Algunos informan que el cadete Emanuel García “murió”. Otros, hacen eje en lo sorpresivo o en lo inhumano de los instructores. Incluso, la responsabilidad llega a ascender en la mira. La muerte a los 18 años de un adolescente que tenía sueños e ilusiones parte al medio a cualquiera.
Pero Emanuel García no murió. Lo mataron. Informar con el argumento de la disfunción de partes del cuerpo, no sólo aleja las responsabilidades porque carga el efecto sobre lo disfuncional, sobre lo que “falló”, sino que pierde el significado de ese crimen: no falló. Lo fallaron.
La falla multiorgánica no es la causa. Tampoco la deshidratación aguda grave. No sólo están lejos de ser las causas, sino que además, fijar en términos médicos únicamente, disculpa y suaviza. Responsabiliza en todo caso a los ejecutores. Y acerca el motivo a la negligencia.
No fue una deshidratación aguda grave. Dejémoslo para los términos médicos. Era un chico de 18 años. Le pusieron una jeringa y le extrajeron en 30 segundos todo el agua del cuerpo. Lo secaron con calor. Lo extenuaron. La recomendación de tomar dos litros de agua para evitar los golpes de calor fue absurda. Es tortura, no negligencia.
Hay algunos testimonios que dicen que el suelo estaba tan caliente cuando los obligaban a arrojarse al piso, que debían interponer con ropas para no quemarse. Una quemadura es una extracción violenta e instantánea de agua de una zona del cuerpo. Lo seca y lo transforma en una pasa.
Decir que lo que ocurrió fue una falla multiorgánica sostiene como significado que el problema fue propio (la falla) y correspondió al cuerpo (multiorgánica). Nadie informa, cuando se comete un crimen a puñaladas, que se trató de una falla, porque la causa está en el cuchillo que rompe el contorno del cuerpo, no es el cuerpo el que falla sino que no está preparado para resistir esa punzada. Y el responsable es quien lo empuja.
Pero en este caso, además de que no fue una falla sino que lo fallaron, además, es imprescindible destacar que no fue negligencia sino tortura.
La crueldad con que atacaron la ingenuidad de esos chicos ilusionados en una idea quizás romántica de la policía, no fue negligente. Para secarlos de golpe, a tan temprana edad, hace falta mucha crueldad, hace falta que se descargue sobre ellos toda la intención de multiplicar la identidad policial como cruel. Hace falta reproducir la ceguera del policía dispuesto a tirar por la espalda, o a azotar a un chico de 10 años, a amenazar a otro para que robe para el comisario. Nada de esas funciones se logra haciendo pensar. Pero tampoco se resuelve con las responsabilidades directas, aunque sea necesario. Porque es un problema estructural. No es una manzana podrida, la tortura no se sostiene con un par de instructores sacados y algunos jefes que miraron para otro lado. La tortura se permite desde el Estado.