El que convive cotidianamente con Lula ya no se asusta con la naturalidad con que él encara las monstruosas y absurdas persecuciones cotidianas que le hacen. Es como si él conviviera con la persecución, la injusticia y la lucha cotidiana para superar esos escollos.
Cuando él menciona sus orígenes, cuando recuerda lo que tuvo que pasar para sobrevivir, uno se da cuenta de cómo Lula ya nació condenado y de cómo su vida es una lucha permanente en contra de los destinos que siempre intentaron imponerle y ante los cuales supo reaccionar y salir adelante.
Porque Lula nació condenado a morir cuando chico, destino a que han estado condenados millones de niños como él, en las regiones más pobres de Brasil. Destino al que tres de sus 11 hermanos no lograron eludir. Como dice él, quien, viniendo de donde vino él, logra llegar vivo a los cinco años, ya no le tiene miedo de nada.
Pero superar ese primero escollo, viajando con sus hermanos sobrevivientes y su madre a San Pablo en busca de una vida mejor, en un periplo de 13 días. Allí Lula y sus Hermanos estaban condenados a ser, como máximo, obreros de la construcción civil, cuando San Pablo se jactaba de ser “la ciudad que más crece en el mundo, donde se construyen cuatro casas por hora”. Quienes las construían eran los nordestinos, discriminados, objeto de burla, que vivían en las obras, hasta que las terminaban y se mudaban a la próxima.
Lula fue cadete y lustrabotas. Hizo todos los tipos de trabajo que hace un joven pobre condenado para siempre a la miseria. Estaba de nuevo condenado, pero fue capaz, de nuevo, de escaparle al destino que le tenían asignado. Hizo un curso técnico, se recibió de tornero mecánico y así dio un salto profesional, a obrero calificado de la industria metalúrgica. No iría construir las casas de San Pablo, sino sus automóviles.
Condenado a ser obrero, Lula se puso a dirigir a los trabajadores metalúrgicos en la resistencia en contra de la política de congelamiento salarial de la dictadura y de intervención de los sindicatos. De repente Lula dio otro salto y pasó a ser el más grande líder sindical de la historia brasileña, rompiendo la política salarial de la dictadura y empezando la crisis de agotamiento de ese régimen.
De líder sindical, Lula se propuso ser líder político, de construir un sindicato a construir un Partido de los Trabajadores. Tuvo una primera gran derrota electoral, como candidato al gobierno de la provincia de Sao Pablo. Llegó en cuarto lugar cuando tenía expectativa de ganar.
Superando límites, Lula fue el primer líder sindical candidato a presidente de Brasil. Fue derrotado tres veces, hasta que venció y se transformó en el primer líder sindical presidente de Brasil.
Cuando los mismos economistas de izquierda le decían que Brasil estaba condenado, por la inmensa crisis a que el gobierno de Cardoso había lanzado al país, Lula se propuso recuperar la economía con distribución de renta. Así se transformó en el más exitoso presidente de Brasil y en el líder latinoamericano de más proyección en el mundo en este siglo.
Lula superó también las condenas de que no lograría eligir a su sucesor, menos todavía a una mujer que nunca se había candidateado a nada. Así y todo y eligió a Dilma Rousseff como la primera mujer presidente de Brasil.
Cuando concluyó su segundo mandato con el 87 por ciento de apoyo entre los brasileños, Lula tuvo que enfrentarse a otro desafío, a otra posible condena: un cáncer en la garganta. Lo enfrentó con tenacidad, con sufrimiento, hasta que venció también a esa condena.
Como si no bastara haber vencido a todos esos desafíos, se enfrenta ahora a un cerco jurídico-político-mediático que habría llevado a la derrota y al desaliento a cualquier otro líder. Todos se sorprenden de la fuerza, la tranquilidad y la confianza con que Lula se enfrenta a ese nuevo desafío. Es que a alguien que ya nació condenado, que tuvo que superar a obstáculos gigantescos para llegar hasta aquí, los grandes obstáculos de hoy no le parecen, para nada, insuperables.