El dólar rompió el “techo psicológico” de los 20 pesos. Hablar de pisos y techos psicológicos para las cotizaciones financieras fue una constante durante el gobierno de la primera Alianza, antes de la olvidada crisis de 2001. Pero las analogías históricas pueden ser apresuradas, porque la cotización de la divisa estadounidense no está fuera de control. El precio del dólar depende todavía de decisiones políticas. El gobierno dispone de abundantes reservas internacionales y todavía tiene acceso a financiamiento, aunque no tan fácil como hace apenas pocos meses. La economía real, a partir del déficit comercial primero y del de cuenta corriente después sí se encuentra, en cambio, en una situación de restricción externa, lo que antes o después afectará el valor del dólar. Pero eso es en el largo plazo, la verdadera insustentabilidad del modelo macrista.

En el corto, el de la cotidianeidad inmediata, si el dólar rompe techos psicológicos se debe a que el gobierno así lo decidió por presión de sus bases y aliados. Seguramente, como en el pasado, pronto algún funcionario del Banco Central explicará que es necesario acostumbrarse a convivir con variaciones en la cotización, pero el llamado “mercado”, el submundo de los operadores financieros y sus analistas, sabe que el valor de la divisa ya está en un nuevo escalón, precisamente lo que deseaba el poder económico representado por la actual administración. El capítulo que sigue es el traslado a precios del nuevo valor de la divisa, un proceso semi automático que reafirmará la obsolescencia de la meta del 15 por ciento para la inflación 2018 que, como nadie ignora y la corta experiencia de dos años enseña, sólo opera como un techo para las negociaciones paritarias.

No obstante, la jugada gubernamental de soltarle las riendas al dólar fue por lo menos arriesgada. La alianza Cambiemos sigue operando sobre los principales precios relativos de la economía -dólar, tarifas y salarios– como si diciembre no hubiese existido, es decir, como si no enfrentase nuevas restricciones políticas. Al mismo tiempo tampoco parece haber tomado conciencia de los cambios económicos que afectarán la continuidad de la toma de deuda.

Contra algunos titulares de la semana, la economía mundial no está en crisis. La economía real estadounidense marcha sobre ruedas. La mejora anunciada en la evolución del empleo, con niveles de desempleo que ya están en torno al 4 por ciento, fue tomada por los operadores de Wall Street como una señal de que la Reserva Federal no tendrá mayores restricciones para continuar con su política de suba de tasas. Por ejemplo, la tasa de referencia, el bono del tesoro a 10 años, ya paga cerca del 3 por ciento (2,88) anual. Hacia el futuro se espera la continuidad de subas trimestrales de 0,25 puntos porcentuales. Un ajuste gradual en un mercado estable. Estas señales, que provocaron una fuerte caída de las acciones en la bolsa neoyorkina el pasado lunes, se reafirmaron con el acuerdo legislativo del jueves sobre expansión del endeudamiento gubernamental, es decir del gasto.

Puede parecer extraño, pero lo que se pone en marcha en los mercados financieros a partir de estos procesos es lo que enseñan los libros de macroeconomía tradicional que se utilizan en todas las universidades del mundo. Cuando a la economía estadounidense le va bien sube la tasa de interés, lo que pone en marcha una relación inversa con otros activos. Primero contra las acciones en el propio país, lo que tratándose de Estados Unidos tiene impacto en todas las bolsas del mundo, pero luego también contra la cotización de las commodities, un problema para la periferia. Como frutilla del postre se produce el “vuelo hacia la calidad” de los activos. Prescindiendo de la carga semántica positiva lo que ocurre es que frente a la incertidumbre de los mercados de acciones, los capitales regresan por un tiempo a los bonos del Tesoro, que ahora pagan una mejor tasa.

Para mercados emergentes como el argentino los efectos son dos: salida de las “inversiones de cartera” y aumento del costo del endeudamiento. Nada que no se sepa desde antes, aunque la situación se vuelve particularmente complicada para una macroeconomía que decidió subordinarse al capital financiero, que eliminó todo tipo de trabas a la libre movilidad de capitales y que, con un déficit de cuenta corriente de 5 puntos del producto, es altamente dependiente del endeudamiento externo. La reciente colocación de deuda en moneda doméstica por 70 mil millones de pesos, con cláusula gatillo de intereses de 3,75 puntos sobre la inflación, es una muestra de la aceitada sensibilidad que el ministro de Deuda, Luis Caputo, tiene sobre la realidad de los mercados financieros globales. Caputo también sabe que no puede parar, que cuando el financiamiento externo se frene todo habrá terminado. Quizá por eso los economistas oficialistas y para-oficialistas repiten en coro y a capela que el nivel de deuda externa es todavía bajo. El parámetro de referencia es la relación deuda/PIB, como si Argentina fuese un país desarrollado endeudado en su propia moneda, cuando lo que debe mirarse es el peso extraordinariamente creciente del servicio de la deuda en el presupuesto y, por extensión, en el déficit fiscal total. Argentina volvió a tener un problema grave de endeudamiento que condicionará sus futuros presupuestos hasta la próxima reestructuración. Y todo ello en solamente dos años y sin la prometida contrapartida de infraestructura y desarrollo.

  En el frente exclusivamente interno también pesarán en 2018 los endeudamientos inducidos desde el Estado nacional, tanto de las provincias como de los particulares. Chubut encendió la primera señal de alarma, pero no será la única. Por eso la preocupación de que los subestados se ajusten según lo firmado en el pacto fiscal. En paralelo, los particulares que se endeudaron con la Anses comenzaron a pagar los préstamos y quienes tomaron préstamos UVA descubren que están endeudados para siempre. Los aumentos tarifarios diferidos antes de las elecciones comenzaron a llegar. El efecto total sobre la demanda agregada es el de caída del ingreso real disponible. La suba del dólar desde menos de 18 a más de 20 en sólo dos meses sumará rápidamente ajustes de segunda vuelta. Las consultoras del REM bajarán mes a mes sus (falsas) proyecciones de crecimiento.

Como destacó la economista Silvina Batakis, en un escenario en el que todos los precios tienen gatillo, lo único que se pretende no se dispare es el salario. Pero aquí también el escenario cambió desde diciembre. Se rompió el frente de complicidad sindical y la oposición dispersa inició su lenta reunificación. ¿Quién se anima a decir que la historia no es una historia de lucha de clases?.