modificado. Lo primero que quiero es que me modifique la forma de tocar, cantar y pensar.
Juan Quintero: –Con Aca Seca Trío hemos grabado algunas versiones de Fander con una información más compleja. Pero acá agarramos versiones originales de él que son súper conocidas y las tocamos más llanas, las simplificamos un poco. Y eso te empuja a ahondar en otros lugares. Es un ejercicio, un “desaprendizaje”, que no tiene que ver con la cantidad de información que uno incorpora, sino con el foco. Me encanta arreglar, pero también encontrar los lugares donde estamos más tranquilos.
J. F.: –El trabajo está fundamentado en la complementariedad y no en la presión de lo complejo. Si es por la complejidad, siempre hay más notas que poner. La cuestión de cantar a dúo es una tradición fuerte del folklore argentino, entonces me remite al aprendizaje inicial. Cuando empezamos a tocar la guitarra, cuando éramos chicos, cantábamos a dúo. Y esa cuestión de cantar a dos voces es una tradición más fuerte del folklore que del tango o de la música ciudadana en general.
–¿Los une una mirada particular de entender la música?
J. Q.: –El motor es el placer de hacer la música de una manera. Es decir, no tener la presión de la complejidad, sino contar con un foco más grande…
J. F.: –Hay una cuestión de impulso que tiene que ver con el modo en que abordamos los temas: los encaramos en lo grueso y después se va refinando lo que sea necesario. Y lo que resulta muy interesante es que a veces lo que une no son las similitudes, sino las diferencias. Yo empecé a ver ciertas formas de conducir voces cuando lo escuché tocar a él. Esa diferencia me genera una inquietud que me lleva a hacer otra cosa que no tenía prevista. Cuando uno se junta a tocar intercambia figuritas. Uno disfruta de una instancia expresiva y despojada que supera la cuestión técnica. Se produce algo espontáneo e intuitivo.
–¿Qué papel creen que ocupan las canciones en este contexto político y social?
J. F.: –Los tiempos críticos suelen ser momentos creativos, hay que ver de qué manera uno responde: si se anula o explota. Cuando algo emociona provoca un movimiento que probablemente genere alguna transformación. Me parece que un hecho artístico, no solo una canción, en el momento en que impresiona en lo individual o comunitario genera algún tipo de movimiento, de algún modo lo pone a uno más lúcido. Independientemente de que lo que tematiza la canción sea algo estrictamente directo y sensible relacionado con alguna circunstancia precisa. Hace poco escuchaba a un académico francés que decía que la “función de los intelectuales era generar herramientas críticas y ponerlas a disposición de la mayor gente posible”. Se refería a que eran modos de aclarar y extender visiones de la realidad. No sé si el arte puede hacer eso, pero puede generar cosas parecidas. No dejar que las cosas queden como están, sino remover.
J. Q.: –Si estás atento a lo que sucede con algunas canciones que uno tiene muy internalizadas, es interesante cómo esa sensación emocional que uno registra adentro con la canción en determinado tiempo, en un contexto distinto toma de repente otro sentido. Hace poco hicimos un concierto con un coro y teníamos que hacer varias vidalas. Era la época en la que Santiago Maldonado estaba desaparecido y cuando cantábamos “volver a Santiago” (por Santiago del Estero) era muy fuerte, porque decir esa palabra en esos días era un patadón en la cara.
J. F.: –Cuando la cambiás de espacio y tiempo, la canción se resignifica completamente. El cancionero, en general, da cuenta, conscientemente o no, de la experiencia individual y colectiva. Y tiene un anclaje histórico. Todo lo que ha pasado culturalmente en algún lugar del cancionero está. Uno por ejemplo escucha a Víctor Jara, “yo no canto por cantar ni por tener buena voz”, y eso resuena hoy.
J. Q.: –Y también tiene un costado que es totalmente inasible. Como decía Leonard Cohen, “si yo supiera que hay un lugar donde se buscan las buenas canciones, iría más seguido a ése lugar”. A veces se mueven resortes involuntarios que uno no sabe o no puede prever.