La guerra siempre ofrece más que dos bandos. En la Holanda ocupada por el Tercer Reich, por ejemplo, existió un sujeto que supo cómo moverse en el hampa, colaborar con los nazis, perseguir judíos, jaquear a la resistencia y sobre todo lucrar con todo ello. Ése es el protagonista de Riphagen, el intocable, miniserie basada en la historia de uno de los holandeses más infames de la Segunda Guerra Mundial. Alguien que supo crear una redituable pyme criminal combinando la suficiencia de sus golpes, la astucia sin escrúpulos y el carisma del que se sabe intimidante. El primero de sus tres episodios se emitirá mañana a las 22 por Europa Europa.
“Creo que podemos ayudarnos mutuamente”, es la frase que Dries Riphagen (interpretado por Jeroen van Koningsbrugge) les dice a los condenados de su tiempo y espacio. Es decir, los judíos que vivían escondidos en Ámsterdam. Como colaborador del servicio de inteligencia de las SS, su trabajo era detectarlos para la deportación a los campos. En vez de ello, les ofrecía protección y una posible salvación hasta que ya no podía sacar más tajada. La entrega muestra ese modus operandi siniestro que lo convirtió en un sujeto incómodo hasta para los nazis. “Hay traidores por todas partes”, dice en algún otro momento este émulo de Al Capone. “Riphagen vivió un tiempo en los Estados Unidos, lo vio en los periódicos y lo tomó como modelo. Al volver ya tenía el look y se movía por Ámsterdam con su revólver para que todos lo vieran, la policía no sabía qué hacer con este tipo tan peligroso”, repasa el actor holandés entrevistado telefónicamente por PáginaI12.
Riphagen, el intocable también da cuenta de las acciones llevadas a cabo por la resistencia holandesa. Es una de espías, con sus chantajes y sacrificios entre balas pero sin la ferocidad de películas emblemáticas como Flame y Citrón, El último Metro o El Ejército de las Sombras. En gran parte porque la materia prima de esta producción es singular. Echa luz sobre un terreno desconocido de la guerra, sin demasiados actos heroicos ni villanos convencidos pero con mafiosos haciendo su trabajo. “Uno de los grandes retos fue interpretar a un sujeto con el cual es difícil empatizar”, asegura Koningsbrugge. Famoso en su país por sus roles de comedia, el actor se siente orgulloso de su mutación para este papel. Al punto que no descarta volver a interpretarlo para una secuela, ya que hay más tela para cortar. Atención al spoiler: Riphagen logró escaparse, vivió en la Argentina y trabajó para los servicios secretos en nuestro país.
–¿Qué lo motivó a ser parte de este proyecto?
–La historia es fascinante. Y me encantó en el peor sentido posible porque muestra otra cara de la guerra y de la resistencia. Generalmente se enseña a la gente haciendo el bien y difícilmente se haya visto la historia desde la mirada de un colaboracionista. Tardó mucho en llevarse a cabo justamente porque se trata de un mal tipo. Luego, con la aparición de series como Los Soprano y Breaking Bad se hizo más fácil, porque demostraron que la audiencia podía seguir una historia sobre un mal tipo si la historia era buena. Tardamos casi una década en realizarla.
–Claramente es un villano pero no es el típico villano, es uno real y carismático en un contexto terrible…
–Es un tipo que solo piensa en él. Luego me di cuenta que eran dos tipos en uno y tenía que actuarlos así. El criminal que ayuda a los alemanes a matar gente y hace dinero con ello. El padre y esposo amoroso. Debía hacerlos por separado. No quería que se viera un semi buen padre o alguien querible entre los malos. Son dos versiones del mismo hombre.
–¿Cómo se preparó para el papel?
–Empecé por lo externo. Hice boxeo porque quería lograr la talla de un camionero. Así eran los boxeadores de esos días. Solo les importaba noquearte, no como lucían. Gané mucho peso y me rapé completamente. En Holanda soy conocido como comediante, así que fue una impresión. Con los diálogos los recortaba en dos porque intenté imprimirle sequedad, no quería que se viera como un débil, ni que anduviera preguntando nada. Decía algo y actuaba.
–El personaje tiene una gran presencia física pero por su accionar recuerda a Hans Landa de Bastardos Sin Gloria…
–Eso es cierto. Era como un ajedrecista que estaba cinco movimientos adelante que el resto. Era un manipulador, era un saboteador de gran nivel pero la gente no lo veía así. Esa era su debilidad ya que quería que todos supieran cuán inteligente era. Era intocable pero a la vez sus ansias de ser reconocido le jugaban en contra. No quería ser visto como alguien de los barrios bajos. Era casi una composición de sí mismo con toda esa ropa extraordinaria que usaba.
–No existe una larga tradición de producciones holandesas sobre el rol de la resistencia, exceptuando las películas de Paul Verhoeven. ¿Ese es un plus de la miniserie?
–Sí, el punto es que la historia holandesa es muy inusual. Somos un país pequeño, los alemanes tardaron dos días en conquistarnos. Casi que no teníamos ejército, ellos llegaron con sus tanques y nosotros teníamos bicicletas. La población se adecuó rápido y hubo una pequeña resistencia que hizo lo suyo de manera underground. Pero creo que lo que tiene esta miniserie es justamente su ángulo, es muy diferente, nunca se ha contado de este modo.
–¿Qué estaría haciendo hoy en día Riphagen con el nacionalismo avanzando por toda Europa?
–No tendría ningún problema en trabajar con el extremismo de derecha enviando a los inmigrantes a su país de origen. Lo más frustrante que nos muestra la miniserie es que aquellos que tienen una gran bocota y saben cómo operar serán seguidos. Está en el ADN humano seguir al líder carismático, tomar el camino más fácil incluso cuando están siguiendo a alguien que opta por el mal camino.