Sangre, balas, persecuciones. Héroes y villanos. El bien contra el mal. Como si el western se hubiera tecnologizado con cámaras de seguridad y testimonios televisados de víctimas y victimarios, esta semana vimos cómo las pantallas modelaron una nueva versión de western. La brújula del género giró del noroeste al sur del continente donde busca sus novedades en las noticias y hasta en la comunicación presidencial. Los héroes son pistoleros y los victimarios seres detestables que no merecen la vida. Como en el género norteamericano, las imágenes parecen construir una nueva narrativa épica del proceso de (re)fundación nacional.
Esta novedad se incorpora a la forma en que desde hace veinte años la información sigue la lógica del espectáculo de la violencia y ayuda a instalar la agenda de la inseguridad. Y en el nuestro “farsouth” el “delincuente abatido” es protagonista. En la historia no sólo no se pone en duda la legitimidad de su muerte (como en otros relatos sí se lo hacía), sino que se ratifica la buena práctica del héroe de disparar como primera alternativa, y por la espalda. Las imágenes de esos “otros” tendidos en el suelo, teñidas de rojo, son muchas veces visibles cuando hay interés de otros actores por instalar un tema: la efectividad policial, la inflación penal y etcétera. Y por desinstalar otros: los aumentos, la desesperanza, la baja credibilidad en el gobierno y etcétera.
La comunicación presidencial identificó héroes, villanos y víctimas y polarizó a la opinión pública entre supuestos “defensores de los delincuentes” y “defensores de la policía”, entre el bien y el mal. Una estrategia de la diferencia que ya rindió sus frutos con otros temas. En pocas horas el primer mandatario recibió a un policía (bonaerense) imputado, el gobierno presionó a un juez, el jefe de gabinete y una ministra explicaron porqué todo esto es legítimo y, como si fuera poco, el principal asesor de imagen del gobierno explicó que todo esto fue así porque los ciudadanos están de acuerdo con la pena de muerte.
Pero el marketing político de la seguridad no es nuevo: quedó instalado en la elección de 2015 cuando todos los candidatos intervinieron sobre la agenda de la violencia urbana como nunca había pasado en una campaña presidencial en Argentina. La tendencia, sin embargo, es regional y en América Latina la electoralización de la seguridad se viene repitiendo. El peligro de estas estrategias de comunicación lo estamos empezando a vivir cuando las balaceras en pleno centro de la ciudad se convierten en noticia. Y un mayor riesgo es que las persecuciones se naturalicen y héroes, villanos y “ciudadanos comunes” quedemos convertidos en víctimas de la espiral de violencia alimentada desde el Estado.
Estas nuevas narrativas (dijeron) se asientan en la “opinión pública”. La pregunta que cabe hacer es qué “gente” piensa que la “pena de muerte” es una solución y las balaceras son efectivas. El sentido de las percepciones sociales es complejo. Especialmente cuando las experiencias están mediadas por la relación con el entramado mediático. Latinobarómetro indica que en Argentina la mayor preocupación pública es la inseguridad (34,7 por ciento). También releva que en 2016 el 54 por ciento de los encuestados acuerdan con la frase “un poco de mano dura no viene mal”. ¿Pero eso significa reclamar ejecuciones policiales? La misma opinión descree de las fuerzas de seguridad (el 65,9 por ciento) y ante un hecho delictivo sólo la mitad decide denunciarlo. Y no sólo eso, los ciudadanos transformados en audiencias reniegan de los medios de comunicación (el 57 desconfía) y creen que las pantallas muestran una “realidad aumentada”.
Entonces ¿se trata de pensar linealmente el problema o de incorporar la mayor cantidad de aristas para abordarlo? ¿De qué manera hacerlo? ¿Qué rol deberían asumir los medios? Un ejemplo interesante es el “Police shooting database” realizado por el Washington Post. Bajo la consigna “¿A quiénes matan en nuestro nombre?”, el equipo periodístico registra desde 2015 a cada civil muerto por un disparo policial. Cada pequeña noticia se transforma en un nombre a través de datos judiciales, policiales e información proporcionada por familiares y testigos de la muerte. El trabajo les permitió identificar casi el doble de muertes que el FBI y armar historias para entender la ilegitimidad de las muertes. El periodismo local (con excepciones) está lejos de imaginar este tipo de prácticas. Pero las audiencias están ávidas de tener más información, entender y ser parte del debate. Algo que enriquecería incluso a quienes tienen posturas más extremas.
¿Qué tipo de medios queremos? ¿Qué tipo de fuerzas de seguridad queremos? ¿Y qué de qué tipo de relato de país nos interesa ser parte? Porque al final de cuentas, el “farsouth” puede traspasar pantallas y alcanzar la vida real, sin buscarlo también podemos ser víctimas de las balaceras iniciadas por los nuevos héroes de los relatos locales.
* Conicet. Investigadora visitante en la Universidad de Georgetown.