Resulta llamativa la repercusión que ha cosechado en la comunidad psicoanalítica local y transoceánica la publicación en PáginaI12 de “Un síntoma que no tiene nombre”1, texto cuyo contenido aborda los efectos que sobre la práctica psicoanalítica y la palabra en general ejerce la censura impuesta por el actual gobierno argentino a los medios opositores.
Publicado en la sección Psicología de este diario el jueves 4 de enero, el artículo fue replicado2 en la red Zadig-España de la Asociación Mundial de Psicoanálisis que Jacques Alain Miller propiciara con el ánimo de abordar la incidencia del psicoanálisis en el ámbito de la política. Como si el artículo necesitara una prueba fehaciente de su tesis principal, pocos días después apareció en la misma red una llamativa y descalificadora nota –proveniente de estas pampas– titulada “Dos respuestas al artículo Un síntoma que no tiene nombre de Sergio Zabalza”3 la cual consta de una muy peculiar estructura de enunciación.
La nota comienza con la primera respuesta, firmada por Jorge Chamorro –conocido analista argentino radicado en Buenos Aires–, que emplea para desacreditar el artículo un tono amistoso y persuasivo dirigido hacia la segunda persona del singular (tú/vos dices/decís). La misma nota continúa con la segunda respuesta, que lleva la firma de un ignoto abogado allegado al círculo de influencia de Chamorro, cuya redacción emplea la tercera persona (Zabalza dice) para descargar una virulencia tan fenomenal como intimidatoria que, por extenderse a numerosos artículos de mi autoría en PáginaI12, sugiere un ataque personal cuya intensidad no se condice con un clima de diálogo y argumentación. ¿Cómo llegó un abogado a terciar en una discusión teórica entre analistas? ¿Acaso el letrado se hace cargo de lo que el analista no quiere, no se atreve o no puede decir? En todo caso, dado que su estructura y contenido no hacen más que corroborar –tal como afirma el texto de marras–, la presencia de un síntoma que no tiene nombre, haré sólo un breve comentario.
“Aniquilar”. En su respuesta, el analista descalifica mi texto en virtud de que los adjetivos empleados –dice– hacen que el discurso político vacíe al discurso analítico. Tras lo cual, siempre amablemente, me pregunta si recuerdo de quién tomó Videla el significante “aniquilar”, paso seguido se remonta al calificativo “turro” proferido por el jefe de Gabinete del gobierno anterior al fiscal Nisman después de su muerte, para luego –en un alarde de adivinación– determinar que al fiscal lo mataron y, como si esto fuera poco, dar por establecido que en la Argentina no hay presos políticos ya que –siempre según el firmante de la respuesta– los ex funcionarios encerrados sin proceso ni juicio previo son corruptos. Créase o no: este es el nivel de argumentación empleado en una prestigiosa red de analistas por quien dice velar para que el discurso político no vacíe al discurso analítico. (Vale recordar que cuando la política se reduce a su dimensión imaginaria –esto es: amores y odios–, la represión se instala en el sillón del analista.) Por lo demás: el significante “Aniquilar” –que le interesa a Chamorro– fue tomado por Videla de un decreto firmado por Isabel Perón y se constituyó en el principal argumento al que los defensores de los genocidas recurrieron para justificar la desaparición forzada de personas durante el terrorismo de estado que asoló a la Argentina. Los adjetivos se los dejo al abogado.
La “grieta”: ¿en el sillón del analista o en el diván? Ahora bien, yendo a lo importante, si de los efectos de la censura se trata no llama la atención que cada vez sea más frecuente escuchar personas que se preguntan o se quejan por la supuesta –o no– afinidad política de su analista, para no hablar de aquellos que hacen de la misma una condición para concretar la consulta. Más allá del efectivo gusto político de las personas que ofician de agente y paciente en una experiencia analítica, la cuestión reclama atención habida cuenta de que, si el psicoanálisis es un discurso, jamás puede estar ajena su práctica a las vicisitudes que atraviesa una comunidad hablante, en este caso: la censura de prensa; la persecución ideológica; la estigmatización en las redes sociales; las intimidaciones dentro y fuera de la comunidad analítica; y la represión de la protesta social que reduce la expresión de la angustia al ámbito privado, por ejemplo: el espacio de la sesión. Sucede que el triste fenómeno denominado “grieta” ha comenzado a incidir en los consultorios con su secuela de paranoia y censura. “Hablé del miedo que tengo que a mi hijo lo muelan a palos y el tipo me contestó que los únicos agredidos son los policías”, podría ser un ejemplo de una intervención tan torpe como desinformada (en el mejor de los casos), o bien ilustrar el caso donde la angustia del sujeto –por no encontrar un lugar en el espacio de la sesión–, ha hecho que los fantasmas del paciente primen por sobre las palabras del agente.
Para que la “grieta” se haga división subjetiva en el diván. Es que la práctica mal entendida puede desembocar en una desestimación del peligro en aras de una supuesta corrección analítica. Tan cierto es que la escucha del analista apunta a interrogar los fantasmas presentes en el discurso del paciente, como que su intervención jamás debe desatender la actualidad a la que el relato del sujeto hace referencia. Nuestra condición de seres sociales se funda en esa ficción compartida llamada realidad, cuyo cuestionamiento da razón de ser a la praxis política, en tanto arte de propiciar la contingencia, la novedad. De allí que Lacan formule que “el inconsciente es la política”4, si es que tal definición –como recomienda leer Miller– apunta a lo que está “a definir”5, ese hueco cuya condición irreductible a toda representación causa a una comunidad hablante.
Así, para que la grieta se haga división subjetiva en el diván, es decir: que los aspectos reprimidos en el discurso jueguen su partida a favor del paciente, el analista necesita conocer los trazos gruesos de la subjetividad en que realiza su práctica –esto es: las significaciones comunes que conforman “la realidad”– porque la singularidad de quien consulta habita en lo que hace diferencia respecto a esos determinantes sociales. Si la buena manera de entender la neutralidad freudiana consiste en tomar partido por el deseo (que nunca es el capricho) del sujeto, hoy el acto analítico transita por el desfiladero que la grieta deja ver cuando el bien decir acerca la novedad de la invención. Ese recurso con que facilitar a un sujeto atravesar con dignidad este tiempo en que los agentes de la represión arrasan con la angustia y el dolor.
* Psicoanalista.
1. https://www.pagina12.com.ar/86831-un-sintoma-que-no-tiene-nombre
2. https://zadigespana.wordpress.com/2018/01/09/un-sintoma-que-no-tiene-nombre/
4. Jacques Lacan, El Seminario: Libro 14, La lógica del fantasma, clase 18 del 10 de mayo de 1967. Inédito.
5. Eric Laurent , “El inconsciente es la política, hoy”, Lacan cotidiano 518. http://www.eol.org.ar/la_escuela/Destacados/Lacan-Quotidien/LC-cero-518.pdf