Este ultimo viernes fue, seguramente, la jornada más complicada para el gobierno nacional en el mercado cambiario. Hasta ahora. No había transcurrido aún una hora de apertura del mercado y las pantallas de los operadores señalaban un dólar mayorista a 20,40 pesos (había cerrado el jueves a 19,98) en los principales bancos y a 20,35 pesos en el Nación. Las subas verificadas antes del mediodía presagiaban un día movido, quizás el primero en el que la autoridad monetaria debería enfrentar una “corrida”. Cuando en la pizarra de uno de los principales bancos de la city se marcó un valor de venta para el dólar al público de 20,75 pesos, y todavía no era el mediodía, se encendieron varias alarmas. La bandera de la “libre flotación”, aquella muletilla de que “el valor del dólar lo fija el mercado”, comenzaba a ser arriada. Antes del cierre del mercado, el Banco Nación, con la venta de 400 millones de dólares, concretaba su mayor intervención en el mercado cambiario de la era macrista. Hasta ahora.
Lo que sucedió el viernes, ¿es simplemente el reflejo local de las oscilaciones en el mercado de Nueva York y, por lo tanto, un temblor pasajero? ¿O es el inicio de un período de turbulencias más prolongado? El gobierno viene arrastrando desequilibrios en el sector externo que se fueron agravando con el tiempo. El déficit en las cuentas públicas (en pesos) se financia con toma de créditos (endeudamiento) principalmente en el exterior (en dólares). Esto genera la obligación de pagos de intereses en divisas que ya, este año, representarán tres puntos del PBI. Son dólares que salen, que se deben pagar a acreedores del exterior. Pero además hay una cuenta deficitaria entre los dólares que entran por exportaciones y los que salen por pago de importaciones: es el déficit de balanza comercial. El país también tiene resultado negativo por la diferencia entre los dólares que gastan en el exterior los argentinos que viajan, y los que dejan en el país los extranjeros que llegan (unos 10 mil millones de dólares de saldo negativo en 2017). En lo que respecta a la lluvia de dólares por inversiones que iban a llegar, falló el pronóstico, y en su lugar hay una salida neta de divisas por lo que los capitalistas argentinos invierten o se llevan simplemente al exterior. La “fuga” es otra razón de peso en el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Lógicamente, todo este flujo de divisas hacia el exterior genera una situación de desequilibrio constante sobre el mercado cambiario, aunque esto no se refleje todos los días como demanda explosiva de dólares. Pero hace más vulnerable al país ante situaciones de tensión externa. Esto es lo que sucedió esta semana: tembló Wall Street por razones de política económica de Estados Unidos, esto repercutió en todos los mercados del mundo (incluso en China), pero el impacto en Argentina es más dañino que en el resto. Porque el país tiene desequilibrios propios, que se suman al momento de recibir el impacto externo, y porque el actual gobierno desarmó todos sus mecanismos de defensa (el “cepo” y otras herramientas que la desregulación financiera destruyó) frente a crisis externas.
Los desequilibrios externos vienen provocando una demanda neta de dólares creciente, tanto en el mercado cambiario mayorista (operaciones de comercio exterior, o transferencias de fondos financieros con el extranjero) como en el minorista (público en general, que compra en bancos o casas de cambio). Mientras esa demanda era inferior al ingreso de divisas por emisión de deuda o ingreso de fondos especulativos (carry trade para colocaciones en Lebac, por ejemplo), el valor del dólar no sufría grandes variaciones. A partir del último diciembre, se perdió el equilibrio. En dos meses, hasta el 31 de enero, el valor del dólar trepó 13 por ciento. En lo que va de febrero, sumó otro dos por ciento.
Pero hasta que llegó a 20 pesos, se estimaba que el gobierno dejaba avanzar la cotización para que “corrigiera el atraso” respecto de la inflación durante el año 2017. “Con un dólar alrededor de 20 pesos estamos cómodos”, señaló en los últimos días Javier González Fraga, presidente del Banco Nación. El problema es que, el viernes, el mercado parecía dispuesto a dejar muy atrás rápidamente ese mojón. El mismo Banco Nación debió salir a ponerle freno: sólo logró bajarle la velocidad a la subida.
El jueves 8, el dólar minorista cerró en 20,20 pesos, 25 centavos por arriba del cierre del día anterior. Ese jueves, el Nación vendió alrededor de 100 millones de dólares al filo del cierre de las operaciones, evitando que el impulso dado por el mayorista fuera mayor. El viernes 9, el mercado amaneció en un clima de trepada desesperada, empujada principalmente por la franja mayorista. La autoridad monetaria dejó correr, pero al verificar que los valores se alejaban muy rápido de la “comodidad” de los 20 pesos, mandó al Nación a inundar la plaza de dólares. Logró “marcar” un precio de cierre para el dólar mayorista de 19,98, similar al cierre del jueves, pero el minorista no bajó de 20,35, 15 centavos más que el cierre anterior. “Y eso que fue un día de paro bancario masivo”, hizo notar un especialista.
¿Reaparecerá la presión de demanda de divisas cuando se reabra el mercado, tras el fin de semana largo? Está claro que el gobierno apuesta a que los feriados de Carnaval (lunes y martes) pongan en el “freezer” la presión, y que desaparezca la tensión externa. En opinión de Pedro Biscay, ex director del Banco Central, “el gobierno subestima el impacto del shock externo, su propia vulnerabilidad es parte del corazón del problema”. Señaló, además, que se están produciendo cambios en el funcionamiento de las finanzas internacionales que van a terminar afectando a la Argentina. “Si se mantiene como patrón un esquema de dólar fuerte y suba de tasas en Estados Unidos, se viene un escenario bien complicado, una reorientación de los flujos financieros que solidifica un escenario de alta vulnerabilidad para el país”. En esa instancia, la presión a la suba del dólar se hace inevitable.
¿Cuál puede ser el comportamiento o la reacción de los distintos sectores de peso económico? Biscay responde: “Los grandes empresarios saben que este esquema no cierra. El gobierno no sólo que no tiene herramientas para evitar una fuga, sino que además el Banco Central tomó decisiones que habilitan la salida masiva de fondos. Hoy muchos grupos empresarios están desarrollando su estrategia para fugar sus recursos”. Ese cuadro de situación no le es ajeno al sector agroexportador, que por un lado presiona para una mayor devaluación y, por otro, retiene la liquidación de las exportaciones ya cobradas. Los sectores más ligados a las finanzas “saben que cada vez que sube la tasa, la soga se acorta”, advierte Biscay, haciendo referencia a la menor disponibilidad de crédito para el país y a su encarecimiento.
Estas conductas de los grupos empresarios son las que, precisamente, habrían comenzado a revelarse en el mercado mayorista en las últimas semanas. No son los minoristas, el ahorrista o el comúnmente llamado “chiquitaje”, el que mueve el mercado o puede provocar una corrida, sino los grandes operadores. Las reservas del Banco Central están en niveles récord, tal cual destacan los voceros del gobierno, lo cual le otorga un “alto poder de fuego” para responder frente a una corrida. De todos modos, vale tener en cuenta de que hay más de 60 mil millones de dólares en reservas pero menos de la mitad son recursos “disponibles”, utilizables para intervenir en el mercado.
Entre jueves y viernes, la banca pública “quemó” unos 500 millones de dólares, lo cual no es poco ni puede repetirse muchas veces sin generar una sensación todavía mayor de vulnerabilidad. Además, una vez iniciada una corrida, con una pulseada entre la autoridad monetaria y los “peso pesado” de la economía, el final es impredecible. Más impredecible aun cuando la relación entre los intereses de esos grupos y el gobierno (que debería expresar el interés público) es tan estrecha.