Las medidas de ajuste del gobierno nacional, los tarifazos y la pérdida de trabajo formal incrementan la demanda por un plato de comida en los barrios más humildes. En el centro comunitario San Cayetano, de barrio Ludueña, se preparan 680 raciones diarias; en barrio Toba, son 420; y 220, en el comedor de Ucha, en Villa Banana. Además de los espacios históricos, donde el año pasado prácticamente se duplicaron los pedidos de raciones de alimentos; seis comedores populares se sumaron para paliar la demanda, de la mano de la organización social Causa, donde unos 400 niños, niñas y adolescentes comen tres veces por semana. "Hace 15 años que trabajamos en los barrios populares de la ciudad y hace 2 que comenzamos a generar organización en torno a la alimentación porque la situación se pone más difícil día a día", señaló Facundo Peralta, a Rosario/12.
La semana pasada, el centro de estudios Cesyac dio a conocer que el monto total de gastos de consumo del hogar trepó a 28 mil pesos, en enero. Las solas cifras son alarmantes, pero también el relato de quienes están todos los días en el territorio. En el comedor de Villa Banana, un cartel anuncia que hay comida para pibes y pibas de todas las edades. "Tuve la presión alta y le pedí por favor a la doctora que no me deje internada porque le tengo que hacer de comer a los chicos. Acá si no cocino un día me golpean el portón. Los chicos me gritan '¿Hay Ucha?', y yo les pregunto por qué dicen así, y ellos responden que 'si no hay Ucha, no hay comida'. Yo no puedo decir que no. Perdí a muchos integrantes de la familia en estos meses, pero los chicos son los que me dan vida", dijo la mujer que hace casi 30 años está en Lima al 3000, en Villa Banana. El comedor recibe ayuda municipal. La necesidad de estos días está marcada por la cercanía con el inicio de las clases, ya que "los chicos no tienen útiles".
En Ludueña, se preparan 680 raciones diarias, cuando hace más de un año se hacían 400. "Lo hacemos cinco veces por semana y cada vez se acerca más gente. Nosotras decimos que si la gente viene a pedir comida es porque verdaderamente está en crisis. El problema es que no vemos que esto mejore. Teníamos esperanzas, pero está cada vez peor", lamentó Mirtha Barrios, del comedor San Cayetano, donde 140 mujeres se turnan para cocinar, limpiar, hacer actividades y hasta dar contención. En el comedor de Bielsa y Garzón, que recibe un subsidio provincial y algo de ayuda desde Cáritas, también apuntaron a la necesidad de ropa, calzado y útiles para los niños y niñas.
Sin embargo, esos comedores históricos no dan abasto: "La situación es tan difícil que hace 4 meses decidimos abrir 6 comedores Cienfuegos. Pero no son sólo comedores, porque creemos que atender las necesidades de alimentación de la gente de abajo es una acción de resistencia al ajuste neoliberal. En realidad necesitamos resistir y al mismo tiempo organizarnos políticamente para derrotar a los que nos están hambreando. El objetivo final es que podamos comer en nuestras casas, a partir de lo que ganemos con nuestro trabajo. Por eso Cienfuegos", dijo Peralta.
En La Morena, donde Rosa le da de comer a 420 personas de barrio Toba, también tuvieron que acercar la iniciativa Cienfuegos, porque nada alcanzaba para sostenerlo.
El proyecto ayudó en los últimos meses, cuando se agudizó la necesidad de un plato de comida. Según datos de la organización Causa, el Comedor Libertad, brinda raciones a 47 niños y niñas, 3 veces por semana; en el comedor Itatí comen 60 chicos y chicas, 3 veces por semana; 126, en el de San Martín Sur, 2 veces en la semana; 30 niños y niñas, en Empalme Graneros, tres veces por semana; y 60 en Villa Banana, donde se da merienda y desayuno a niños, niñas y jóvenes. "Todas las compañeras que llevan adelante los comedores Cienfuegos, son trabajadoras de la economía popular. Pudimos conseguir para ellas que cobren el Salario Social Complementario. Porque consideramos que además de ser personas solidarias son trabajadoras y buscamos que ellas mismas se reconozcan como tales", dijo el militante de Causa.
"El hambre no espera", aseguraron desde la organización. "Tal como denunciara el Movimiento Chicos del Pueblo hace más de tres décadas, el hambre es un crimen, y la responsabilidad es política. Este crimen ‑no incluido en el Código Penal‑ es perpetrado cotidianamente por un sistema cuya voracidad empuja cada vez a más personas a la desesperación de no tener un plato de comida sobre la mesa". Y agregaron: "Nuestros comedores populares se inscriben en los procesos de lucha que viene protagonizando la CTEP por el reconocimiento de trabajadores de la economía popular y, por ello, no se agotan en algunas personas que le preparan la comida a vecinos y vecinas, sino que pretenden servir como lugar de encuentro para la organización popular necesaria para atacar el problema medular, un sistema que nos oprime, nos colonializa, nos explota, nos desecha y no repara en matarnos".