“Antes de los UVA solo el 2 por ciento de la población tenía acceso al crédito hipotecario; ahora, entre el 65 y el 75 por ciento. Una transformación que, en veinte años, nos dejará sin déficit habitacional. Los asentamientos precarios se multiplicaron porque esa gente no tenía acceso al crédito. Hoy, lo que pagan para alquilar en la Villa 31 es lo que necesitan para comprar su casa”, señaló entusiasmado Federico Sturzenegger en una reciente entrevista. “¿Usted cree que la erradicación de las villas la va a provocar el éxito de los créditos UVA?”, repreguntó el periodista. La respuesta del presidente del Banco Central fue contundente: “Claro. Por fin tanta gente tendrá acceso a la vivienda. Ya no es más un sueño imposible”.
Las villas miseria nacieron por los años treinta del siglo pasado, cuando el deterioro de la producción del campo en el marco del naciente proteccionismo agropecuario de las potencias comenzó a expulsar a nuestros campesinos hacia la ciudad en búsqueda del ingreso que les negaba su lugar de origen. La constante migración a las ciudades se mantuvo por la esperanza de ascenso social que generó la posterior industrialización de las ciudades, y las villas se transformaron en un lugar de paso, hasta lograr acceder a un terreno de bajo valor en las afueras de la ciudad. Ya en tiempos de desindustrialización y ante la valorización de los terrenos alejados del centro por la expansión de los barrios cerrados y las autopistas, las villas dejaron de ser lugar de paso para transformarse en el hábitat permanente de los humildes de la ciudad.
Las villas miseria sobrevivieron a todo tipo de política, desde la desvalorización de los terrenos y las viviendas con expansión de los créditos hipotecarios subsidiados del peronismo hasta las topadoras de la dictadura militar. Con ese largo historial de políticas, creer que los créditos UVA (indexados por la inflación) van a terminar con su existencia es una mezcla de cinismo e ignorancia. Sturzenegger fue titular del Banco Ciudad y ahora dirige el Banco Central que impone la regulación que rige a todos los bancos que operan en el país. ¿Acaso no sabe que los trabajadores que viven en las villas están mayoritariamente “en negro” y carecen de propiedades, por lo que no podrían cumplir los requisitos mínimos para que los bancos le den un crédito hipotecario? ¿O acaso creen que la línea de crédito hipotecario social del BAPRO alcanzará para todos los informales del país? Eso sin contar los desocupados o cuyos ingresos jamás alcanzarían para pagar la cuota del UVA.
Los créditos indexados que fomenta el Central son una buena idea en un mal programa económico. Si bien permiten la expansión del crédito de largo plazo en una economía inflacionaria, la previsible derrota del salario contra los precios por la política de “bajar el costo laboral” los torna complicados de sostener. Ni que hablar, cuando el actual endeudamiento externo encuentre un límite, y el dólar, la inflación y las cuotas de los UVA dejen de tenerlo. En ese momento, quienes vean sus casas rematadas buscarán refugio en alguna villa miseria, acordándose de Federico.