Paradójicamente, lo más relevante del periplo del secretario de Estado, Rex Tillerson, por América latina no ocurrió en la región, sino en Estados Unidos. Al anunciarse su visita a México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica ya se conocía el énfasis de su agenda política: la grave situación socio-económica y político-institucional en Venezuela y la búsqueda de un esquema de tratamiento que combinara una mayor presión diplomática de varios países hacia Caracas con la amenaza de sanciones materiales estadounidenses. También, como suele ocurrir con los viajes de presidentes y cancilleres estadounidenses, su propósito era procurar más mercados abiertos para las exportaciones de Estados Unidos a la región y bajar los reclamos por las dificultades de acceso de las mercancías de la región a Estados Unidos. Como lo muestra la historia, toda gran potencia promueve el aperturismo hacia afuera y el proteccionismo hacia adentro. En épocas de declive hegemónico, las superpotencias elevan el nivel de protección interno, mientras los poderes ascendentes –tal el caso de China ahora– promueven el libre comercio. Con independencia de ciertas especificidades temáticas, como la cuestión de las drogas en Colombia, Perú y México, en el periplo de Tillerson no pareció observarse nada realmente novedoso o promisorio.
A mi entender, lo realmente interesante ocurrió en Austin donde, antes de emprender su viaje, el secretario de Estado brindó una alocución sobre América latina en la Universidad de Texas. Es difícil encontrar una pieza oratoria en las relaciones interamericanas contemporáneas en las que un canciller estadounidense recurra más frontal y cándidamente a la Doctrina Monroe y su manifestación en Latinoamérica.
En el mensaje original del presidente James Monroe al Congreso estadounidense en 1823, en referencia a los asuntos interamericanos, el referente fundamental era Europa. Monroe expresó que Estados Unidos iba a “considerar todo intento de su parte (Europa) para extender su sistema a cualquier nación de este hemisferio, como peligroso para nuestra (la de Estados Unidos) paz y seguridad”. Tillerson en Austin identificó dos contra-partes amenazantes para los intereses estadounidenses en América latina. Por un lado, mencionó a Rusia, cuya “creciente presencia en la región es alarmante”. Por el otro, subrayó a China, cuya proyección en el área “tiene una apariencia atractiva”, pero en realidad conduce a una “dependencia de largo plazo”. En consecuencia, según el Secretario de Estado, “nuestra región debe ser diligente contra poderes lejanos que no reflejan los valores que nosotros compartimos”.
Adicionalmente, Tillerson intentó brindar un panorama histórico de los vínculos entre Estados Unidos y América latina. Para ello utilizó ejemplos típicos del monroísmo. Por una parte, invocó la primera conferencia interamericana de 1889 en Washington donde se dio inicio a los cónclaves panamericanos para afirmar la influencia de Estados Unidos en el continente y evitar la injerencia en el área de otros actores extra-regionales. Es evidente que desde la mirada latinoamericana hubo, en distintas coyunturas, expresiones que buscaron limitar y hasta revertir el panamericanismo.
Por otra, evocó que Teddy Roosevelt fue el primer presidente estadounidense en ejercicio que hizo un viaje al exterior: Panamá en noviembre de 1906. Por supuesto que la memoria de la región respecto a Teddy Roosevelt es distinta: se lo recuerda por su papel en la separación de Panamá de Colombia en noviembre de 1903 y por el llamado “Corolario Roosevelt”–una variante de la Doctrina Monroe– formulado en 1904 y que se convirtió en la guía para racionalizar el intervencionismo estadounidense en la región para proteger sus intereses económicos y asegurar su predominio político (República Dominicana y Panamá en 1904, Cuba en 1906, Honduras en 1907, Nicaragua en 1910, Honduras en 1911, Honduras, Panamá, Nicaragua y Cuba en 1912, Haití y República Dominicana en 1914, y sucesivas).
La nostalgia de Tillerson por Monroe fue tal que ante la pregunta del moderador del evento, el historiador William Inboden, sobre su valoración de la Doctrina Monroe, que en 2023 cumplirá 200 años, el secretario dijo: “Pienso claramente que ha sido un éxito… Fue un importante compromiso en su momento y creo que con los años ha continuado enmarcando la relación (entre Estados Unidos y América latina)”.
El secretario fue inadvertidamente franco: la estrategia “Estados Unidos primero” del presidente Donald Trump es, respecto a América latina, probablemente el último intento de restaurar una doctrina obsoleta para lo que ya es y será el siglo XXI.
* Profesor plenario. Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales. Universidad Torcuato Di Tella