“Safari” significa “viaje” en suajili, uno de los dos idiomas oficiales de Kenia. Safari es descubrir y sorprenderse, es trasladarse en el espacio y tiempo. En Kenia, viajar es mucho más que recorrer parques y reservas naturales, lo que comúnmente se conoce como “safari”, actividad que permite observar las más frágiles y antiguas especies del mundo, entre acacias y tierra roja. Viajar en Kenia es también la atractiva opción de una playa sublime con cocoteros y agua cálida o la visita peregrina a comunidades tribales que aún hoy viven según tradiciones ancestrales y hablan solo su dialecto. El territorio keniata tiene una docena de lagos y 54 parques y reservas naturales que ofrecen al visitante la posibilidad de ver más de 20.000 especies de aves, mamíferos y peces, porque el Índico baña casi 600 kilómetros de arenas blancas en la costa del país.
–Hakuna matata (“no hay problema” en suajili) –dice Harún sentado en la esquina de la mesa y propone un brindis. Así manifiesta su hospitalidad y agrega en inglés: “No puede haber ningún problema cuando las cosas salen de lo más profundo del corazón”. Se toca el lado izquierdo del pecho, bebe un sorbo de changaa y sonríe. En pocas palabras Harún nos transmite el espíritu del país, un lugar donde la gente vive con esperanza.
El lago Baringo tiene 130 kilómetros cuadrados, varias islas y muchos cocodrilos e hipopótamos que conviven con los habitantes de Kampi Ya Samaki, el poblado más cercano desde donde se pueden realizar visitas en barco. El silencio de la tarde desde el mirador del embarcadero se interrumpe por un chapuzón sin aviso. Unos minutos más tarde aparece, fresco y renovado, Harún, un guía turístico de familia turkana que nos acompaña por el pueblo y nos cuenta su historia y la del lugar. En el paseo visitamos a su tía, que dentro de su maniata –choza construida con ramas y barro– nos muestra sus trajes típicos de vivos colores y el proceso de elaboración del changaa, bebida alcohólica obtenida de la fermentación del maíz. De vuelta paramos en lo de Mama Linda, el bar de chapas donde todos se reúnen cuando merma el calor.
MULTICULTURAL La casa de John Tubula Lesaloi es una maniata minuciosamente decorada con cortinas y manteles floreados. El baño, a 30 metros de la casa, una estructura de chapas y madera precaria. John y Denis Shinka Parmuat son hermanos consanguíneos de un grupo de 21 hermanos de las tres esposas de su padre. Ambos se dedican a guiar visitantes dentro y fuera de la Reserva Nacional Masai Mara, emblemática reserva no cercada del país cuyo territorio masai es atravesado por el río Mara, características que otorgan el nombre al parque.
Por la tarde recorremos unos cuatro kilómetros. En el camino Denis nos explica cómo viven los masai, cómo usan las plantas y árboles, cómo se vinculan con los animales del entorno.
Aproximadamente 42 tribus habitan las tierras de este país, agrupadas según lenguaje, tradiciones culturales y proximidad territorial. La forma más sencilla de hacerse una idea de la variopinta paleta cultural keniata es a través de sus raíces lingüísticas: así los pueblos originarios se organizan según hablen lenguas bantúes –incluyendo las tribus kikuyu, meru-, nilóticas –masai, samburu, turkana, luo, kalenjin– o kushitas. La mayoría vive del pastoreo, la agricultura y la venta de sus artesanías. Si bien algunas de las tribus se han occidentalizado en sus prácticas, los masai y los turkana insisten en mantenerse alejados del modo de vida occidental.
Denis nos explica que muchas plantas se usan como alimento, medicina y en la construcción de sus viviendas. Nos muestra un arbusto blanquecino que se usa como desodorante y en la ceremonia en que los guerreros son tatuados para demostrar su fortaleza; también el árbol del leopardo usado por este animal para comer de su presa y por los integrantes de la tribu para la toma de decisiones importantes bajo su sombra. Ya lejos de su casa nos cuenta los métodos de supervivencia si nos topamos con algún animal. La reserva está a un par de kilómetros y como es un espacio que carece de vallado los animales pueden circular libremente por todo el territorio.
–Si aparece un elefante hay que correr en la dirección que sopla el viento y si vemos un león no debemos correr, yo tengo mi machete y puedo encargarme de ahuyentarlo –dice con la naturalidad con que uno podría decir que va a espantar un perro si ladra.
–¿Alguna vez te enfrentaste con un león?
–Dos veces, intentaron atacar mi ganado –dice mientras avanza a paso lento vestido con su shuka roja, tela que envuelve su cuerpo flaco.
A la mañana siguiente recién vendrá la gran aventura: a las seis de la mañana visitaremos la Reserva Masai Mara.
SAFARI Los parques y reservas están protegidos por el gobierno, que los gestiona o bien supervisa la gestión otorgada a terceros. La KWS (Kenya Wildlife Service) es la organización estatal que trabaja con todos los actores vinculados al ecosistema procurando proteger la fauna y la flora y resolver las problemáticas hombre-naturaleza. Los parques y reservas representan la riqueza natural más valiosa del país: el turismo aporta un 10 por ciento al presupuesto nacional y por eso se realiza un arduo trabajo de conservación. Las reservas naturales y parques nacionales más visitados por los turistas son la Reserva Nacional Masai Mara, en el límite oeste lindando con el Parque Nacional Serengueti, el Parque Nacional del lago Nakuru al noroeste de Nairobi –capital y puerta de entrada al país–, la Reserva Nacional Samburu al norte del Monte Kenia, el Parque Nacional Tsavo que es el más grande considerando su parte este y oeste, el Parque Nacional Hell’s Gate, a pocos kilómetros de Naivasha, único parque que se puede visitar a pie por su ausencia de predadores y escenario inspirador de la película El Rey León, y el Parque Nacional Amboseli, mejor lugar del mundo para avistar elefantes, cuyo telón de fondo es el Monte Kilimanjaro.
En varios de estos parques se pueden avistar los Big Five o “cinco grandes”, un grupo de mamíferos distinguidos no por tamaño sino porque representan los cinco animales más difíciles y peligrosos de cazar a pie. Afortunadamente Kenia prohibió la caza deportiva en 1977 y esto redujo la merma del número de ejemplares. El rinoceronte, el leopardo, el león, el búfalo y el elefante pueden ser fácilmente observados en la Reserva Nacional Masai Mara, que por su cercanía con el Serengueti tiene grandes poblaciones de cada especie. Allí es posible ver a estos cinco mamíferos en un mismo día, junto con jirafas, gacelas, impalas, cocodrilos, hipopótamos, avestruces, águilas, buitres y cebras.
La puerta que está en Sekenani de la Reserva Nacional Masai Mara es un portón amplio con la figura de un león y un escudo en metal. Esta imagen representa una historia de disputas y enfrentamientos entre la comunidad masai y los depredadores.
Históricamente los masai cazaban leones para proteger a su ganado y como instancia ritual en la consolidación de su hombría. Los guerreros debían enfrentarse al menos una vez en su vida a un león. Sin embargo, hoy en día la KWS junto con organizaciones para la preservación de la especie trabaja para erradicar la caza y matanza de leones. Hace 30 años había 200.000 leones en el planeta, hoy solo quedan 20.000 de los cuales 1400 viven en Kenia.
Después de pagar la entrada en la taquilla, válida por 24 horas, nos internamos en un territorio salpicado de acacias, donde el pasto todavía está amarillo porque las lluvias comienzan a llegar a fines de octubre. En los primeros metros los antílopes y las cebras compiten por el forraje. La huella de las 4x4 que visitan a diario la reserva va calando el terreno. Los cuidadores patrullan la inmensidad del parque para monitorear animales y controlar que los visitantes no dañen el ecosistema.
Más allá se divisan las primeras jirafas. El guía acelera después de recibir un llamado. No lo dice, pero sabemos que estamos corriendo para avistar algún animal que no se deja ver fácilmente. Un rinoceronte negro camina lento entre dos matorrales: esa es nuestra bienvenida, 1500 kilos de una de las especies en peligro de extinción más golpeadas por la ambición humana se pasean lentos frente a nuestra camioneta.
La jornada en Masai Mara es intensa, el sol golpea fuerte y las moscas tejen nubes densas alrededor de nuestro cuerpo. En solo 12 horas vimos chitas durmiendo a la sombra, leonas cuidando a sus cachorros, pumbas, jirafas, buitres, águilas, cebras, ñus y gacelas. Pero lo mejor llegaría el segundo día, mientras nos dirigíamos a la puerta de salida, ya al final de la visita. Una columna negra y compacta se desplegaba paralela al río Mara. El guía, orgulloso porque ya nos había mostrado un leopardo devorando una gacela en lo alto de un árbol, anunció:
–Van a cruzar –y señaló la columna que a primera vista no permitía identificar a sus integrantes: la manada de ñus.
La escena que se desarrolló a continuación fue tan rápida que no pareció real: un conjunto de más de una docena de camionetas acechaba a los millares de ñus que cabizbajos caminaban hacia el río. Los motores ronroneaban y los guías hablaban en suajili. Uno hizo una seña y todos aceleraron súbitamente en dirección al agua. Se oyeron varios frenazos, los ñus se desconcertaron con la nube de polvo y en el marco de una gran revuelta comenzaron a cruzar el río Mara. El cruce duró unos diez minutos, tiempo suficiente para que los cocodrilos armasen un frente y ensayasen varios ataques, lanzando dentelladas en los muslos de los ñus. El sonido era convulsivo, las patas de los ñus chocaban con las piedras de la orilla opuesta y un galope acelerado se mezclaba con bramidos. También las cebras aprovecharon el momento de decisión y pasaron hacia el otro lado en su vuelta al Serengueti.
En el río Mara es en el único lugar donde se puede ver el cruce de los ñus que migran en busca de alimento de Tanzania a Kenia y viceversa, dos veces al año en junio y octubre respectivamente.
Como los “cinco grandes” en Masai Mara, en el norte del país están los cinco especiales de Samburu que solo se pueden ver en esa región donde se encuentran cuatro reservas y parques: Reserva Nacional Samburu, Reserva Nacional Buffalo Spring, Laipikia y Reserva Nacional Shaba.
La reserva Nacional Samburu es la más visitada. Allí coexisten la jirafa reticulada cuyo patrón de pelaje es distinto al de la jirafa masai; la cebra de Grevy, especie en peligro de extinción; el gerenuk o gacela jirafa que es una gacela de cuello muy largo; el oryx y el avestruz somalí.
El pueblo más cercano se llama Archer’s Post, un caserío disperso al costado de la ruta. Un kilómetro más adentro del territorio se comienzan a ver las primeras aldeas, o aglutinamientos de maniatas donde vive la tribu samburu.
La tierra roja se extiende pareja a ambos lados del rio Ewaso Ng'iro. La sabana africana es un paisaje excéntrico, donde la huella humana es una pincelada suave que apenas se percibe. La Reserva Nacional Samburu abre a las 6.30 y cierra doce horas después. Un día nos bastó para ver a los cinco especiales de Samburu, pero la región amerita varias jornadas ya que su riqueza natural y cultural es muy grande. Allí conviven las tribus samburu, turkana, kikuyu y varias provenientes de Somalia.
La vuelta a Nairobi es larga y lenta, las carreteras son angostas y rebalsan de camiones. Nairobi es una ciudad caótica. En el centro el tránsito es furioso, la gente se escurre entre los matatus que compiten con sus luces y diseños estrafalarios. Tiene fama de peligrosa después de las siete de la tarde, y cuando se instala la noche cerrada sus calles se vacían de a poco.
EL MEJOR SECRETO Kenia no es conocida por sus playas, aunque atesora una de las mejores costas de aguas cristalinas del planeta.
Por la mañana el tren nos lleva a Mombasa. Su puntualidad y organización austera destacan en el desorden de la capital keniata. Los chinos están invirtiendo en el país y recientemente inauguraron esta nueva línea ferrocarril que traslada a los visitantes entre Nairobi y Mombasa en solo cinco horas y a un precio módico en comparación con el famoso Tren Lunático.
En la costa del océano Índico, Mombasa –segunda ciudad más importante del país– deslumbra con su arquitectura suajili en el casco antiguo, cuya perla es el Fuerte Jesús construido por los portugueses en 1593, ampliado posteriormente por los árabes y declarado Patrimonio de la Humanidad en 2011.
Desde Mombasa se llega a paraísos hechos playa. Al sur, a no más de una hora de viaje se puede visitar la playa de Diani, ancha y extensa, de arena blanca y aguas prístinas, con una amplia oferta hotelera. Al norte hay una sucesión de ciudades costeras excelsas –Kilifi, Bamburi, Malindi- que llevan a Lamu, una isla pintoresca donde los coches no tienen lugar, por eso los burros son los dueños de sus callejuelas.
Hace calor y el sol calienta desde muy temprano. Por Kenia pasa la línea del Ecuador, por eso los días duran lo mismo que las noche todos los días del año. El agua cálida baña la arena como acariciándola. Bajo los cocoteros tomamos té con maandazi –típicos buñuelos keniatas– y miramos el mar que está tan tranquilo que contagia. Cerca de la orilla un señor ensilla dos camellos y los prepara para empezar la jornada de trabajo, después se acerca a charlar y nos pregunta:
–¿Les gustó Kenia? ¿La gente los trató bien?
–Sí, la gente nos trató muy bien. Ya estamos pensando en volver a hacer otro safari por este país maravilloso –contestamos desde lo más profundo del corazón, como nos enseñó Harún al inicio de nuestro viaje.
–¡Karibu sana ("Muy bienvenidos" en suajili)! –dice el hombre contento.