El mundo empieza a mostrarse algo más complicado para la Argentina. Los paneles con las principales acciones en las bolsas de Estados Unidos se tiñeron de rojo esta semana. Empresas de enorme capitalización registraron una caída en el precio de sus acciones de hasta 20 por ciento en apenas cinco días. Las tecnológicas grandes que cotizan en el índice S&P 500 cayeron muy fuerte: Google computó una baja de 15 por ciento, Facebook de 11 por ciento, Microsoft de 10 por ciento e IBM del 9 por ciento. El único bicho raro entre estos monstruos tech de Nueva York fue Trip Advisor, que marcó un alza del 15 por ciento. Los grandes bancos de inversión fueron otro de los rubros con un importante retroceso. El JP Morgan perdió un 8 por ciento, Wells Fargo bajó 15 por ciento y Bank of America disminuyó 7 por ciento.
Las caídas en Wall Street generaron decenas de explicaciones entre los analistas internacionales. En los principales medios financieros del mundo se dijo que la culpa fue de los algoritmos de inversión automatizados, que hubo una toma de ganancias y que las caídas fueron una reacción natural ante el recambio de autoridades en la Reserva Federal. Ninguno de estos argumentos explica las caídas por si sólo y la situación de la bolsa norteamericana se debe a una multiplicidad de factores.
No tiene sentido hacer futurología sobre lo que va a pasar con los mercados financieros internacionales. Los inversores se comportan de forma irracional. El año pasado muchas de las empresas que cotizan en Wall Street tuvieron aumentos de las acciones extraordinarios, muy por encima de los anotados en la última década, y en menos de una semana ya recortaron buena parte de esas ganancias. La tarea interesante, lejos de la adivinanza de pronósticos financieros, es la de observar la forma en que este panorama internacional menos optimista impacta en la economía local.
El primer golpe ocurrió sobre el mercado cambiario. El tipo de cambio llegó a venderse en la city porteña hasta 20,65 pesos a final de esta semana, con saltos de más de 35 centavos diarios. Esta reacción no es resultado del azar sino que es consecuencia de las medidas de apertura financiera de los últimos dos años. Los capitales pueden entrar y salir en cuestión de segundos, sin restricciones tributarias y mucho menos restricciones normativas.
En tiempos de bonanza y optimismo a nivel internacional nadie puede discutir que la llegada de capitales financieros del exterior colabora para moderar los problemas estructurales de escasez de divisas de la economía argentina. Pero se trata de una mirada de muy corto plazo. Cuando cambian los ciclos globales, la apertura indiscriminada deja muy expuesto al mercado interno. Los grandes fondos de inversión tienen un fuerte timming y gran ejercicio para dolarizar sus carteras y salir de la economía hacia otros destinos más seguros (o más rentables). En los últimos días quedó demostrado. El Banco Nación intentó frenar la suba del dólar vendiendo dólares en la plaza cambiaria pero no consiguió frenar la escalada de la divisa.
El debate central debería darse ya no sólo sobre el modelo de endeudamiento. Sino sobre el modelo desregulación indiscriminada de los flujos de capitales. ¿Fue exitoso para la economía argentina? Los datos duros dan una pista de la respuesta. En los últimos dos años la cotización del dólar subió 100 por ciento, la inflación acumuló un alza del 70 por ciento y el crecimiento promedio del Producto Bruto Interno fue cero. La inversión extranjera directa no aumentó e incluso ya es menor que el giro de utilidades de las multinacionales a sus casas matrices. El déficit comercial es el más elevado desde finales de los noventa y el atesoramiento del sector privado (fuga de capitales por ahorro de dólares) ya se lleva el equivalente a la mitad de las reservas internacionales del Banco Central cada año.