Aunque es el día más frío del año en Madrid y la temperatura sigue bajando, son las 7 de la tarde y Jorge Valdano está activo y no para de hablar. Su primera respuesta dura extensos seis minutos, en los que desarrolla conceptos sobre el capitalismo y el fútbol y demarca sus gustos. De golpe, finaliza una oración y cierra: “Bueno, que la respuesta fue bastante larga y deberás hacer lo tuyo para que quede bien”. Entonces, lo que podría ser un infierno a la hora de la desgrabación, en realidad termina por convertirse en una elocuencia sobre el protagonista: Valdano habla claro, con perfecta puntuación, impecable conjugación y una conceptualidad tan redonda como la pelota. Valdano es fácil de escuchar y todavía más sencillo de pasar al papel. Si uno no lo viera, podría imaginárselo. Pruebe usted. Saco azul o gris. Camisa blanca sin una arruga. Tal vez, corbata. Pelo húmedo y con rizos, pero corto. Impecable. Casi se le huele el perfume. Hasta el ambiente se dibuja a su alrededor, con algún sillón mullido pero sobrio, una lámpara de pie, incluso un libro sobre la mesa y la luz justa. No suda. Toma café y por ahí un jugo de naranja. Y no falla. Nunca falla. Jugar a su lado debe ser como jugar al lado de Lionel Messi: hay que ser muy torpe para hacerlo mal. O mejor dicho, es casi imposible hacer una mala entrevista a Jorge Valdano.
-Convengamos que el mundo fútbol está ruidoso y grandilocuente. Los valores de los pases son más grandes, los equipos gigantes agrandan la brecha, los periodistas gritan más en los paneles y la mercadotecnia es religión. ¿Qué nos queda de genuino en medio de todo eso?
-Bueno, nos queda el juego propiamente dicho. Nos queda el talento de los mejores. Nos quedan algunos entrenadores interesantes que no bastardean el fútbol. Y nos queda la ingenuidad del hincha. Por lo demás, efectivamente, la sensación es que el dinero ocupa un lugar cada vez más grande y que representa los beneficios y las taras de la globalización. Entre los beneficios, podemos encontrar que el fútbol se ha universalizado más que nunca. Antes el negocio se defendía en el estadio y ahora se gestiona desde canales infinitos que acercan a aficionados a nivel mundial a hinchar por equipos de ciudades que nunca visitaron. Y la parte mala es la ley del gallinero que siempre ha definido al capitalismo más feroz: la gallina de arriba caga a la gallina de abajo. Y hoy, por ejemplo, vimos que cuando se cerró el libro de pases el City pagó la cláusula de un jugador del Athletic de Bilbao por casi 70 millones de euros. Y, al día siguiente, el Athletic le sacó un jugador a la Real Sociedad y gastó la mitad del dinero. Se está poniendo agresivo el mercado.
-¿El mercado se come todo?
-Lo único que me sigue llamando la atención es que hay algunos elementos que sobreviven. El Athletic de Bilbao fue agredido por el Manchester City, porque le quitó a un jugador, pero eso no provocó absolutamente ninguna reacción en los hinchas. Y, cuando el Athletic hizo lo mismo con la Real Sociedad, la operación generó un impacto social tremendo, por la sencilla razón de que todavía estamos más pendiente del cuento del de al lado que del país de al lado. Ese tipo de cosas aún funcionan y son una de las razones psicológicas por las que no tenemos una superliga europea con los mejores equipos.
-¿Un jugador vale 222 millones de euros?
-Es curioso que provoque mucha más indignación el valor de un jugador de fútbol que el de un actor de Hollywood. Seguramente, porque el fútbol es un fenómeno ampliamente popular. Y también porque siempre se lo ha subestimado a nivel cultural. Siempre está instalada aquella historia de que “un jugador vale 200 millones de euros, pero un científico no tiene recursos para investigar y todo eso”. Al capitalismo, o le aceptamos todo o buscamos otra ideología que lo suplante. Lo que ocurre con Neymar, con Cristiano Ronaldo o con Messi no es más que estricta justicia capitalista. Son jugadores que producen muchísimo y, por lo tanto, ganan muchísimo.
-Pero el fútbol sigue teniendo la fragilidad de que todo eso siga estando sometido al valor de la pelota...
-Sí, pero, de todas maneras, en estos momentos hay mucho más dinero que talento. Y eso produce una inflación evidente. Por otro lado, los grandes empresarios ya entendieron que esto es un juego de héroes y es por eso que en estos momentos un jugador extraordinario vale más que el escudo y vale más que el buen juego. Esa es una de las aberraciones a las que nos lleva el negocio. Cuando se compra un jugador de fútbol, se compra también un tipo que en el departamento de marketing produce unos beneficios coherentes con el precio. No es sólo que eso se recupera vendiendo camisetas. Impacta en los contratos de televisión, en los de la marca que viste al equipo y en la cantidad de firmas que quieren asociarse a la institución. Al final, estos grandes personajes te devuelven el precio.
-¿Hay un dominio cada vez más desigual de los grandes?
-Los vicios de la globalización, el fútbol los refleja a la perfección: hay cada vez menos ricos y hay cada vez más pobres. Eso vale para los equipos y para los jugadores.
-¿En dónde te refugiás de todo eso?
-Por mucho que nos refugiemos, es imposible liberarte del fútbol en estos momentos. Es un fenómeno que ocupa un espacio cada vez más grande. En los medios, en la gente, en todos lados. Vemos partidos permanentemente. Y, por mi parte, no necesito ir a buscar nada, porque me he adaptado a la nueva situación. Las cosas que me gustan las defiendo. Las que no, las critico.
-¿Cómo es hablar del fútbol y mantener un tono y una convicción cuando vivimos un momento en el que se grita como nunca antes?
-Lo que creo es que han crecido los dos periodismos: el ruidoso, que televisivamente busca impacto; y el de gran nivel, que es capaz de tener su público, pero que requiere de un talento superior. Las dos puntas han crecido. Lo que si debemos reconocer, que aunque el equipo sea chino y los interpretes sean todos extranjeros -y no exagero porque son situaciones reales- la fuerza del escudo sigue irradiando en los aficionados el mismo hechizo que hace cuarenta o cincuenta años.
-Eso es un bien que en el fútbol se sostiene…
-Tiene una fuerza descomunal y esa fuerza es estival, un poco salvaje, auténtica y conmovedora.
-¿Por qué creés que se grita tanto en el medio periodístico?
-Creo que en Argentina se está mejor preparado para esa respuesta que en España, porque en ningún país se grita más que en Argentina. Me lo dijo hace no mucho tiempo un periodista español: “En el periodismo actual o estás bueno o dices burradas. Y bueno no estoy”. Supongo que hay un reclamo en la opinión pública que sintoniza con esa manera de hacer las cosas.
-La tendencia empuja y hay tipos que han hecho 30 años de carrera en un tono y que, de golpe, se montan a eso y cambian para ganar notoriedad...
-Así es. El gravísimo problema de los periodistas que eligen en ese camino es que terminan convirtiéndose en caricaturas, porque el espectáculo pide. Tarde o temprano pierden autenticidad y se van convirtiendo en actores que interpretan un papel. Mejor dicho, en malos actores que desempeñan un papel.
-¿Qué le dirías al chico que todavía duda y que no se entregó a ese juego?
-Que sea subversivo de la mejor manera. Leyendo, pensando, exprimiendo el talento, emocionando cuando escribe o cuando habla y siendo profesional en el sentido más amplio de la palabra.
-Hablemos de Leo Messi. ¿Por qué esperamos que gane el Mundial para legitimarlo?
-Un Mundial ganado no convierte a nadie en genio y un Mundial perdido no le quita al genio su estatus. Messi es el primer genio del siglo XXI y, aunque la demanda de los argentinos parece insaciable, la historia va a ser generosa con él. Además, su maestría tiene extraordinaria complejidad. Era (Charles) Baudelaire el que decía “no se puede ser sublime sin interrupción”, pero Messi parece dispuesto a contradecirlo.
-Sergio Hernández hace unos días atrás nos decía en Enganche que “los mejores equipos son los que saben que la derrota es una posibilidad”, porque eso los vuelve más peligrosos. ¿Por qué nos cuesta tanto convivir con la derrota y aceptar que es parte del juego?
-La verdad es que no soy capaz de dar una opinión esclarecedora. Lógicamente tiene que ver con la adhesión tremenda que se tiene ante el escudo. Yo creo que hay dos maneras de entregarse al fútbol: una es a través del escudo y la otra a través del juego. Es como elegir entre querer a la patria o querer a la humanidad. A través del fútbol hemos definido querer a la patria y eso nos hace muy chatos en nuestro juicio, como siempre que dejamos hablar a la emoción.
-¿Extrañás sentir la pelota en el pie o convivís con tu nuevo yo y te adaptás?
-No. Soy muy bueno pasando páginas, de la misma manera que soy muy malo para las incertidumbres. Pero la vida está ahí adelante, me parece hasta peligroso empantanarse en esa pasión en la que viví durante quince años de mi vida.
-La nostalgia no es lo tuyo…
-Intento combatirla. De hecho, en mi casa no hay fotos de futbolista, ni guardo camisetas. Hay una sola vida y mañana para mí es infinitamente más importante que ayer. Sin embargo, aunque soy alérgico a la nostalgia, soy muy partidario de la memoria, por lo tanto no quiero borrar ni uno solo de los recuerdos hermosos que tengo de mi paso como jugador.
-Teniendo en cuenta esto de que el mañana es infinitamente más importante que el ayer, ¿sos optimista respecto al futuro del fútbol?
-Creo que corre peligro el jugador distinto. Sin embargo, el jugador promedio tiene más posibilidades que nunca. El problema es que antes la ventaja la tenían las características naturales. La calle como escenario ha desaparecido y la calle era el reino del jugador diferente. Entonces hoy las academias penalizan al diferente con el fútbol a dos toques, con el “largala”, con el café para todos. Eso afecta a una parte importante del fútbol, porque si adherimos a este juego es porque en la memoria tenemos a los Di Stefano, a los Pelé, a los Cruyff y a los Maradona, que nos han relacionado con el fútbol de una manera divina, casi artística.
-¿No te cansás de hablar de fútbol?
-Está mal lo que voy a decir, pero es la verdad. No hablo tanto de fútbol. Voy mucho al cine, leo mucho y si hablo de fútbol es porque me preguntan de fútbol. Pero no pienso en el fútbol. Estoy tan familiarizado con el juego, además veo tantos partidos, que no necesito estar permanentemente dándole vueltas a la cabeza para ver qué voy a decir. Esa es la primera razón por la cual no soy entrenador. Soy un muy mal obsesivo. Soy una persona más bien dispersa y la manera de relacionarme con el fútbol es entrando y saliendo permanentemente. No sólo porque trabaje en el algún club, sino también a lo largo del día. Puedo ver un partido, pero también una serie o una película y eso me ayuda mucho a mirar el fútbol en perspectiva.
-Lo bueno es que entre todas las cosas que hacés y que te entretienen, el fútbol te sigue atrapando como el primer día.
-Así es. Alguna magia debe tener.