La crónica semanal reseña un episodio atroz, sucedido en la Escuela de Policía de La Rioja. Doce cadetes recién ingresados, chicas y chicos, fueron sometidos a una instrucción brutal que les produjo daños físicos tremendos. Uno murió. Se escuchan resonancias sobre el asesinato del conscripto Omar Carrasco, reviven conductas propias de los “códigos” de las Fuerzas de Seguridad, en este caso provincial. El maltrato como regla, como criterio formativo. En el límite mismo de la tortura, si no lo es.
El caso alecciona sobre la necesidad de un poder civil que controle y comande a los uniformados.
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Ya que estamos, si los funcionarios estatales tienen licencia para matar como regla, la legalización de facto de la tortura asoma como una perspectiva cierta.
Varios países la aplican con cobertura legal: Estados Unidos e Israel, por ejemplo. La justificación conceptual de la tortura (como la del homicidio premiado) se vincula a la idea del mal menor.
En los buenos tiempos de Hora Clave, cuando se disfrazaba de demócrata, Mariano Grondona proponía una fábula de laboratorio. Un terrorista coloca una bomba que matará muchas personas, corre la cuenta regresiva. ¿Deben detenerse sus interrogadores ante el derecho humano de no ser sometido a tormentos? En la Argentina, nos ufanamos, rige desde la Asamblea del año 1813. El interrogante de Grondona induce la contestación.
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Una película de Hollywood recreó la parábola. Se tituló en inglés,
Unthinkable, la dirigió Gregor Jordan. El terrorista colocó varias bombas atómicas en distintas ciudades de Estados Unidos. Es ciudadano yanqui, convertido al fundamentalismo musulmán. Está detenido, sus captores-interrogadores corren contra reloj y debaten hasta donde pueden atormentarlo. El verdugo más calificado lo encarna el actor Samuel L. Jackson. El no duda en llegar hasta cualquier consecuencia, hay funcionarios que cavilan. Viene un spoiling, avisamos aunque es una peli que no está en cartel.
En definitiva los captores encuentran un límite que Jackson pretende sobrepasar: torturar o algo peor a la esposa del terrorista o a sus hijos, dos pibitos. Prima la conciencia, se negocia, el terrorista confiesa algo. Se desactivan algunas bombas…una queda para estallar. Desde una visión bilardista, la defensa de derechos humanos acunó una catástrofe. Lindo mensaje, Grondona batiría palmas.
La aritmética criminal engaña, es inmoral, niega la razón de ser misma del Estado. El ejercicio de la autoridad supone el autocontrol, la renuncia a ciertos medios. A eso, se supone, llamamos civilización. Pongalé.