Un director de amplísima trayectoria e intérpretes conocidos al tope de la marquesina; una historia basada en hechos reales que entrevera secuestros, dramas familiares, una investigación policial de largo aliento y la disputa por los billetes de un magnate petrolero; un Globo de Oro ganado y una nominación para el Oscar….Los ganchos de venta Todo el dinero del mundo son múltiples y variados, y así y todo una buena porción de público se acercará a ella menos por lo que tiene que por lo que no. La historia es conocida: las denuncias contra Kevin Spacey por abusos sexuales empezaron a llover durante la etapa final de la edición y a pocas semanas del estreno, obligando al director Ridley Scott y a los productores a tomar una de las decisiones más drásticas que recuerde la industria, borrando la participación de la ex estrella de House of Cards y volviendo a rodar todas las escenas de su personaje con otro actor, Christopher Plummer. Con los resultados finales a la vista, deben decirse dos cosas. La primera es que, a excepción de alguna escena resuelta a puro plano y contraplano, el ensamblaje entre las tomas “originales” y las “agregadas” es perfecto, invisible, digno de un realizador de indudable eficiencia y pericia como Scott, que a sus ochenta años filma con una velocidad y constancia que envidiaría más de un sub-40. Y lo segundo es que Plummer, a los 88 años, cumple y dignifica.
El gran actor canadiense funciona como uno de los centros gravitacionales del relato interpretando Jean Paul Getty, quien ganó un lugar en la historia de los magnates por haber sido el primero en convertirse en híper multimillonario allá por los primeros años 70, cuando la crisis del petróleo abrió nuevas vetas comerciales con los países árabes. Pero el foco del último film del realizador de Alien: el octavo pasajero y Blade Runner no recae en su persona ni en los métodos que le permitieron agregarle varios dígitos a la fortuna familiar, sino en el rol durante el secuestro de su nieto “preferido”, John Paul Getty III, ocurrido en la ciudad de Roma en 1973. Las comillas se deben a que tan preferido no debía ser. O no en términos convencionales, puesto que ni bien llegó el pedido de 17 millones de dólares del rescate, Getty Sr. se negó con la excusa de que, si efectivamente pagaba, incentivaría a que sus otros trece nietos se conviertan en un potencial botín de intercambio para las bandas delictivas. Con la billetera abroquelada, inició así una Guerra Fría con negociaciones, desgastes, tires y aflojes similar al que aplicaba para cerrar sus siempre beneficiosos acuerdos, con la salvedad que aquí el beneficio no es otro que la prolongación de su sangre.
¿Al empresario le importa más el dinero que la familia, o hay algo detrás? Plummer asoma, en principio, como un escollo racional, frío e inteligente tanto o más temible para la supervivencia que los propios secuestradores, cuya cara visible y voz en el teléfono es Cinquanta (el francés Romain Duris hablando en inglés con acento… italiano). Pero durante las poco más de dos horas de metraje, el guión de David Scarpa –basado en el libro Painfully Rich: The Outrageous Fortunes and Misfortunes of the Heirs of J. Paul Getty, de John Pearson– es lo suficientemente ambiguo para dejar a Getty flotando en la nebulosa de la dualidad y la contradicción, moldeando sus aristas con partes iguales de excentricidad, ambición y avaricia, pero también de soledad, fragilidad y aislamiento ante una de las pocas situaciones cuyo control está más allá de su radar. No por nada vive encerrado en una mansión digna de Charles Foster Kane, el recordado protagonista de El ciudadano.
A la que tampoco puede controlar es a su ex nuera Gail (Michelle Williams, toda una especialista en roles dolientes). Poco le importan los números y la racionalidad a esa madre que sólo quiere a su hijo con vida. Sin diálogo directo con Getty ni con su ex marido –el hijo de Getty–, Gail tiene como único nexo a Fletcher Chase (Mark Wahlberg), un empleado multiuso del emporio que tiene la consigna de recuperar al nieto con el menor costo económico posible. Con los tres en escena, y después de una larga introducción con saltos temporales que ilustra los métodos de negociación de Getty y la relación con su nieto, el relato arranca una marcha a velocidad constante –toda una marca de las películas de Scott, que podrán ser mejores o peores pero difícilmente mal narradas– que no se detiene hasta el inicio de los créditos. En el ínterin abraza la investigación policial clásica, con infinitas pistas y la creciente sospecha de un grupo de anarquistas, el thriller político/empresarial que transcurre en la gélida propiedad del magnate y hasta el drama familiar detrás de todas las acusaciones cruzadas entre esa mujer tenaz y aquel hombre con puño de hierro dispuesto a todo con tal de ejercer su voluntad.