En un rincón, el supercampeón más grosso de los homo sapiens; en el otro, un programa electrónico dotado de inteligencia artificial… ¿quién ganará? No hacen falta los spoilers ni invocar el resultadismo bilardista para disfrutar de AlphaGo, el tensionante documental que estrenó Netflix, basado en el duelo real de 2016 entre una creación informática, también llamada AlphaGo, y el gran maestro Lee Sedol, jugador profesional surcoreano de Go. Este tradicional juego de mesa de origen chino de fichitas blancas y negras, clásico monosilábico de los crucigramas, creado hace 2500 años y al que se le atribuyen más combinaciones potenciales que las de los átomos en el universo, lleva un aura insondable y milenaria capaz de interpelar a las grandes mentes de Oriente. Y, por tanto, pareció un buen escenario para testear las posibilidades reales de la inteligencia artificial, justo veinte años después del histórico duelo de 1996 entre la “computadora” Deep Blue y el entonces campeón mundial de ajedrez, el crédito soviético Garri Kaspárov.
Pero algo ha progresado la informática en las últimas dos décadas: AlphaGo se basa en el algoritmo DeepMind, desarrollado en Londres y propiedad de Google, y está dotado de la capacidad de aprender sobre la marcha; incluso de aprender de sus rivales, un poco a la manera de los videojuegos de última generación que copian las habilidades de los jugadores para exigirles nuevos esfuerzos en la próxima partida. El dramatismo extraño de AlphaGo, la película, puede encontrarse en cómo el gran campeón europeo pronto es considerado “de cabotaje” por los diseñadores del algoritmo y necesitan dar el salto de calidad viajando hacia Asia. O en cómo los jugadores humanos, al verse en apuros, buscan miradas –también humanas, claro– con las que cruzarse, en una suerte de Blade Runner con fichas de madera y tablero cuadriculado. Y hasta en observar con sorpresa occidental qué pasa con el Go al otro lado del mundo, donde hay coberturas televisivas en vivo de cada juego, con ritmo de noticiero deportivo al estilo del SportCenter de ESPN, y hasta escenas de histeria casi beatlemaníaca (¿gomanía?), con grititos y todo, cuando el lánguido campeón surcoreano sale a la cancha.
Uno de los aciertos del documental es el punto de partida inocente, casi desinformado, con que el director, Greg Kohs, se acerca tanto al juego del Go como a las nociones de inteligencia artificial, lo que ayuda a la hora de “presentar” los temas ante el espectador. “Cuando comencé a preparar AlphaGo, sabía muy poco acerca de inteligencia artificial, y absolutamente nada sobre el antiguo juego de Go”, concede Kohs en diálogo con PáginaI12, y desarrolla: “Creo que mi falta de conocimiento sobre ambos temas ayudó a no dar nada por sentado en la forma en que manejé ambos temas en la película. Al decidir cómo presentar estos universos a los espectadores, dejé que mi curiosidad marcara el camino. Confié en que, a medida que mis preguntas sobre ambos temas fueran respondidas, las preguntas de los televidentes también resultarían contestadas”.
–En su vida personal, ¿cuándo se topó por primera vez con la idea de inteligencia artificial? ¿Qué tipo de fantasmas o miedos le despierta?
–La primera vez que comencé a notar que la inteligencia artificial estaba acechando alrededor ocurrió hace algunos años cuando mi buscador en las redes sociales me recomendó que podría interesarme un par de botas. Y estuvo bien, tenía razón: las estoy usando todavía hoy.
–¿Qué enseñanza obtuvo tras pasar tanto tiempo con los diseñadores de algoritmos de inteligencia artificial?
–Mientras hacía AlphaGo, no sólo pude admirar la pasión y dedicación del equipo de DeepMind, sino también el amor con el que trabajan los científicos informáticos. Me enseñó a tener una mente abierta al considerar la tecnología. Y me dio la gran esperanza de que la tecnología creativa, si está en manos de personas brillantes y compasivas como las de DeepMind, podría deparar en increíbles avances positivos para el ser humano. Además, cuanto más fui aprendiendo sobre la inteligencia artificial y el Go, más similitudes descubrí entre los jugadores de Go y los científicos informáticos. Todo eso me inspiró mucho e intenté que la película fuera una celebración de cualidades humanas como la dedicación, la pasión y la creatividad.
–Hablemos de Go. ¿Aprendió a jugarlo? ¿Obtuvo alguna revelación al entrar en contacto con un juego que arrastra tanta mística?
–Aprendí mucho sobre el arte, el alma y el espíritu del Go. Realmente es un hermoso juego. Me encanta que el Go reconozca y refleje la personalidad de cada persona que lo juega. Tengo un gran respeto por Lee Sedol y por el campeón europeo Fan Hui, por cómo ambos llevan adelante una búsqueda del conocimiento, la verdad y la creatividad en el tablero de Go. Mientras trabajaba en AlphaGo, aprendí a jugar la versión de captura en tablero de 9x9, para comprender mejor los conceptos básicos del juego. Desafortunadamente, la única “verdad” que me reveló el Go fue que no soy muy bueno jugando al Go. Sin embargo, esa verdad no ha alterado mi sentimiento hacia el Go, y hacia la inteligencia artificial. Todavía me dura la inspiración y la emoción por la belleza que conocí durante la producción de la película.