¿Las protestas sociales que en el presente se dan desperdigadas en diversos ámbitos del país son acaso solo las cenizas de las llamas que ardieron en el estallido social del cual se cumplen 15 años? 

En efecto, estamos a una década y media de diciembre de 2001, cuando el hartazgo de los ninguneados e excluidos por las políticas económicas y sociales regresivas multiplicaron los piquetes y la salida masiva de población a las calles. La feroz respuesta estatal que dejó un tendal de muertos y heridos no pudo frenar la furia popular y el grito de "Que se vayan todos" circuló por plazas, avenidas, fábricas y escuelas como expresión de un sentimiento de rebelión.

Poco después, en las asambleas barriales los vecinos debatíamos acerca de nuestros problemas acuciantes: desempleo, corte de servicios de agua, auto organización de iniciativas solidarias, etc.

Durante los primeros meses del 2002 estas asambleas articularon con los movimientos sociales asediando las formas de representación política formal. Llegados a junio, la masacre en el Puente Pueyrredón y en la Estación Avellaneda cobró las vidas de los luchadores sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. A partir de entonces las fuerzas coaligadas de los poderes establecidos en el capitalismo se recompusieron poniendo fin a la efervescencia y la movilización popular. Encorsetaron las luchas y neutralizaron su potencial transformador.

La memoria de la lucha continúa viva. Las injusticias de ayer han adquirido una magna dimensión más allá de los discursos y relatos oficiales.

Corresponde formularse muchos interrogantes a fin de comprender la dimensión de las derrotas infringidas a los de abajo por los elites del poder a fin de recuperar la iniciativa y recuperar el protagonismo en medio de un ajuste estructural que nunca enfrentarán las burocracias.

Solo queda ir abriendo brecha y no ceder a la resignación y la apatía.

 

Carlos A. Solero

Miembro de la APDH Rosario