La llegada

(Arrival - EE.UU., 2016)

Dirección: Denis Villeneuve.

Guión: Eric Heisserer, basado en un cuento de Ted Chiang.

Fotografía: Bradford Young.

Música: Jóhann Jóhannsson.

Montaje: Joe Walker.

Reparto: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O'Brien, Tzi Ma.

Duración: 116 minutos.

Salas: Hoyts, Monumental, Showcase, Village.

8 (ocho) puntos.

 

El canadiense Denis Villeneuve (Incendies, La sospecha, Sicario) se ha situado como un realizador a seguir, de obsesiones recurrentes y puesta en escena autoral. Es, ni más ni menos, el nombre que puede garantizar algo de coherencia a la mentada secuela de Blade Runner; su cine desdoblado ‑con personajes contrariados, situados en un hiato esencial‑ hace de él un artesano seguramente atento a las contrariedades de ese personaje cultual que es Rick Deckard.

Con La llegada, el cineasta toca la ciencia ficción y lo hace desde el costado introspectivo. Para llegar allí recurre a los tópicos que cimentaron al género durante décadas. Basado en un premiado relato de Ted Chiang, La llegada apela a la invasión de doce naves al planeta Tierra. Lo de invasión, en todo caso, no es más que una suposición. Pero el asunto viene a cuento al citar de manera evidente el modus operandi del clásico literario y cinéfilo La guerra de los mundos.

Así como en aquella historia, acá hay militares, científicos, periodistas, civiles, que procuran entender qué es lo que quieren estos "visitantes": palabra que ramifica de maneras ambiguas, ya que la figura del forastero es señalada, habitualmente, de manera amenazante por la narrativa norteamericana. Este costado es el que han indagado clásicos como El día que paralizaron la Tierra (1951) y Llegaron de otro mundo (1953, guión de Ray Bradbury).

Pero el film de Villeneuve no sólo se atiene a esta situación sino que dispara hacia dentro, para situarse más cerca del ánimo existencialista que preanunciara de manera brillante El increíble hombre menguante (1957), con arribo en el monolito de 2001: Odisea del espacio. Es más, La llegada podría pensarse como la profundización de esa pregunta que todavía perturba: ¿qué significa el monolito?

 

El guión está basado en un cuento de Ted Chiang.

 

Si se acepta el presunto argumento que el film propone, cuando Louis ‑la lingüista que interpreta la notable Amy Adams‑ sobrelleve la tarea de comunicarse con los alienígenas, lo que se acompaña es apenas uno de los vectores del drama. El otro es el que dirige hacia dentro, de manera inversamente proporcional. Mientras la nave ovoide descansa sobre la superficie, los terrícolas deben ingresar reiteradamente en ella. La escenografía es coherente con la de un retroceso en el tiempo, como si se viajara a un útero materno y prehistórico.

Estos viajes de inmersión son en función de quien guía al espectador, y esa figura es Louis. Cuando la claridad narrativa emerja, quien quedará atrapada es ella. Siempre lo estuvo. En un momento, el film recrea un sueño que recuerda al de Jake Gyllenhaal en El hombre duplicado, otro film de Vileneuve, donde acecha una araña gigante. La duplicación es temática esencial y toda una constante en el cine del director canadiense, y el sueño surge aquí como uno de sus dobleces. Vale decir entonces, La llegada es, de manera esencial, la historia que sucede en sus primeros minutos, a través de un prólogo/epílogo que se escribe de modo circular, a su vez anclaje para la estructura narrativa y su mirada estética. Todo lo demás, son variaciones.

De acuerdo con esta premisa, la protagonista debe ser una mujer, porque es ella quien sabe de ciclos y de procrear. Este círculo, vale recordar, es el que alcanzaba también la obra maestra de Kubrick. Es por esto que La llegada no puede ser entendida como un choque de civilizaciones, una metáfora colonialista o cosas parecidas, ya que esto no es más que la argamasa de la que se cubre, con la que pinta una historia que es, en verdad, otra. Mejor estar atento al momento del sueño y pensar si no se trata de un sueño dentro de otro. Este procedimiento la aleja ostensiblemente de otros ejemplos, pretensiosos y de moraleja, como Interestelar de Christopher Nolan, y Gravedad de Alfonso Cuarón.

Como corolario, hay un momento temprano en donde Louise refiere prospectivamente al recordarle al coronel (Forrest Whitaker) las consecuencias de una misión anterior. La película es eso, nada más. Por eso, el desafío está en creerle a Louise, en padecer su dolor y en compartir sus alegrías. Hay un costado evidentemente cierto, y otro que es fantástico. Cuál es cuál no importa, son ‑y deben ser‑ indivisibles.