PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
Las elecciones municipales inglesas del 3 de mayo son el límite. Ese es el consenso de muchos diputados conservadores, pro y antibrexit, que necesitan reunir 48 firmas de legisladores para activar una elección interna partidaria que puede ser el fin de Theresa May en 10 Downing Street.
Los conservadores temen que una ola laborista y liberal-demócratas los borre del mapa en Londres, Birmingham, Manchester y otras ciudades y municipios ingleses mostrando la manifiesta impopularidad de May que gobierna gracias a una alianza con los ultrareaccionarios DUP de Irlanda del Norte.
El diario Financial Times lo resumió recientemente con un interrogante fuerte para una mandataria electa hace solo ocho meses: “¿Puede sobrevivir Theresa May?” El diario de las finanzas se refería a las luchas intestinas por el Brexit que están desangrando al gobierno. El periódico The Guardian se hacía la misma pregunta con el eje puesto en las elecciones municipales, un espejo en el que los conservadores temen ver su futuro. El antecedente más cercano son las elecciones parlamentarias que convocó el año pasado Theresa May donde 13 conservadores perdieron sus escaños y los Torys resignaron su mayoría parlamentaria.
Negociación europea y elecciones municipales son en realidad parte de una misma trama. Las municipales prometen castigar a un gobierno que ha perdido hace rato el rumbo en medio de una fuerte desaceleración económica. La lucha entre los que impulsan un “soft Brexit” (mantener al máximo la actual relación con la UE una vez consumado el Brexit) y los que buscan un “hard Brexit” (separación tajante de la UE) es cada vez más descarnada y se refleja en los indicadores económicos (inflación, caída del consumo, pérdida de poder adquisitivo, expectativas negativas a futuro). Este enfrentamiento sobre Europa tiene algo de drama con visos trágicos, aunque cada vez con más frecuencia se asemeja a una farsa o vaudeville.
La semana pasada el ministro de finanzas Phillip Hammond, líder de los “soft brexit”, dijo que el acuerdo con la UE, que se activará con la salida británica en marzo del año próximo, diferirá “muy poco” de la relación actual con el bloque. La declaración funcionó como un provocador grito de guerra para los “hard Brexit” porque daba por cerrado un tema crucial de la negociación: ¿sigue el Reino Unido en la Unión Aduanera con la UE? Apenas Hammond sugirió que el Reino Unido seguía adentro, el ministro de comercio Liam Fox dijo que de ninguna manera, los diputados pro-Brexit Anna Soubry y el ex ministro de finanzas y del interior, Ken Clarke, anunciaron una alianza con otros partidos para seguir en la Unión Aduanera, la ministra del interior Amber Rudd señaló que un “arreglo aduanero” podría ser la solución y la que tenía que definir el entuerto, Theresa May, dijo que mantenía “an open mind” sobre el asunto, es decir, que estaba abierta a lo que soplara el viento.
Es uno de los debates más importantes de la negociación con la UE y nadie tiene la menor idea de cuál es la posición británica. Si el Reino Unido sigue en la Unión Aduanera, sus productos tendrán acceso libre de aranceles y reglas pararancelarias, pero no podrá firmar acuerdos de libre comercio con otros países. Los “Hard Brexit”, que hace tiempo sueñan con un acuerdo especial con Estados Unidos y otros países, no quieren saber nada de esto. En la Cámara de los Comunes el miércoles la primer ministro se negó a descartar que las corporaciones médicas estadounidenses pudieran tener acceso al Servicio Nacional de Salud (NHS) en un acuerdo de libre comercio que abriría un camino a la privatización de la salud, opción aborrecida por la inmensa mayoría de la población.
El debate es como un cáncer que hace metástasis y amenaza no solo al partido Conservador o el gobierno sino a la Administración Pública misma, ese orgullo de la corona que mantuvo una (relativa) ecuanimidad con todos los partidos que ejercieron el gobierno tras la caída de aquel “glorious” imperio británico en el que “nunca se ponía el sol”. Los más rabiosos antibrexit atacaron duramente a los Mandarines sugiriendo que habían armado modelos “para demostrar que es mala cualquier opción que no sea conservar la unión aduanera”.
Esa caricatura de acento y conducta de clase alta inglesa que es el diputado Jacob Rees-Mogg, hoy jefe del Hard Brexit Grupo de Investigación Europea que agrupa a unos 50 legisladores, exigió renuncias en la Administración Pública a la que acusa de “manipular las estadísticas”.
Rees-Mogg, un antiabortista que representa a la derecha conservadora más dura y tradicional, publicó esta semana en Instagram una filmación de su hijo de dos años repitiendo dos veces la palabra “Brexit” con su orgulloso padre al lado congratulándolo con un feliz y sonriente “good boy”. Uno de los más respetados mandarines, Gus O´Donnell, ex secretario de gabinete entre 2005 y 2011, el puesto más alto de la Administración Pública, salió con los pies de punta respondiendo que los pro-Brexit son unos “vendedores de espejitos” (el original en inglés es más duro: “snake-oil salesmen”, vendedores de curas milagrosas)
El fin de semana arreciaron los rumores siempre off the record sobre el futuro de May. “Si en las elecciones municipales nos barren, la opción será la virtual desaparición del partido conservador o una caótica elección interna, que al menos nos ofrecerá una salida”, dijo un ex ministro tory al The Guardian. Según las reglas internas de los conservadores, se necesita que un 15% de los diputados –48 en la actual composición del parlamento– le escriba al presidente del Comité 1922 Graham Brady, que representa a los legisladores tories, para que se active el mecanismo de la elección interna. The Sun publicó que unos 40 ya le han escrito a Brady expresando que no tienen confianza en May.
Caso curioso el de May, prueba de la vertiginosa rapidez con que puede cambiar la suerte en la política. Antes de su fatídica decisión el pasado abril de llamar a elecciones anticipadas –justificada por la necesidad un absoluto respaldo parlamentario en la negociación con la UE– la primera ministra era la incuestionable reina partidaria, percibida por muchos conservadores como una reencarnación de Margaret Thatcher.
Hoy hasta las cosas que le salen relativamente bien, terminan mal. La conclusión en diciembre de la primera fase de negociación con la UE –que tardó dos meses más de lo calculado– se convirtió en un mar de confusiones gracias a sus ministros que lejos de aprovechar la ocasión para mostrar un frente unido se dedicaron a sacar agua para su molino, fuera pro o antibrexit. El disenso dejó en claro que el acuerdo, que había sido presentado como exitoso, estaba atado con alfileres y no era mucho más que una declaración de intenciones y principios que no solucionaba ninguno de los temas de fondo (cuenta de divorcio, derechos de ciudadanos y, el cada vez más impenetrable asunto del control fronterizo entre Irlanda del Norte, parte del Reino Unido, y la República de Irlanda, miembro de la UE).
Algo similar le ocurrió a May con la remodelación de su gabinete a principios de año presentada como el “relanzamiento” de su gobierno. El día señalado se anunció el nombramiento de ministros que con el curso de las horas decidían no asumir, se atornillaban a su puesto anterior o renunciaban al gabinete. El titular de Salud, Jeremy Hunt, logró persuadir a May que lo dejase en su puesto a pesar de que la primer ministro le ofrecía ser su número dos. El “relanzamiento” terminó en rotundo papelón.
Si mucho parece conspirar contra May, la realidad es que el destino solo está sellado cuando sucede. A la primer ministro la viene salvando la interna del Partido Conservador que tiene demasiados Brutus que dudan sobre el riesgo político de un asesinato. El peligro de que su caída provoque un desmadre que nadie pueda controlar ha neutralizado por el momento el desenlace porque hay un relativo consenso de que una nueva elección con un partido deshecho por luchas internas puede forzar una nueva elección que podría coronar a Jeremy Corbyn, el laborista más a la izquierda de toda la historia partidaria.
Aún así, un Brutus histórico, Michael Heseltine, ex vice primer ministro y ministro de industria que precipitó la caída de Margaret Thatcher en 1990, dijo recientemente que era preferible un gobierno laborista a un “hard Brexit” porque “el daño que causa el laborismo se puede revertir, mientras que una salida de la UE puede causar un daño irreparable”. Así como el destino no está escrito hasta que sucede, la sensación hoy es que basta con que alguien alce la daga para que todos se apresuren a consumar el regicidio. Un prematuro desbarranque de las negociaciones europeas o un desastroso resultado en las elecciones municipales del 3 de mayo pueden ser la señal.