También llega ese momento en que una se pregunta: ¿seguí mi corazón? Y el pensamiento, desnudo de toda noticia, no puede elaborar ninguna conclusión. Ni el corazón ni los pensamientos llegan a dar una respuesta infalible. Se puede admitir que muchas veces hemos caído en involuntarios errores. Esto es tan obvio como el rencor oculto en los poemas de amor. Pero esos yerros ¿provienen del camino que él propone?
Ni como búho ni como mujer he mirado las sombras con tanta intensidad antes de esta noche.
Yo no me pregunto por qué la vida no puede hacer algo pequeño después de todas las cosas grandes que ha hecho, porque mi pregunta ya fue formulada. Y mi pregunta trata de confirmar, de manera fácil y propicia, la innegable proximidad entre el razonamiento y el alma.
Es claro que si bien el corazón no puede desfigurar la realidad, le es hacedero y esencial, configurarla. Lo demás viene de la vida misma, porque la configuración del mundo no depende únicamente de la realidad, sino del peculiar modo de ser del corazón.
Ya ha sido dicho: todo lo que se allega es recibido según la forma del recipiente. También es cierto que la muerte se pavonea en la belleza de las flores, pero esa amenaza no alcanza para derogar la hermosura.
¿Yo seguí mi corazón?
Un corazón no nos conduce así como así. En su historia hace falta tiempo, gente, ausencia, y otra vez gente. No tiene un lugar concreto en el mapa general de una persona. No es una cría que tiembla ante una mujer sexuada, ante un hombre parapetado en su poder excluyente. No es un aposento oscuro y vacío donde se crían caracoles. Y muchas de sus curvas y sus bombeos, tienen que ver con las redes que lo irrigan desde el entendimiento. En la unión de estos trazos lo que no ha ocurrido actúa como un vacío aspirante.
Un corazón mira lo que ha quedado de uno cuando no ha querido correr el riesgo. Cuando no ha empollado sus huevos y no ha podido alimentar a nadie con sus trombas de intensa leche.
¿Yo he seguido mi corazón?
Tampoco es necesario que el camino del corazón sea infalible. Su trayecto puede preexistir a toda meta pero no se aísla del ir, del estar yendo hacia su horizonte.
El camino que traza el corazón es una visión del mundo.
He oído decir que el corazón es una especie de conciencia. Y también una especie de sensibilidad.
La gran mentira ha sido hacer del hombre eficiente un organismo que se desvía del trayecto de su corazón. Un organismo que ingiere, asimila, excreta, maquina, sabiendo sosegar el polvo íntimo para que su fermento no carcoma la producción ordinaria.
Clavado a nosotros mismos, el corazón estira sus pequeños brazos al mundo.
¿Yo he seguido mi corazón?
Cuando formulo esta pregunta obro sobre la fermentación y sobre el fermento. Así como entre el azúcar y el alcohol amílico se impone un ser vivo, entre el fermento y el corazón que conduce hay una simetría.
Cuando empezamos a dar los primeros pasos no sabemos que el simple andar de sus latidos ya es un mérito, sólo adivinamos que yendo por su calzada encontraremos algo nuevo, algo sacudidor, algo honesto.
Tampoco sabemos qué parte del llegar se la debemos también al extravío.
Un corazón no es un resto sino algo entero que puede reírse de nosotros. Un pólipo que aspira, ama, huye, espera. Es una espontaneidad que dirige hacia lo que nos place y nos aleja de lo que nos lastima. Es un principio de acción.
En el placer y en el dolor que él comanda, hay algo absolutamente original que no puede resolver ningún otro elemento de la geometría o la matemática. El corazón es la hernia del cielo, la voluta del infierno. Es una vasta anomalía que conduce, que se afirma, que dilata.
¿He seguido mi corazón?
La pregunta formulada es quizás esa clase de derrape sobre el sentido inaccesible de existir. La vida se carga aún en la descarga. Hasta el barro es nutritivo. Y las palabras son lentas. Cuando el corazón se detiene, ellas también se detienen. Con qué diversidad se detienen según sea el origen de la parálisis.
Creer que hemos encontrado la respuesta y constreñir la fiebre de anunciarla, durante días, semanas, meses, hasta no haber agotado todas las hipótesis contrarias, es una tarea ardua.
¿Yo he seguido mi corazón?
¿Yo me parezco al mundo?
¿Adónde me llevo?, ¿a la adoración?, ¿del mundo?, ¿del camino?,
Las partes bajas son necesarias. Yo le digo a mi corazón: tranquilícese. No van a empobrecerlo, no van a escucharlo. No van a acusarlo de inútil. No van a matarlo.
Y él me escucha.
Yo he seguido mi corazón, y mi corazón, me ha seguido. De ahí las peripecias, las convergencias, el escrutinio.
Y reconozco que es excesivo. Por seguirlo me he extraviado. Cuando lo guié, él también se perdió. A veces, me acompañaba a razonar o bien yo razonaba con su delirio. El pólipo y yo hemos trabajado juntos. Nos hemos ahogado juntos. Nos incendiamos juntos. Nos forjamos una extraña simbiosis de luminiscencia y oscuridad. Él sostiene los colores. Yo sostengo la pluma. Una nidada de búhos en espiras, le hicieron los huecos por donde se le escapan chorros de ilusión. Y ésta puede ser la única cuestión de esta noche. Ésta y la gratitud por haberlo merecido.