Desde Pyeongchang
Habrá, como siempre, medallas, héroes y gloria deportiva, pero los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang se inaugurarán hoy marcados
principalmente por la política. No es que hasta ahora la política no hubiera tenido nada que ver con el deporte, como le gustaba reclamar al poderoso Juan Antonio Samaranch, sino que en esta ocasión su influencia ha sido incluso promovida por el Comité Olímpico Internacional (COI). Hasta hace unas semanas, los Juegos amenazaban con celebrarse a apenas 80 kilómetros de una de las fronteras más calientes del planeta, la que separa a las Coreas del Norte y del Sur, dos países que técnicamente siguen en guerra desde los años 50.
En Navidad, un grupo de científicos expertos en energía atómica adelantó 30 segundos el llamado “Reloj del Apocalipsis” y afirmó que el mundo está “a dos minutos de la medianoche”, una poética alegoría para hablar del holocausto nuclear. A esta decisión contribuyeron, no en poca medida, los tests de misiles realizados durante 2017 por el líder norcoreano, Kim Jong-un, y sus nada amistosos cruces de declaraciones con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El desastre se cernía entonces sobre Pyeongchang, una pequeña ciudad del este de Corea del Sur que aspiraba a transmitir al mundo la imagen de una Corea del Sur abierta, moderna y desarrollada. Sin embargo, el país era, en aquel momento, un auténtico caos. Kim provocaba desde el norte, pero el desorden provenía principalmente de Seúl, donde la presidenta del país, Park Geun-hye, fue destituida por un caso de corrupción. Así, con la ex mandataria aún pendiente de juicio, el excéntrico líder norcoreano vino sorprendentemente al rescate.
En su discurso de año nuevo, Kim anunció que quería mandar un equipo a los Juegos. Los plazos de inscripción estaban vencidos, pero para el COI y el anfitrión fue como una bocanada de oxígeno puro, así que no solo abrieron la puerta a 22 atletas norcoreanos, sino que inventaron un equipo conjunto de hockey sobre hielo femenino. Doce jugadoras del norte fueron integradas a contrarreloj en el grupo surcoreano. A la entrenadora local no le hizo mucha gracia, pero lo deportivo quedó supeditado a lo político y el equipo quedó convertido en un símbolo de unidad que traspasará incluso los límites de los deportes de invierno.
“Esto nos permite tener esperanza en un mundo en el que los conflictos se resuelven de forma pacífica a través del diálogo y el respeto mutuo, como nos demuestra también el deporte”, dijo el miércoles el papa Francisco.
La idea de la “unificación” ha perdido algo de fuerza entre los jóvenes, pero en un país donde existe un ministerio que lleva ese nombre, cualquier iniciativa en pos de la reconciliación se abraza con entusiasmo. Por eso, se espera que el clamor del aplauso ponga algo de calor en la gélida noche del viernes cuando al final de la ceremonia de apertura en el estadio olímpico de Pyeongchang las dos Coreas desfilen juntas bajo una misma bandera.
Eso sí, nadie se hace demasiadas ilusiones. Los surcoreanos temen que la tensión vuelva a crecer tras los Juegos y el propio presidente, Moon Jae-in, advirtió en enero ante la euforia por las primeras conversaciones entre ambos países después de dos años. ¿Se trata de una maniobra propagandística de Kim? Quizá, pero el movimiento ha sido aprovechado por todos.
“Vamos a tratar de sacar lo máximo de esta oportunidad y presentar esta participación de la forma más robusta posible”, dijo la ministra de Exteriores surcoreana, Kang Kyung-wha.
Tampoco al COI le viene nada mal una historia de reconciliación que le ayude a poner el foco sobre algo que no sea el mismo asunto que le persigue desde hace ya dos años: el doping de Estado en Rusia. Con su comité olímpico suspendido, los atletas rusos tendrán que competir en Pyeongchang bajo bandera neutral y no podrán escuchar su himno en caso de lograr un oro. Y eso los que puedan competir, pues muchos –entre ellos varios campeones olímpicos– pelearon su ingreso hasta el último segundo ante la Corte Arbitral del Deporte (CAS) después de recibir la negativa del COI.
Con o sin rusos, más de 2900 atletas de 92 países, récord para unos Juegos de invierno, competirán en 15 disciplinas deportivas en las que se repartirán 102 medallas de oro. Una de ellas la quiere con toda el alma Marcel Hirscher. El austríaco ha dominado el esquí alpino con seis Copas del Mundo los últimos seis años, pero todavía espera a su primer oro olímpico. La estadounidense Mikaela Shiffrin, por el contrario, defiende su título en slalom y aspira a confirmarse como la nueva reina de la nieve.
Por su parte, el saltador polaco Kamil Stoch tratará de agregar el oro olímpico a su Grand Slam en los Cuatro Trampolines, mientras que en el hielo, el español Javier Fernández intentará destronar en el patinaje artístico al japonés Yuzuru Hanyu en un peculiar duelo entre compañeros de entrenamiento.
Todo está listo en Pyeongchang. Incluso el frío. Después de dos suavísimos inviernos en Vancouver 2010 y Sochi 2014, las temperaturas en la ciudad coreana —que bajan estos días habitualmente de los diez grados bajo cero— corresponden al fin a unos Juegos blancos. Si también servirán a la unidad coreana o solo a la propaganda, está aún por ver.